La ficción del puente
El grupo volvió a reunirse, es un decir, utilizando la misma aplicación que se hizo tan popular durante la cuarentena. Sus miembros definitivamente extrañaban la mesa del bar en la que eran capaces de resolver todos los problemas del mundo en una noche. –Peor es nada, ¡salud! –comenzó diciendo el administrador de la sesión, mientras exhibía al resto la copa con la que acompañaba la reunión virtual. El resto brindó con el mismo gesto, para abordar inmediatamente el temario habitual: la cuarentena, la falta de asados y fútbol entre los amigos, alguna maldad sobre los ausentes y descripciones muy alejadas de la exquisita literatura, sobre la estética y voluptuosidad de algunas cercanas representantes del sexo opuesto. Eso sí, de forma cada vez más preocupante se iban agregando anécdotas ya repetidas hasta el hartazgo y comentarios vinculados a doctores, dolencias y fármacos, dejando registro del implacable paso del tiempo entre los miembros del grupo. Repentinamente uno de ellos disparó el debate al cuestionar a los que salieron a protestar en Ciudad del Este contra la vuelta a una cuarentena más estricta. –Está bien que protesten, son un ejemplo para el resto del país para no aceptar ya cualquier cosa –respondió enseguida otro, que fue apoyado inmediatamente por alguien que agregó que es fácil pedirle a la gente que se quede en su casa teniendo asegurado algún ingreso. –Sí, pero la salud está antes –insistió el primero, argumentando que es la gente la responsable de que los contagios se hayan multiplicado rápidamente y que siempre se buscan excusas para no asumir las responsabilidades. Esta sentencia inmediatamente generó una discusión en el chat, en el que cuatro o cinco se interrumpían constantemente alzando cada vez más la voz. El profe, que como siempre escuchaba primero a todos antes de hablar, pidió la palabra para hacerlo, generando inmediatamente el silencio de todos. –Miren, acá el tema es mucho más complejo –comenzó diciendo– la mayoría de los que salieron a protestar son trabajadores informales, gente que vive del día a día, a la que tampoco le llegan las ayudas sociales que también sabemos que son insuficientes. El problema de fondo es que desde la misma política nada se hizo para cambiar el modelo de informalidad en nuestras fronteras, al contrario –continuó. Solo fíjense en algo que admitió el viernes el ministro del Interior; Acevedo dijo que ahora sí se va a cerrar totalmente y de modo firme el paso en el Puente de la Amistad. ¿Qué quiere decir eso? Que había gente que iba y venía desde Brasil con la complicidad de las autoridades. En síntesis, una situación de privilegio frente a tantas personas que tuvieron que acampar varios días en el mismo puente para poder entrar a su país, hacinadas y con el riesgo de contagiarse del virus. Un insulto al ciudadano que quiere hacer en forma todo. ¿Cómo no te vas a rebelar así, cuando sabés perfectamente cómo se maneja todo ahí? Por eso es que parece que a veces hay un país de ficción, que es el que anuncian, y un país real, que es el que vemos a diario –sentenció el profe, ante el atento silencio de todos. Enseguida uno de ellos le recordó lo que también había dicho en la última reunión sobre un caso de corrupción vinculado a esta cuarentena en el que aún no se está contando todo lo que ocurrió. –En pocos días más vas a saber –le respondió enigmáticamente el profe. Y enseguida alguien largó un chiste para distender un ambiente que se había vuelto excesivamente serio.