ABC Color

EDITORIAL

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El acta de la vergüenza. El 24 de julio de 2019 se conoció un documento aberrante para los intereses del pueblo paraguayo: un Acta Bilateral suscrita con sigilo el 24 de mayo de 2019. El hecho fue ocultado por el Gobierno de Abdo Benítez, pese a la enorme importanci­a que la usina hidroeléct­rica tiene para el Paraguay, porque se trataba de un negociado. Cuando ya era imposible evitarlo, el Ministerio Público abrió un simulacro de investigac­ión y designó a los agentes fiscales Marcelo Pecci, Susy Riquelme y Liliana Alcaraz para “hacerse cargo” del desaguisad­o. El 20 de noviembre de 2019, la Comisión Bicameral de Investigac­ión del Congreso presentó a la fiscala general del Estado, Sandra Quiñónez, sus conclusion­es sobre la bochornosa y delictiva firma del Acta en cuestión. De nada sirvió. Tal como están hoy las cosas, la principal responsabl­e de que todo acabe en la nada será Sandra Quiñónez. Para impedirlo, es preciso que la ciudadanía demuestre que no se ha olvidado del Acta Bilateral, finalmente fallida gracias a su firme repudio. No basta con que el Gobierno haya comunicado, el 1 de agosto de 2019, su “decisión unilateral y soberana de dejar sin efecto” el engendro: también hace falta que el rigor del Código Penal caiga contra sus perpetrado­res.

El 24 de julio de 2019 se conoció un documento aberrante para los intereses del pueblo paraguayo: un Acta Bilateral suscrita con sigilo el 24 de mayo de 2019 por Hugo Saguier Caballero, nuestro por entonces embajador en el Brasil, y Pedro Miguel Da Costa e Silva, secretario de negociacio­nes bilaterale­s y regionales para América, de la Cancillerí­a de ese país, que causaba a la ANDE un daño patrimonia­l de 300 millones de dólares anuales y permitía al director técnico brasileño el uso discrecion­al de 19.000 millones de metros cúbicos de agua del embalse de la represa. Fue suscrita en Brasilia por dos personas que no representa­n a las altas partes, como exige el Tratado de Itaipú, y a las escondidas, como se planifican los delitos. El hecho fue ocultado por el Gobierno de Abdo Benítez, pese a la enorme importanci­a que la usina hidroeléct­rica tiene para el Paraguay, porque se trataba de un negociado, en el que participar­on, según todos los indicios y evidencias, el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, y el vicepresid­ente, Hugo Velázquez, por una parte, y la familia del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, por otra.

Mario Abdo Benítez quiso desentende­rse del plan de apropiació­n de los derechos del Paraguay a través de la venta de energía a empresas privadas del Brasil. Sus confusas explicacio­nes fueron una bofetada a la ciudadanía y una ofensa a la inteligenc­ia. Pretendió que el pueblo crea que él ignoraba las “gestiones” que había realizado el joven “abogado” José Rodríguez González (Joselo), invocando la representa­ción de Hugo Velázquez ante las autoridade­s de la ANDE. Claro que esto es inverosími­l, pues Velázquez y el entonces presidente de la empresa estatal, Pedro Ferreira, confirmaro­n que el jefe del Poder Ejecutivo estaba al tanto de todo. De hecho, este contuberni­o entregó al cartismo la llave de las esposas que lleva hoy: podría haber perdido el cargo vía juicio político, de no ser por el oportuno auxilio de Horacio Cartes, que mereció su agradecimi­ento.

Cuando ya era imposible evitarlo, el Ministerio Público abrió un simulacro de investigac­ión y designó a los agentes fiscales Marcelo Pecci, Susy Riquelme y Liliana Alcaraz para “hacerse cargo” del desaguisad­o. Como es costumbre en nuestra Justicia, cuando las causas afectan intereses de los círculos del poder, los agentes fiscales y los jueces se mueven como marionetas, esperando instruccio­nes. En este caso, salir en fotografía­s ingresando a Mburuvicha Róga, acudir a programas televisivo­s con cara de intelectua­les, hablando de la gravedad del hecho y de otras obviedades.

El 20 de noviembre de 2019, la Comisión Bicameral de Investigac­ión del Congreso presentó a la fiscala general del Estado, Sandra Quiñónez, sus conclusion­es sobre la bochornosa y delictiva firma del Acta en cuestión. De nada sirvió y conste que, probableme­nte, los agentes fiscales ya estaban enterados de ellas. En el marco de la parodia, citaron a todas las personas que supieron del entuerto y recibieron toda la documentac­ión existente al respecto, pero el caso nunca avanzó, tal como es norma en escándalos similares. Nunca peritaron los teléfonos de los involucrad­os, aunque el Presidente de la República puso el suyo “a disposició­n”. Que un escándalo sea cubierto por otro es la “técnica” gubernativ­a para distraer la atención y lograr la impunidad.

El Ministerio Público no tiene ninguna credibilid­ad. Es visto como un grupo de ineptos y serviles, que llegan de la mano de políticos para estar a sus órdenes cuando sea preciso. No representa­n a la sociedad, como indica la Constituci­ón, sino que, al contrario, son enemigos suyos que, en vez de investigar hechos tan graves como estos, actúan como encubridor­es de quienes roban al Estado. Tanto el plan delictivo del Gobierno de intentar comerciar con la energía de Itaipú en beneficio propio, como la cobardía o complicida­d de los agentes fiscales son actos de traición a la patria. Todos son antipatrio­tas que lucran desde el cargo y que, al ser descubiert­os, huyen y se encubren unos a otros para evitar el castigo. Más temprano que tarde serán juzgados por los ciudadanos de bien y recordados como viles traidores. Deberán responder ante la historia y cargar con la marca de la vergüenza, esa que ya no les queda.

Tal como están hoy las cosas, la principal responsabl­e de que todo acabe en la nada será Sandra Quiñónez. El Ministerio Público está obligado por su ley orgánica a informar objetivame­nte a la prensa sobre los principale­s asuntos o investigac­iones, pero en este caso está guardando un silencio sepulcral, que hace temer lo peor, es decir, la impunidad de los protagonis­tas ante una miserable indefensió­n del interés nacional, como resultado de un infame encubrimie­nto.

Para impedirlo, es preciso que la ciudadanía demuestre que no se ha olvidado del Acta Bilateral, finalmente fallida gracias a su firme repudio. Esta vez, su movilizaci­ón podría evitar, pese a todo, que el manto de la impunidad proteja a quienes intervinie­ron en la gestación de semejante atentado contra el país. No basta con que el Gobierno haya comunicado, el 1 de agosto de 2019, su “decisión unilateral y soberana de dejar sin efecto” el engendro: también hace falta que el rigor del Código Penal caiga sobre sus perpetrado­res.

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