La soledad del poder
En Paraguay estamos experimentando una vez más esa peligrosa sensación de soledad de poder. Lo tuvieron en su momento Wasmosy, Raúl Cubas, González Macchi (un “húerfano” popularmente hablando), Nicanor en los últimos tiempos, Fernando Lugo, Federico Franco, Horacio Cartes y ahora Mario Abdo Benítez. Todos los expresidentes de la República citados tenían cosas en común: más eslogan que proyectos de cambio profundo en el Paraguay, insistían solo en obras en territorios electorales como único plan de gobierno, no castigaron la corrupción y en la mayoría de las administraciones se alentó incluso, sometieron a la fiscalía y a la justicia para sus intereses personales, llenaron de políticos incapaces y planilleros los cargos públicos con lo cual “desangran” el Presupuesto, no se animaron a hacer la verdadera reforma del Estado, ignoraron las verdaderas necesidades ciudadanas como salud, educación y servicios básicos, y como siempre ubican en la galería de los enemigos a la prensa crítica, confundían el bienestar del pueblo con el aumento patrimonial de sus correligionarios. Hay más similitudes por supuesto pero los dueños del sillón presidencial tenían las mismas “patologías” sin importar colores ni ideologías desde Wasmosy hasta Lugo. Pero el caso de Mario Abdo se debe analizar ahora por el presente que vivimos. Al actual jefe de Estado se le alinearon los astros, al recibir un respaldo de su partido en las internas al derrotar a Santi Peña, candidato que impuso Cartes, y al ganar las generales aunque fuese con ajustado margen. De esta manera llegó al Palacio de López pero su fuerza política se fue debilitando con el tiempo, muy rápidamente. Abdo estuvo a punto de caer incluso a menos de un año de gobierno por el acta entreguista de Itaipú pero el remedio fue peor que la enfermedad. A partir de ahí el cartismo le marcó la cancha y volvió de facto al poder para seguir con su plan de extender sus tentáculos hacia el Ministerio Público y el Poder Judicial. Ahora estamos viendo los resultados: “blanqueos” al clan Zacarías Irún, designación de ministros de Corte y de un fiscal adjunto en el Alto Paraná, Humberto Rosetti, con extensión territorial a otros departamentos fronterizos clave como Canindeyú e Itapúa, el perdón al juez Marino Méndez y su confirmación como magistrado en el este del país, la cuestionada designación del diputado Hernán David Rivas (ANR, cartista) como miembro del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrado, el lento avance de algunos procesos de políticos colorados y la ceguera del Ministerio Público ante el grosero patrimonio neto que tiene la mayoría de las autoridades, según observamos en las declaraciones juradas que se publican a diario. Lamentablemente Abdo Benítez no supo aprovechar la pandemia para reconciliarse con la ciudadanía, con una reforma del Estado verdadera, que le permita al país cerrar la canilla y ahorrar dinero para lo que realmente importa. En momentos no pandémicos era impensable eso en el Paraguay y ahora parece que tampoco es viable por la debilidad del Ejecutivo, la división de la oposición que carece de fuerza para reclamar y el temor que le tiene el Gobierno a sus electores, especialmente funcionarios públicos. Es más, se recurrió a un alto endeudamiento para destinar una parte importante al pago de salarios públicos inclusive bajo la excusa de que ayudarán a “reactivar” la economía del país. Tal cosa no ocurrió. Hoy vemos que políticamente está debilitado el jefe de Estado. Pero lo peor es que rechaza las críticas y desafía a quienes le cuestionan. Este tipo de conductas son muy peligrosas porque pueden despertar de nuevo la ira ciudadana como ya ocurrió en varios pasajes de nuestra historia. Si no hace “cambio de timón”, correrá serio riesgo.