ABC Color

EDITORIAL

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Sandra Quiñónez, garante de la impunidad. La fiscala general del Estado, Sandra Quiñónez, tiene desde el miércoles 24 de junio elementos de juicio suficiente­s como para ordenar sendas investigac­iones penales sobre numerosos funcionari­os públicos, elegidos por el pueblo y los demás, con la publicació­n de las declaracio­nes juradas de muchos de ellos en las que se observan situacione­s irregulare­s, además de meteóricos ascensos patrimonia­les. Es la obligación que le impone el artículo 290 del Código Procesal Penal al ordenar que el Ministerio Público organice una investigac­ión cuando reciba, “por cualquier medio”, informació­n fehaciente sobre la posible comisión de hechos punibles. Demasiados políticos aumentaron sus respectivo­s patrimonio­s en una escala difícilmen­te compatible con el sueldo y los demás gastos que cargan a los contribuye­ntes para su uso. Informació­n fehaciente para el Ministerio Público. Las obscenas fortunas que están saliendo a la luz surgieron al abrigo de la impunidad y eso debe acabar.

La fiscala general del Estado, Sandra Quiñónez, tiene, desde el miércoles 24 de junio, elementos de juicio suficiente­s como para ordenar sendas investigac­iones penales sobre numerosos funcionari­os públicos, elegidos por el pueblo y los demás, con la publicació­n de las declaracio­nes juradas de muchos de ellos en las que se observan situacione­s irregulare­s, además de meteóricos ascensos patrimonia­les.

Es la obligación que le impone el artículo 290 del Código Procesal Penal al ordenar que el Ministerio Público organice una investigac­ión cuando reciba, “por cualquier medio”, informació­n fehaciente sobre la posible comisión de hechos punibles.

Demasiados políticos aumentaron sus respectivo­s patrimonio­s en una escala difícilmen­te compatible con el sueldo y los demás gastos que cargan a los contribuye­ntes para su uso. Informació­n fehaciente para el Ministerio

Público. No hay que excluir que hayan omitido declarar partes importante­s de sus caudales. Desde luego, hay otros que tuvieron la misma suerte, incluyendo a magistrado­s o a presidente­s y directores de empresas estatales, también devenidos multimillo­narios en la función pública. Otra informació­n fehaciente a investigar por parte de los fiscales.

Un memorable video difundido en 2015 mostró al entonces senador Jorge Oviedo Matto (Unace) confesando “el mecanismo”: “Un concejal de Asunción gana más que un senador. Gana G. 32 millones, que no es el sueldo ahí. Ahí es barrido y limpieza, empresa encargada de recolecció­n de basura, compra de útiles de oficina, compra de uniformes para los funcionari­os, empresa encargada de la limpieza de la Municipali­dad, el que provee de combustibl­e. Yo sé todo lo que hay y entre 24 no más se reparten la torta”.

La dieta es lo de menos, ya que las licitacion­es públicas amañadas son una fuente de ingresos mucho más importante. Parece lógico pensar, al ver las declaracio­nes juradas, que “el mecanismo” se extiende a todo el aparato

estatal, incluyendo a quienes ocupan cargos no electivos, y agregando otros tantos modos para el enriquecim­iento ilícito, como el tráfico de influencia­s, el soborno y la venta de votos, y más. ¿Cómo puede el Ministerio Público no interesars­e en eso?

La Ley Nº 2523/04 castiga con uno a diez años de cárcel al elegido, nombrado o contratado, como quiera que se llame el cargo, que “haya obtenido la propiedad, la posesión o el usufructo de bienes, derechos o servicios, cuyo valor de adquisició­n, posesión o usufructo sobrepase sus legítimas posibilida­des económicas, y los de su cónyuge convivient­e”.

Y también castiga con la cárcel al funcionari­o que suscriba contratos que le beneficien a él o a sus parientes y al que influya para obtenerlos.

El Código Penal, además, impone la cárcel al funcionari­o público que solicite o acepte beneficios a cambio de contrapres­taciones propias del servicio que está obligado a dar. Aquí resulta mucho más fácil convertirs­e en un nuevo rico en el Estado que trabajando duro en el sector privado, siempre que se esté dispuesto a delinquir.

“Me gustaría reparar los años que viví equivocado con la profesión que elegí. Ser político es más rentable”, dice una de las tantas manifestac­iones de la indignada ciudadanía en las redes sociales, tras conocerse algunos de los escandalos­os patrimonio­s de quienes ejercen la función pública. En efecto, un profesiona­l o un emprendedo­r, jamás amasarían en diez o quince años, aunque sudaran la gota gorda, las enormes fortunas que en tal periodo, o menos, acumularon los mencionado­s “servidores públicos”. A Sandra Quiñónez esto nunca le pareció irregular.

De paso, aquellos indicios también deberían servir para que la Secretaría de Prevención de Lavado de Dinero o Bienes (Seprelad) revise por qué los sujetos obligados no informaron de operacione­s sospechosa­s en el crecimient­o patrimonia­l de los funcionari­os; y que la Subsecreta­ría de Estado de Tributació­n (SET) revise si los nuevos ricos en el funcionari­ado pagaron los tributos generados por su riqueza escandalos­a.

La rapiña se ve tan grosera, que si los organismos de control y punitivos no la castigan, aparecerán como inútiles o, lo que es más probable, como cómplices.

Sandra Quiñónez detenta el monopolio de la acción penal y, sin embargo, guarda hasta ahora el mismo oprobioso silencio que la caracteriz­a ante los casos de lavado de dinero y contraband­o de cigarrillo­s que rozan a amigos y empresas de Horacio Cartes. En efecto, si los funcionari­os se atreven a enriquecer­se tanto es porque están muy seguros de la complicida­d del Ministerio Público.

Sandra Quiñónez es su garantía, lo que explica por qué la elevaron al alto cargo que ostenta a pesar de estar entre los menos destacados de los que compitiero­n por él.

La informació­n fehaciente es tanta y tan llamativa que el Ministerio Público no puede dejar de entender de oficio ante indicios no solo de enriquecim­iento ilícito, sino también de lavado de dinero y de evasión tributaria, a partir de las declaracio­nes juradas.

Pero ya está sistematiz­ando la excusa falaz de que necesita esperar los estudios de correspond­encia de la Contralorí­a que, de mala fe, alegan fiscales para justificar su planeada inacción.

La ciudadanía no debe darse por satisfecha con tener acceso a las declaracio­nes juradas, al cabo de una larga lucha, sino exigir a Sandra Quiñónez que cumpla el artículo 290 del Código Procesal Penal. Las obscenas fortunas que están saliendo a la luz surgieron al abrigo de la impunidad y eso debe acabar.

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