La guerra comenzó ya
Debo reconocer que estuve algo ingenuo cuando, unas semanas atrás dije que la guerra política, en aquel momento todavía soterrada, iba a estallar en toda su crudeza cuando terminara la pandemia; y es que a las personas “comunes” (que diría el diputado Portillo) nos cuesta imaginar que en una situación tan crítica, tan calamitosa social y económicamente, los problemas del país y sus ciudadanos no figuren ni siquiera entre las prioridades de segunda línea para la gran mayoría de los políticos. Por el contrario, la cadena de sucesos que los ciudadanos contemplamos asombrados demuestra a las claras que no solo no se están ocupando correctamente de atender los catastróficos efectos de la crisis sanitaria, sino que la están aprovechando, con la esperanza de que el confinamiento evite las manifestaciones de ira ciudadana y que los tapabocas eviten una epidemia de gritos de furia. El rigor casi histérico con que la fiscalía persigue a quienes “incumplen la cuarentena” con manifestaciones de protesta, mientras hace la vista gorda a reuniones masivas y sin ninguna precaución o “encuentros” de “dignatarios” con todo menos tapabocas, efusivos abrazos incluidos, con tal de que sean de favorables o amigos. De hecho, la mayoría de las manifestaciones de protesta, que desataron la furia fiscal, han sido caravanas de automóviles no muy diferentes a las “automisas” o “autocines”, que la pandemia rescató del olvido. Sumen a ello el descarado asalto al Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados perpetrado por los diputados, que es en esencia un intento de anular por completo la ya bastante vapuleada autonomía del Poder Judicial. Agreguen el blanqueo o las discutibles “medidas alternativas” para poderosos políticos acusados de abuso de autoridad, malversación y otros delitos, que desde luego no son robar pomelos. Las dos posiciones enfrentadas, que ya no son partidarias, sino que han generado la ruptura de los sectores internos de los partidos y la alianza entre sectores de partidos políticos tradicionalmente adversarios, los que desean que al menos se hagan los cambios suficientes para calmar el enojo y realimentar la paciencia ciudadana y los que no solo quieren mantener la situación, sino que se preparan activamente para empeorarla. La guerra ya está aquí. No esperó al final de la crisis sanitaria. Los diversos actores políticos se están reacomodando rápidamente para quedar en una buena posición… Unos buscan el campo de batalla y otros achican perfiles para quedar en la retaguardia, esperando el momento oportuno para apurarse a socorrer al vencedor de la contienda. Por el momento, las mejores armas están en manos del continuismo. Los intereses creados, la rígida cadena de clientelismos, la compraventa de lealtades sectoriales, el masivo latrocinio del dinero público en todos los poderes y todos los niveles de autoridad, a través de desvíos, malversaciones y licitaciones amañadas, han convertido el sistema político paraguayo en una suerte de “mafiocracia” (¡que me perdone Aristóteles el abuso de su clasificación!). Todo este sistema ya estaba llegando al límite de lo sostenible antes de la pandemia y el golpe de gracia que la crisis sanitaria está dando a la situación social y económica del país lo ha llevado a un punto de no retorno. El problema es que el “negocio” de la política se ha vuelto demasiado grande, como demuestran las declaraciones juradas, y todos tienen demasiada información comprometedora sobre todos lo demás. La pregunta es: ¿pueden prescindir de los ciudadanos? Porque la verdad, lo que yo escucho es mucha furia, mucho enojo, mucha bronca que se está convirtiendo rápidamente en verdadero odio, ayudado por el malestar acumulado y el tiempo extra, para pensar y rumiar la bronca, que el confinamiento está dando a las personas “comunes”, incluso a aquellos que no han perdido sus trabajos o no han cerrado sus negocios y todavía tienen para comer.