La máquina de malversar
No es verdad que nadie estaba preparado para una pandemia. La máquina de malversar, instalada por la corrupción en nuestras instituciones, estaba bien engrasada y lista para funcionar al máximo de su capacidad. Ya venía practicando en situaciones normales y entrenándose, aún con mayor entusiasmo, en cuanta emergencia surgía en el país, ya fuera inundación, sequía, dengue o la interminable catástrofe educativa.
Hace un tiempo el expresidente Duarte Frutos, haciéndose eco de un dicho popular, dijo que “la corrupción es una danza que se baila de a dos”. Por supuesto que se equivocaba: es un ballet, porque el corrupto necesita muchos cómplices para facilitar el delito y lograr la impunidad de su fechoría; además no se ejecuta sobre el piso, sino sobre la cabeza de los ciudadanos, sobre las tumbas de los desatendidos por la salud pública, los techos derrumbados de las escuelas y sobre la miseria de los damnificados.
Hubiera sido un milagro difícil de imaginar que una crisis sanitaria, como la actual, hubiera desactivado la máquina de malversar. Lo que se podía esperar, y lo que de hecho ha ocurrido, es que la pandemia ha sido como una inyección de combustible de primera calidad, que ha llevado al perverso mecanismo a trabajar al máximo de su capacidad.
Se discute mucho el grado de culpa del ministro Julio Mazzoleni en el desastroso caso de la compra de insumos sanitarios. Sin duda tiene algo de responsabilidad como cabeza de la institución, pero lo cierto es que ya carece de importancia cómo de bueno o malo sea quien encabeza un ministerio o cualquier otra institución pública, el funcionamiento de la máquina de malversar se ha independizado de las autoridades.
Como vengo repitiendo hace algún tiempo, los mandos de los tres poderes del Estado han perdido la autoridad real sobre sus propios funcionarios. Más o menos lo mismo ha ocurrido en las gobernaciones y municipalidades. A esos padrinos políticos, funcionarios y mandos medios que operan la máquina de malversar les da igual que gobierne Abdo, Cartes, Franco, Lugo o Nicanor. Ellos igual ponen la máquina de malversar en marcha.
En consecuencia, si el ministro es deshonesto trabajan con él y si es honesto contra él; en ambos casos sin ningún problema de conciencia y con la absoluta convicción de que serán impunes o en el peor de los casos “padecerán” un castigo insignificante. El monstruo de la corrupción ha sido criado y alimentado por las autoridades y los partidos políticos a través del clientelismo y la impunidad, pero a estas alturas ya se ha independizado.
La secuencia de hechos por los que se ha llegado a esta situación es tan sencilla como calamitosa. El corrupto necesita cómplices activos y también la tolerancia de los que no son sus cómplices. En consecuencia, contrata o asciende a otros corruptos y reparte algunas dádivas menores entre los que, aunque no participen directamente de su fechoría, deben hacer la vista gorda para que todo funcione bien: los ñembotavy, hablando en buen paraguayo.
Siempre digo y lo repito ahora: que necesariamente tiene que haber funcionarios honestos, eficientes y trabajadores, porque de lo contrario las instituciones habrían colapsado totalmente hace mucho. Sin embargo, para mantener en funcionamiento la máquina de malversar se asciende o se contrata a quienes serán cómplices o, al menos, complacientes con el corrupto; de manera que cada vez son menos los que mueven las instituciones y más los engranajes activos de la máquina de malversar.
La otra cara de la moneda está en los mecanismos que la máquina de malversar tiene en el sector privado. Empresas de maletín con padrinos o propietarios poderosos, licitadores profesionales, que en realidad no saben hacer nada y compiten igual por una merienda escolar que por la construcción de un hospital, pero que siempre ganan los concursos y después los tercerizan, quedándose con los abultados sobrecostos.
En consecuencia, salvo que no tengan otro remedio por su tipo de actividad, cada vez menos empresas serias y honestas, que en condiciones normales estarían encantadas de trabajar para el Estado, se presentan a las licitaciones, concursos de precios, etc. ¿Para qué presentarse si los ganadores ya están decididos de antemano y para lo único que se las convoca es para “blanquear” un negociado? Así el Estado se ha ido quedando sin proveedores honestos.
Pero la cosa no queda ahí: si por casualidad o porque sus servicios son realmente muy especializados alguna empresa seria es contratada por el Estado y proveen buen material o realizan buenos trabajos, cobrar por ellos será misión imposible sin la intermediación de algún “gestor” que reclama sin más la porción de la “torta” al que los engranajes de la máquina de malversar consideran tener un derecho divino… Conozco unos cuantos colegas empresarios que han pasado por ese calvario, inclusive alguno de ellos quebró.
¿Se puede desmontar esa máquina de malversar? Claro que sí. Sería relativamente sencillo, si no fuera porque, como dice la irónica frase que corre por todas las redes sociales como reguero de pólvora, “las soluciones están en manos del problema”. La máquina de malversar está sostenida sobre la convicción de nuestra clase dirigente de que la única forma de hacer política es el clientelismo y el caciquismo.
Nobleza obliga: no quiero terminar este artículo sin mencionar que su título y su enfoque están inspirados por el libro del jurista Daniel Mendonça “La máquina de gobernar”.