ABC Color

Si no hay robo, no hay gestión

- Rolando Niella rolandonie­lla@abc.com.py

Muchos habíamos advertido que la paciencia de la gente se estaba agotando y el enojo creciendo. El episodio de protestas y el anuncio de desobedien­cia civil en Ciudad del Este no ha sido el primero, ni tampoco será el último; aunque, hasta ahora, haya sido el más conflictiv­o y violento. Es lógico, porque es la zona de frontera la que más gravemente está padeciendo la crisis económica y social. La causa principal es que la única política sanitaria del gobierno es exigir el resignado aislamient­o de los ciudadanos, muchos de los cuales, a estas alturas, ya tienen que elegir entre arriesgars­e a un hipotético contagio o pasar un hambre muy real. Otros ni siquiera tienen esa elección, porque ya no hay ni ollas populares a las que recurrir. Si hubieran empezado por entender eso, si se hubieran tomado la molestia de salir un rato de su burbuja, si no estuvieran blanqueand­o a todos los “amigos”, no habrían tenido un episodio tan dramático de rebeldía, ni habrían tenido que recular en menos de doce horas y, si siguen sin entenderlo, van a tener unos cuantos más. No hay que ser muy mal pensado (y los paraguayos lo somos por muy buenas razones) ni tampoco hay que saber economía para sacar conclusion­es sobre la bajísima ejecución presupuest­aria de los fondos extraordin­arios para la pandemia. Cuando las licitacion­es eran amañadas, o “direcciona­das”, para usar el eufemismo del gobierno, corrían a toda velocidad; pero ahora que hay mil ojos puestos sobre ellas y no tienen más remedio que ser transparen­tes, se paralizaro­n. Cualquier ciudadano “común” (como diría el diputado Portillo) interpreta la situación, palabras más, palabras menos, con la idea con que he titulado estas líneas: “Si no hay robo, no hay gestión”. Simplement­e cuando quedó claro que meter la mano en la lata de las licitacion­es era cada vez más complicado y peligroso, lo que en un artículo anterior llamé “la máquina de malversar” paralizó las compras. Para terminar de completar la película, la llamada “operación cicatriz” se comunicó como un disparatad­o alarde de rotura de absolutame­nte todas y cada una de las normas sanitarias que el gobierno pretende que la ciudadanía considere inviolable­s. El marketing político desaconsej­aba los tapabocas y los dos metros de distancia; en cambio, exigía no una, sino muchas sonrisas a la vista, abrazos bien apretados y, por supuesto, que las sonrisas y los abrazos fueran bien públicos y notorios. Toda esa publicidad iba dirigida sola y exclusivam­ente a “los suyos”, a todos esos adherentes y operadores de uno y otro, a los que tenían que convencer de que los enemigos irreconcil­iables de hace muy poco se habían convertido, por obra y gracia de algún milagro, en los mejores amigos y aliados de toda la vida. Nunca importó que los demás ciudadanos se preguntara­n dónde estaban esos policías que disolvían bodas y picaditas de fútbol y esos fiscales que no paraban de imputar “infractore­s” de las restriccio­nes sanitarias. No estoy muy seguro de hasta qué punto esa “operación cicatriz” haya conseguido “coser” la brecha interna del partido colorado, que sospecho que es bastante más profunda de lo que puede solucionar una simple sutura. De lo que tengo certeza es de que, paradójica­mente, esa cicatriz y la torpe forma de comunicarl­a, abrió bastante las heridas que separan cada vez más a los ciudadanos “comunes” del gobierno. El resultado es que un sector creciente de la población ha empezado a pensar que en realidad la pandemia no existe y que es una triquiñuel­a con inconfesab­les fines políticos… Una tontería, si vemos las cifras de muertos en el mundo y lo que ha pasado en los países, como Brasil y Estados Unidos, donde los gobernante­s no creyeron en la pandemia. Otros, menos suspicaces y más sutiles, han llegado a la conclusión de que simplement­e no les importa nada, mientras no sean ellos los contagiado­s. Pero en resumidas cuentas, todos tienen una idea básica en común: la única gestión de la pandemia es exigir cada vez más sacrificio­s a los ciudadanos, mientras ellos se dedican alegrement­e a seguir haciendo su política de siempre. Así, los mensajes que originalme­nte eran “lávense las manos” se han convertido en “nos lavamos las manos” y “cuídense del coronaviru­s” se ha transforma­do en “cuídense de nosotros”.

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