ABC Color

Misión de Cristo, mi misión

- Mt 10, 37-42 Hno. Joemar Hohmann Franciscan­o Capuchino

Domingo pasado, y hoy, tratamos del capítulo 10 de Mateo, que es el “Discurso del envío”, recalcando que todos los bautizados son enviados como misioneros.

El tema palpitante es este: todos los discípulos deben continuar la misión de Cristo, y para tanto, deben conocer más la tarea que Él realizó.

Jesucristo es la segunda Persona de la Santísima Trinidad, verdadero Dios, que quiso asumir la naturaleza humana para estar muy cerca de nosotros. Aunque afirmamos esto con sencillas palabras, esta estupenda realidad tendría que marearnos de alegría y gratitud.

Nació pobre en Belén, vivió trabajando humildemen­te en Nazaret, hasta empezar su misión pública: anunciar el Reino de Dios, es decir, proclamar que es posible otro tipo de sociedad. Se mostró claramente como enviado del Padre, lleno de poder para derrotar los espíritus impuros, las enfermedad­es, y de modo sobresalie­nte, las estructura­s injustas del mundo.

No tuvo miedo de desenmasca­rar a los poderosos hipócritas, que generan miserables por las calles, hambriento­s por las plazas, niños abandonado­s en las esquinas y desemplead­os por todas partes. Pagó con la vida su coraje, después de un juzgamient­o repleto de falsedades.

Sin embargo, Dios Padre aprobó su estilo de vida, y ahora Jesucristo está Resucitado, plenamente vivo y es el único Señor de la historia, de la naturaleza y de todos los corazones.

Y los cristianos, que deben ser realmente “amigos de Cristo”, tienen que continuar su misión en el siglo XXI. No es cosa fácil, pues han de adoptar los mismos valores, seguir las mismas huellas y, probableme­nte, experiment­ar las mismas angustias.

Por ello, Jesús nos dice: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”. Por supuesto, no va en contra del cuarto mandamient­o, pero establece prioridade­s: Él ha de estar en primer lugar, y si es necesario hacer rupturas dolorosas para mantenerlo en primer lugar, hay que hacerlas. Asimismo, hay que tomar las cruces, lo que significa luchar por una sociedad más justa y fraterna, sin querer agradar a tirios y troyanos, sin actos corruptos, pero con osadía para buscar la honradez.

“El que pierda su vida por mí, la encontrará”, sostiene el Señor, para manifestar que los criterios que Él usa no son los criterios de la sociedad capitalist­a, excluyente y discrimina­toria.

No tengamos sobresalto­s para continuar hoy la misión de Cristo Jesús, pues, aunque no sea cómodo, Él nos acompaña, nos fortalece y nos promete la herencia más importante de todas: su amistad, y el Paraíso feliz.

Paz y bien. hnojoemar@gmail.com

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