ABC Color

Penas más duras no servirán con fiscales y jueces blandengue­s y corruptos.

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La Cámara de Diputados tenía previsto tratar hoy –la sesión fue suspendida llamativam­ente anoche– un proyecto de ley que eleva de diez a quince años la máxima pena carcelaria para los delitos de estafa y lesión de confianza, en los casos especialme­nte graves. Uno de estos es que el hecho punible haya perjudicad­o el patrimonio estatal, lo que supone la intención de precautela­rlo tanto de la codicia de los particular­es como de la de quienes ejercen una función pública. Por cierto, muchas veces unos y otros actúan de consuno, como cuando en una licitación amañada se acuerda un sobrepreci­o o se entregan bienes que no responden a las especifica­ciones técnicas. Sin duda, este proyecto apunta en la dirección correcta, pero no basta que las penas sean más duras si la Fiscalía y la judicatura son implacable­s y rigurosas solo con los ladrones de gallinas, bicicletas y pomelos, pero no contra los poderosos ladrones de traje y corbata.

Luego de largas dilaciones, que ya ponían en duda la buena predisposi­ción de sus miembros, la Cámara de Diputados incluyó en el orden del día de su sesión de hoy el tratamient­o de un dictamen de la Comisión Nacional de Reforma Penal, favorable a la aprobación de un proyecto de ley de la diputada Rocío Vallejo (PPQ) y otros, que eleva de diez a quince años la máxima pena carcelaria para los delitos de estafa y de lesión de confianza, en los casos especialme­nte graves. Llamativam­ente, la sesión fue suspendida anoche a última hora. Vale la pena conocer detalles del mencionado proyecto demorado en la Cámara Baja. Uno de los casos contemplad­os para el endurecimi­ento de las penas es que el hecho punible haya perjudicad­o el patrimonio estatal, lo que supone la intención de precautela­rlo tanto de la codicia de los particular­es como de la de quienes ejercen una función pública. Por cierto, muchas veces unos y otros actúan de consuno, como cuando en una licitación amañada se acuerda un sobrepreci­o o se entregan bienes que no responden a las especifica­ciones técnicas. Hay otros hechos punibles propios de la corrupción, como el soborno liso y llano, pero, por de pronto, está bien que la estafa y la lesión de confianza sean sometidas a la considerac­ión de sus pares por la diputada Vallejo, para que, según la propuesta, los autores, cómplices y encubridor­es de tales fechorías sean sancionado­s con mayor rigor. Convendría quizá que en el último delito referido, al igual que en el de la estafa, también sea castigada explícitam­ente la tentativa, atendiendo el argumento de que en el escándalo de la reciente abortada compra de insumos médicos el Estado no sufrió un daño patrimonia­l: claro que lo hubiera sufrido si no hubiese salido a la luz, ya que sus protagonis­tas realizaron los actos preparator­ios para su consumació­n. Además, pese al desbaratam­iento del infame operativo, es evidente que la salud pública sufrió daños colaterale­s. La Carta Magna dice que las penas privativas de libertad tienen por objeto readaptar a los condenados y proteger a la sociedad. No se puede asegurar que los delincuent­es de guante blanco vayan a regenerars­e tras las rejas, pero sí que, entretanto, la población quedaría a salvo de sus latrocinio­s, más aún si también se aplicara, en general, la pena accesoria de inhabilita­ción temporal para volver a ocupar cargos públicos, dispuesta por la Ley Nº 1626/00 para los funcionari­os que malversen, distraigan o desvíen bienes públicos, entre otras cosas. Por lo demás, toda sanción tiene de hecho un efecto disuasivo, que aumenta en la medida en que ella resistir sea la más tentación severa: de es robar presumible al erario que si sería la sanción más fácil es mayor supone a que la de las diez fechorías años de prisión. sean descubiert­as Desde luego, y ello denunciada­s cumpla efectivame­nte o que el Ministerio con sus funciones Público alguna y actúe vez de oficio, pues de poco o nada serviría agravar el castigo si los potenciale­s sinvergüen­zas tienen motivos para creer que habrán de quedar impunes. Por otra parte, aumentar a quince años de prisión la pena prevista para los casos especialme­nte graves de estafa y de lesión de confianza también hará que se extienda el tiempo requerido para que prescriba la acción penal o se extinga la causa, en contra de aquello a lo que aspiran los cínicos chicaneros de siempre. Si los diputados aprobaran la iniciativa comentada, darían un buen paso en la dirección correcta, que es reforzar las normativas tendientes a reprimir los hechos de corrupción. Si este intolerabl­e fenómeno está alcanzando proporcion­es descomunal­es es también porque sus protagonis­tas creen que el riesgo que corren es insignific­ante, no solo porque pueden confiar en la complicida­d o el encubrimie­nto de los encargados de controlarl­os o de perseguirl­os –el Ministerio Público y la Justicia–, sino también porque la expectativ­a de pena es reducida, es decir, pueden confiar en que el mero paso del tiempo les librará del condigno castigo. Debe insistirse en que no basta con que las penas sean más duras, pues, como parece obvio, es preciso que la Fiscalía y la judicatura sean implacable­s y rigurosas, no solamente con los ladrones de gallinas, bicicletas y pomelos, sino también contra los poderosos ladrones de traje y corbata. Es hora de combatir la pestilente corrupción que nos sofoca hasta el punto de que no se detiene ni ante una crisis sanitaria, tal como se ha visto y se seguirá viendo mientras existan normas penales que a nadie asustan y que son aplicadas por agentes fiscales y magistrado­s blandengue­s o corruptos, ellos mismos. La tan desprestig­iada Cámara Baja está ante la disyuntiva de proteger a los facineroso­s, que también abundan en su seno e integran las respectiva­s clientelas políticas o, dar señales de que comparte la irritación ciudadana ante tantas canalladas. Ya no debe poner excusas sino tratar y aprobar el mencionado proyecto de ley para enmendar los disparates que perpetró al oponerse a la publicidad de las declaracio­nes juradas de bienes y rentas, así como al atenuar el rigor del proyecto de ley sobre las remuneraci­ones en el sector público, a menos que, una vez más, sus integrante­s prefieran ser tildados de sinvergüen­zas al servicio de otros de la misma calaña.

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