Gente que vale
Cada uno de nosotros tendrá frases que escoge entre sus preferidas, o porque resumen un pensamiento que se considera fundamental, o porque forman parte de algún capítulo trascendental de la historia, o porque simplemente sintetizan con ingenio alguna circunstancia cotidiana. Es el caso de una de las frases que solemos citar con bastante frecuencia, que hace referencia a que en las peores circunstancias uno conoce a la gente realmente valiosa. Esta pandemia la puso a prueba nuevamente al enfrentarnos a nuestros miedos y realidades. El miedo a lo desconocido, a un virus del que aún no se saben muchas cosas, de rápido contagio y consecuencias que pueden ser devastadoras dependiendo del organismo que invada. Ese miedo que lleva a desarrollar altos niveles de agresividad desde el teclado de las redes sociales hacia quien no piensa igual, fogoneando en los espíritus temerosos la idea de que debe haber un pensamiento único, una sola manera de pensar, y de que las decisiones del gobierno, y por ende del Ministerio de Salud son infalibles, y no pueden ser discutidas incluso por especialistas médicos. Y nos enfrenta también a lapidarias realidades, para constatar más que nunca en esta crisis las consecuencias de la pulverización de los sistemas educativo y de salud por la corrupción, la impunidad y el desinterés político. Una pandemia en la que también vimos cómo volvieron a pegarle manotazos al dinero público en diferentes instituciones, mientras con candidez esperamos que exista alguna condena judicial para los involucrados en esta miserable práctica que ni siquiera se detiene en un escenario de emergencia como el que generó el virus. O denuncias laborales que hablan de violaciones a derechos fundamentales y maniobras que buscan sacar provecho de la necesidad y el temor a perderlo todo. Lo mejor y lo peor de nosotros. Como resumíamos el 22 de marzo pasado, a 15 días de la aparición del primer contagio detectado en el país, la extraordinaria novela del franco-argelino Albert Camus, quien en La Peste se encargó de describir las miserias que el miedo es capaz de generar en una población. En la obra, la aparición de la peste puso a prueba a los habitantes de un pueblo, exponiendo la miserabilidad de la extorsión, el chantaje, y el soborno, o la avaricia para lucrar y especular con el miedo y la muerte, o el racismo, la intolerancia, la discriminación y el egoísmo. Pero también fue capaz de rescatar la solidaridad, el valor y el compromiso social de quienes cuidaban a los más vulnerables. Y la capacidad de gobernar de quienes debieron tomar decisiones pensando en el bien común. Volví a recordar esto ya hace unas semanas cuando ante algunas muestras de discriminación hacia los contagiados manifestadas en algunos lugares, incluso con movilizaciones de por medio, observábamos también el emocionante ejemplo de vecinos de Nueva Italia que llevaban su apoyo, solidaridad y mensaje de esperanza hacia uno de los miembros del barrio. Lo mismo vino a la mente al observar el genuino compromiso de médicos, enfermeros, anestesistas, bioquímicos y otros gremios, que honrando su vocación brindan toda su capacidad y calidez humana a pacientes que deben ser atendidos. O la solidaridad de los organizadores de ollas populares o campañas de recolección, aquellos que genuinamente tratan de ayudar como pueden, apelando a la discreción de quien auténticamente persigue hacer el bien, respetando la dignidad ajena y lejos de la búsqueda de publicidad. Es por esa condición humana que Camus había sentenciado en La Peste que pese a miedos e incertidumbres, “en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio.” Y ya hemos visto que lo mejor de muchos ha prevalecido por sobre las miserias. Definitivamente, en los peores momentos se conoce a las mejores personas.