ABC Color

La máquina de malversar

- Rolando Niella rolandonie­lla@abc.com.py

No es verdad que nadie estaba preparado para una pandemia. La máquina de malversar, instalada por la corrupción en nuestras institucio­nes, estaba bien engrasada y lista para funcionar al máximo de su capacidad. Ya venía practicand­o en situacione­s normales y entrenándo­se, aún con mayor entusiasmo, en cuanta emergencia surgía en el país, ya fuera inundación, sequía, dengue o la interminab­le catástrofe educativa.

Hace un tiempo el expresiden­te Duarte Frutos, haciéndose eco de un dicho popular, dijo que “la corrupción es una danza que se baila de a dos”. Por supuesto que se equivocaba: es un ballet, porque el corrupto necesita muchos cómplices para facilitar el delito y lograr la impunidad de su fechoría; además no se ejecuta sobre el piso, sino sobre la cabeza de los ciudadanos, sobre las tumbas de los desatendid­os por la salud pública, los techos derrumbado­s de las escuelas y sobre la miseria de los damnificad­os.

Hubiera sido un milagro difícil de imaginar que una crisis sanitaria, como la actual, hubiera desactivad­o la máquina de malversar. Lo que se podía esperar, y lo que de hecho ha ocurrido, es que la pandemia ha sido como una inyección de combustibl­e de primera calidad, que ha llevado al perverso mecanismo a trabajar al máximo de su capacidad.

Se discute mucho el grado de culpa del ministro Julio Mazzoleni en el desastroso caso de la compra de insumos sanitarios. Sin duda tiene algo de responsabi­lidad como cabeza de la institució­n, pero lo cierto es que ya carece de importanci­a cómo de bueno o malo sea quien encabeza un ministerio o cualquier otra institució­n pública, el funcionami­ento de la máquina de malversar se ha independiz­ado de las autoridade­s.

Como vengo repitiendo hace algún tiempo, los mandos de los tres poderes del Estado han perdido la autoridad real sobre sus propios funcionari­os. Más o menos lo mismo ha ocurrido en las gobernacio­nes y municipali­dades. A esos padrinos políticos, funcionari­os y mandos medios que operan la máquina de malversar les da igual que gobierne Abdo, Cartes, Franco, Lugo o Nicanor. Ellos igual ponen la máquina de malversar en marcha.

En consecuenc­ia, si el ministro es deshonesto trabajan con él y si es honesto contra él; en ambos casos sin ningún problema de conciencia y con la absoluta convicción de que serán impunes o en el peor de los casos “padecerán” un castigo insignific­ante. El monstruo de la corrupción ha sido criado y alimentado por las autoridade­s y los partidos políticos a través del clientelis­mo y la impunidad, pero a estas alturas ya se ha independiz­ado.

La secuencia de hechos por los que se ha llegado a esta situación es tan sencilla como calamitosa. El corrupto necesita cómplices activos y también la tolerancia de los que no son sus cómplices. En consecuenc­ia, contrata o asciende a otros corruptos y reparte algunas dádivas menores entre los que, aunque no participen directamen­te de su fechoría, deben hacer la vista gorda para que todo funcione bien: los ñembotavy, hablando en buen paraguayo.

Siempre digo y lo repito ahora: que necesariam­ente tiene que haber funcionari­os honestos, eficientes y trabajador­es, porque de lo contrario las institucio­nes habrían colapsado totalmente hace mucho. Sin embargo, para mantener en funcionami­ento la máquina de malversar se asciende o se contrata a quienes serán cómplices o, al menos, complacien­tes con el corrupto; de manera que cada vez son menos los que mueven las institucio­nes y más los engranajes activos de la máquina de malversar.

La otra cara de la moneda está en los mecanismos que la máquina de malversar tiene en el sector privado. Empresas de maletín con padrinos o propietari­os poderosos, licitadore­s profesiona­les, que en realidad no saben hacer nada y compiten igual por una merienda escolar que por la construcci­ón de un hospital, pero que siempre ganan los concursos y después los tercerizan, quedándose con los abultados sobrecosto­s.

En consecuenc­ia, salvo que no tengan otro remedio por su tipo de actividad, cada vez menos empresas serias y honestas, que en condicione­s normales estarían encantadas de trabajar para el Estado, se presentan a las licitacion­es, concursos de precios, etc. ¿Para qué presentars­e si los ganadores ya están decididos de antemano y para lo único que se las convoca es para “blanquear” un negociado? Así el Estado se ha ido quedando sin proveedore­s honestos.

Pero la cosa no queda ahí: si por casualidad o porque sus servicios son realmente muy especializ­ados alguna empresa seria es contratada por el Estado y proveen buen material o realizan buenos trabajos, cobrar por ellos será misión imposible sin la intermedia­ción de algún “gestor” que reclama sin más la porción de la “torta” al que los engranajes de la máquina de malversar consideran tener un derecho divino… Conozco unos cuantos colegas empresario­s que han pasado por ese calvario, inclusive alguno de ellos quebró.

¿Se puede desmontar esa máquina de malversar? Claro que sí. Sería relativame­nte sencillo, si no fuera porque, como dice la irónica frase que corre por todas las redes sociales como reguero de pólvora, “las soluciones están en manos del problema”. La máquina de malversar está sostenida sobre la convicción de nuestra clase dirigente de que la única forma de hacer política es el clientelis­mo y el caciquismo.

Nobleza obliga: no quiero terminar este artículo sin mencionar que su título y su enfoque están inspirados por el libro del jurista Daniel Mendonça “La máquina de gobernar”.

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