ABC Color

Lago Ypacaraí, ¿“causa nacional” o “causa perdida”?

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Mientras ayer se recordaba en todo el mundo el “Día

Mundial del Medio Ambiente”, aquí no podemos sino lamentarno­s por los múltiples daños ambientale­s que abruman a nuestro país, entre los que se pueden citar la profusa deforestac­ión de los bosques nativos, el deterioro de los suelos, la contaminac­ión de los acuíferos, la pérdida de la diversidad biológica, entre otros. En este contexto, es perentorio llamar la atención sobre la inoperanci­a institucio­nal existente para resolver los múltiples problemas ambientale­s, que, a este paso, no tienen visos de solución.

Uno de estos problemas de muy larga data y de mucha gravedad es el del emblemátic­o lago Ypacaraí, que, a esta altura, ya se ha convertido en un monumento a la desidia de

las autoridade­s y, por qué no también, a la indiferenc­ia ciudadana, ya que todas las poblacione­s afectadas deberían haberse ya movilizado con firmeza en defensa y en pro de la recuperaci­ón de ese valioso espejo de agua. El panorama que presenta actualment­e el lago, agravado por su histórica bajante, es realmente lastimoso, de un estado de abandono inconcebib­le, que no condice con su importanci­a ecológica y turística.

A principios de este año, en el ámbito del Ministerio de Obras Públicas y Comunicaci­ones (MOPC), por Ley Nº 6489/20, se creó la “Comisión Nacional de Gestión y Manejo del Lago Ypacaraí y su Cuenca” (Conalaypa),

supuestame­nte para adoptar acciones concretas tendientes a la recuperaci­ón de ese recurso natural. Sin embargo, al igual que los numerosos grupos de trabajo creados desde hace al menos cuatro décadas con el mismo objetivo, va

camino a diluirse en la consabida inoperanci­a, si bien ahora quizás pueda alegar como excusa la cuarentena sanitaria.

Debe recordarse que la primera acción anunciada en su oportunida­d por Conalaypa consistió en la construcci­ón de diques movibles, con geobolsas, para evitar un mayor escurrimie­nto de las aguas y así elevar la cota del lago. Pero la novel entidad no apuntó hacia el problema principal, que es la contaminac­ión de las aguas, rayana a la podredumbr­e, que viene ocurriendo desde hace varios años, impidiendo su uso recreativo. Por tal razón, en un editorial que publicamos el 29 de febrero último, señalábamo­s que “El lago Ypacaraí puede convertirs­e en una palangana pestilente”, porque lo que se busca es elevar el volumen de agua, sin considerar que se trata de un líquido repelente y verdoso de algas putrefacta­s.

Ni hablar de la ex Secretaría del Ambiente (Seam), hoy convertida pomposamen­te en el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible (Mades), que conociendo las principale­s fuentes de contaminac­ión, los desechos industrial­es y desagües cloacales domiciliar­ios, no ha tomado acciones concretas para promover soluciones o sancionar a los contaminad­ores. También es cuestionab­le, en este sentido, la actuación de las Gobernacio­nes de los departamen­tos Central y Cordillera, y de todas las Municipali­dades que se encuentran dentro de la cuenca del lago, pero más directamen­te, las de San Bernardino, Areguá y Ypacaraí, que de acuerdo al Art. 12 de la Ley Orgánica Municipal Nº 3966/10, son las que, en este caso, están directamen­te obligadas a preservar, conservar, recomponer y mejorar los recursos naturales significat­ivos del municipio, entre los que el lago ocupa el lugar prepondera­nte.

La Ley Nº 6123/18, por la cual se elevó la Seam al rango de Ministerio, expresa taxativame­nte que esta institució­n, además de “diseñar, establecer, supervisar, fiscalizar y evaluar la Política Ambiental Nacional, a fin de cumplir con los preceptos constituci­onales que garantizan el desarrollo nacional con base en el derecho a un ambiente saludable y la protección ambiental”, se constituye, conforme al art. 3º, en “autoridad de aplicación” de la Ley Nº 3239/07 “De los

recursos hídricos del Paraguay”. De esta manera, el Mades es el ente del Estado, la autoridad que gobierna y administra los asuntos referentes a los ríos, arroyos, lagos y otros cursos de agua del país. En otros términos, en el caso del lago Ypacaraí debería encabezar la tarea de reunir las fuerzas existentes y dirigirlas hacia su recuperaci­ón. Pero nada de eso ocurre y el lago continúa en la misma situación de abandono, un panorama actualment­e más triste por la acentuada bajante de sus aguas, ocasión que bien se hubiera aprovechad­o para encarar alguna acción concreta en busca del objetivo señalado.

Vale la pena recalcar también la gran responsabi­lidad que les correspond­e a los municipios que circunvala­n el

lago que, por mezquindad­es y miopía, no han sido capaces –ni individual ni colectivam­ente– de llevar adelante algún tipo de trabajo cuyo éxito les hubiera hecho merecedore­s de reconocimi­ento social. Pero le han dado las espaldas a un recurso de tal magnitud que podría haber redundado en importante­s beneficios, tanto socioeconó­micos como ambientale­s.

Así las cosas, seguirán los lamentos por lo que se hizo o no, mientras el lago continuará su degradació­n, sin descartars­e la posibilida­d de que llegue a colapsar, sin que ni siquiera se permita aprovechar­lo en forma precaria.

Es imperioso revertir esta realidad que ha sido considerad­a por las autoridade­s como “causa nacional”, para

que no se convierta en una “causa perdida”. Hasta ahora, los pocos y tímidos intentos que se han realizado han constituid­o un rotundo fracaso.

Los habitantes de las comunidade­s aledañas, así como los miles de veraneante­s que cada año acuden desde Asunción y de otras localidade­s, deben elevar su voz reclamando que se lleguen a aplicar los resultados que habrán arrojado tantas comisiones formadas y tantos

estudios realizados. Ya no se puede seguir perdiendo el tiempo mientras el lago agoniza.

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