Monstruosidad
De los estados económicos de los que gozan muchos de los políticos y funcionarios gobernamentales de nuestro país en los distintos niveles, y que podemos ver a través de las declaraciones juradas publicadas en los medios, se colige que en este punto del globo terráqueo no hace falta trabajar, estudiar o emprender grandes proyectos de producción, para volverse rico en pocos años. Basta con meterse a político, ser lo suficientemente indigno y no hacerle asco a nada, por repugnante que sea, si ello reportará alguna ventaja en lo personal. No importa que en ello esté en juego la educación, la vida y la salud de la población; la soberanía nacional o la propia dignidad humana. Vemos, por otra parte, que muchos emprendimientos impulsados por personas cuya motivación es simplemente trabajar dentro del margen de las leyes se ven empujados a remar contra corriente en un mar de dificultades, desde una burocracia que les paraliza, pedidos de “participación” en el negocio de los intermediarios del poder, o el contrabando que le ahoga, entre muchas otras dificultades. En última instancia “transar” con el sistema para poder sobrevivir. La corrupción tiñe casi toda actividad en los diversos ámbitos de nuestro país. Se convirtió en un monstruo que devora todo a su paso, que está incrustado en las mismas instituciones del Estado y ante el cual la ciudadanía parece no tener otra salida que la angustia de los casos perdidos. Por fortuna quedan los patriotas que se animan a presentar batalla, a veces parecen predicadores en el desierto, pero esa es la fuerza que la ciudadanía debe apoyar. Es la alternativa a la resignación definitiva frente a tanta podredumbre que pareciera succionar la energía hasta hacerlo sentir impotente al ciudadano. Necesitamos trabajar en la educación de valores, como la ética, la honradez, la integridad, el sentido de justicia; en el espíritu crítico, comenzando en nuestras casas y, definitivamente, aprender a desechar de la vida pública a los asesinos de las esperanzas que ocupan los espacios de poder no para servir al pueblo, sino para devastarlo.