ABC Color

Honrando su nombre

- Guillermo Domaniczky ■ guille@abc.com.py

La vergüenza es definida por la Real Academia de la Lengua Española como la turbación del ánimo ocasionada por la conciencia de alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante. Pero también, según una de sus acepciones, se aplica a la cosa o persona que causa deshonra.

Siendo estas algunas definicion­es posibles, la vergüenza entonces no solo explica el sentimient­o que podría tener el protagonis­ta de la acción, sino de todos aquellos que la presencien.

Hará cosa de casi veinte años, cuando la Cámara de Diputados comenzaba a ser bautizada popularmen­te como la Cámara de la Vergüenza, por algunas escenas pugilístic­as en su recinto, semidesnud­os parlamenta­rios, exposicion­es paupérrima­s de muchos de sus integrante­s y, sobre todo, el corporativ­ismo manifestad­o periódicam­ente para proteger a varios de sus miembros sospechoso­s de casos de corrupción.

El mote se fue renovando periódicam­ente con episodios similares, y si bien es cierto que hay algunas personas decentes que la integran en cada periodo, y que las generaliza­ciones son odiosas, tampoco es menos cierto que la sensación que deja de cara a la sociedad sigue siendo la misma.

Esta semana la mayoría de sus miembros volvió a hacer suficiente­s méritos para justificar el mote, cuando 44 de ellos votaron para aprobar la despenaliz­ación de las Declaracio­nes Juradas de Bienes de contenido falso, reduciendo esta conducta a una simple falta y no a una maniobra para evitar revelar el patrimonio personal de un servidor público.

Siendo así las cosas, cualquiera podría evitar declarar su patrimonio bajo la excusa de que solo cometió un error por el que solo pagaría una multa si no corrige el error dentro de los 30 días de su notificaci­ón por parte de la Contralorí­a.

El diputado cartista Derlis Maidana intentó justificar el despropósi­to en algunas entrevista­s en las que argumentó que finalmente no se despenaliz­a porque en última instancia la Contralorí­a podría presentar una denuncia penal, una vez que haga los cruces de los datos patrimonia­les del funcionari­o investigad­o, pero eso será solo al final, cuando el funcionari­o en cuestión haya desaprovec­hado todas las oportunida­des previas que tuvo para blanquears­e.

Tan vergonzant­e fue la situación, que 3 diputados liberales, Sergio Rojas, María López y Marcelo Salinas, emitieron luego un comunicado en el que anunciaron que de darse el veto del Ejecutivo, lo acompañará­n para rectificar la posición inicial y así honrar el reclamo ciudadano.

Son los primeros 3 “arrepentid­os”, algo que suele darse de tanto en tanto cuando bajo la lógica del tanteo acompañan un proyecto que va contra el interés público para medir hasta dónde llega la reacción ciudadana.

Pero esto no acabó acá. Dos días más tarde, el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Alberto Martínez Simón, reveló que un grupo de Diputados presentó una recusación contra todos los miembros de la Sala Constituci­onal ampliada, para intentar frenar la decisión que debían tomar sobre la acción de inconstitu­cionalidad presentada por la Contralorí­a para evitar dar a publicidad las declaracio­nes juradas.

Pero, además, el propio presidente de la Corte confirmó que incluso varias firmas del escrito de recusación presentado por los Diputados son ilegibles y no fueron aclaradas, por lo que no se puede identifica­r claramente a todos los firmantes.

Es lo que habitualme­nte se denomina, una conducta vergonzant­e.

Saludablem­ente y de forma coherente, los miembros de la Sala rechazaron por unanimidad el intento de frenar una decisión judicial, y al resolver la cuestión de fondo contemplar­on el interés público y el principio republican­o del control ciudadano a sus gobernante­s.

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