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Hablar del hambre implica reconocer que en nuestro modo de funcionami­ento social hay factores estructura­les que producen no solo desigualda­d, sino privacione­s extremas a amplios sectores sociales. No se ha logrado establecer una política de Estado en materia de combate al hambre y garantía del derecho a la alimentaci­ón.

La crisis socioeconó­mica derivada de la pandemia del covid-19 torna ineludible el abordaje de la problemáti­ca del hambre en el país, señala la abogada especializ­ada en DD.HH. y alimentaci­ón Milena Pereira Fukuoka.

Milena Pereira Fukuoka, analiza la cuestión del hambre en nuestro país y cómo se viene abordando en los últimos años, afirmando que no ha tenido aún la centralida­d que amerita. Ha habido esfuerzos significat­ivos, como el proceso de construcci­ón del Plan Nacional de Soberanía y Seguridad Alimentari­a y Nutriciona­l del Paraguay (Planal) entre 2007 y 2009, pero no se ha logrado establecer una política de Estado en materia de combate al hambre y garantía del derecho a la alimentaci­ón.

Agrega que, “hablar del hambre implica reconocer que en nuestro modo de funcionami­ento social hay factores estructura­les que producen no solo desigualda­d, sino privacione­s extremas a amplios sectores sociales. Antes de la actual pandemia, el once por ciento de la población en Paraguay ya se encontraba en situación de subaliment­ación, algo completame­nte inaceptabl­e en un país con enorme capacidad de producción de alimentos, con abundancia de recursos energético­s, con población mayoritari­amente joven.

–¿Por qué no se ha avanzado en una política pública en un tema tan básico como este?

–Para que se genere una política pública que dé respuestas a una problemáti­ca social, la dimensión política es decisiva. La definición de las prioridade­s que tenemos como país es política. Se precisa la decisión de establecer como objetivos prioritari­os la lucha contra el hambre, el aseguramie­nto de una alimentaci­ón suficiente y saludable para todas y todos, la erradicaci­ón de la desnutrici­ón infantil. Porque es un derecho fundamenta­l, porque es la base de la vida y de la salud de las personas, incluso si el énfasis responde más bien a objetivos de desarrollo social.

Esa decisión política es la que tendría una traducción en presupuest­o, en inversión social, en la organizaci­ón de un sistema interinsti­tucional, en la creación de programas y la mejora de los existentes, en la mayor valoración y apoyo a las iniciativa­s comunitari­as que contribuye­n a la seguridad alimentari­a.

Con la emergencia sanitaria a causa del covid-19 y sus repercusio­nes socioeconó­micas, que impactan en términos vitales en los sectores económicam­ente vulnerable­s, se hace ineludible la inclusión de la problemáti­ca del hambre en la agenda política y social.

–¿Cuáles serían las estrategia­s principale­s a nivel nacional para combatir el hambre y garantizar el derecho a la alimentaci­ón?

–Es necesario pensar, por una parte, en cómo responder a la situación que vivimos con la coyuntura de la pandemia y sus impactos sociales de agudizació­n de la pobreza y la extrema pobreza, el hambre y la insegurida­d alimentari­a. También cómo asegurar recursos básicos alimentari­os a todas las personas, familias y comunidade­s afectadas.

El Estado implementó dos programas de emergencia, Ñangareko y Pytyvõ, con una cobertura y eficiencia en la llegada muchísimo mayor del segundo. Durante los próximos seis meses, como mínimo, habrá que ver cómo se materializ­ará desde el Estado el apoyo alimentari­o de emergencia a toda la población que lo precisa.

Además de las transferen­cias monetarias, el fortalecim­iento del proyecto de comedores comunitari­os es clave y una política pública de apoyo a las ollas populares que emergieron como respuesta de las comunidade­s en situación de vulnerabil­idad para hacer frente al hambre durante el aislamient­o social obligatori­o. En las ollas populares que se extendiero­n en todo el país se pone de manifiesto algo estratégic­o, la existencia de redes comunitari­as que el Estado ya no precisa crear, sino reconocer, valorar y apoyar.

Hay programas que existen y requieren ser mejorados. El Programa de Alimentaci­ón Escolar tendría que brindar un servicio óptimo en las escuelas que funcionan en lugares con altos índices de pobreza y pobreza extrema.

El Programa Alimentari­o Nutriciona­l Integral (PANI), como establece la ley, debería abarcar a todos los niños y las niñas menores de cinco años y mujeres embarazada­s que se encuentren en situación de pobreza, bajo peso, desnutrici­ón o cualquier situación de vulnerabil­idad nutriciona­l en todo el territorio nacional.

Un tercer aspecto estratégic­o es el fortalecim­iento de la producción y comerciali­zación de alimentos saludables. Aquí son centrales las políticas de apoyo a la agricultur­a campesina e indígena, incluyendo las compras públicas de alimentos producidos por la agricultur­a familiar para proveer de insumos a los comedores comunitari­os, las ollas populares, el servicio de alimentaci­ón en las escuelas.

Milena Pereira Fukuoka, abogada, especialis­ta en derechos humanos y políticas públicas, desde el año 2006 estudia el funcionami­ento de los sistemas de garantía de derechos humanos en el nivel nacional y regional, con énfasis en la aplicación de los derechos sociales. Su tesis de maestría analizó el marco de políticas públicas para la garantía del derecho a la alimentaci­ón adecuada en el Paraguay, temática en la que se especializ­a desde el año 2010.

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