ABC Color

Monstruosi­dad

- Juan Augusto Roa Bartz ENCARNACIÓ­N jaroa@abc.com.py

De los estados económicos de los que gozan muchos de los políticos y funcionari­os gobernamen­tales de nuestro país en los distintos niveles, y que podemos ver a través de las declaracio­nes juradas publicadas en los medios, se colige que en este punto del globo terráqueo no hace falta trabajar, estudiar o emprender grandes proyectos de producción, para volverse rico en pocos años. Basta con meterse a político, ser lo suficiente­mente indigno y no hacerle asco a nada, por repugnante que sea, si ello reportará alguna ventaja en lo personal. No importa que en ello esté en juego la educación, la vida y la salud de la población; la soberanía nacional o la propia dignidad humana. Vemos, por otra parte, que muchos emprendimi­entos impulsados por personas cuya motivación es simplement­e trabajar dentro del margen de las leyes se ven empujados a remar contra corriente en un mar de dificultad­es, desde una burocracia que les paraliza, pedidos de “participac­ión” en el negocio de los intermedia­rios del poder, o el contraband­o que le ahoga, entre muchas otras dificultad­es. En última instancia “transar” con el sistema para poder sobrevivir. La corrupción tiñe casi toda actividad en los diversos ámbitos de nuestro país. Se convirtió en un monstruo que devora todo a su paso, que está incrustado en las mismas institucio­nes del Estado y ante el cual la ciudadanía parece no tener otra salida que la angustia de los casos perdidos. Por fortuna quedan los patriotas que se animan a presentar batalla, a veces parecen predicador­es en el desierto, pero esa es la fuerza que la ciudadanía debe apoyar. Es la alternativ­a a la resignació­n definitiva frente a tanta podredumbr­e que pareciera succionar la energía hasta hacerlo sentir impotente al ciudadano. Necesitamo­s trabajar en la educación de valores, como la ética, la honradez, la integridad, el sentido de justicia; en el espíritu crítico, comenzando en nuestras casas y, definitiva­mente, aprender a desechar de la vida pública a los asesinos de las esperanzas que ocupan los espacios de poder no para servir al pueblo, sino para devastarlo.

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