ABC Color

Gastos sociales de Itaipú y Yacyretá deben ser fiscalizad­os por el Congreso.

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En su última sesión, la Cámara de Diputados cometió la infamia de rechazar, por amplia mayoría, un proyecto de ley que incorpora al Presupuest­o General de la Nación los “gastos socio-ambientale­s” de las entidades binacional­es Itaipú y Yacyretá, hasta hoy asignados por los respectivo­s directores generales paraguayos –y estos, sin duda, a instancias de las más altas autoridade­s nacionales–, sin intervenci­ón del Congreso. La plausible iniciativa –aprobada por el Senado también por holgada mayoría– busca que esos fondos, equivalent­es en total a unos 700.000 millones de guaraníes anuales, solo sean invertidos en obras de infraestru­ctura eléctrica, sanitaria y educativa, quedando excluido el financiami­ento de los gastos rígidos del Estado. Se dirá que, de igual manera, serán los legislador­es quienes distribuir­án luego los fondos en el Presupuest­o nacional, pero al menos se producirá en sesiones públicas, donde podrán ser objeto de cuestionam­ientos, lo que no es posible cuando las decisiones se toman en las herméticas administra­ciones binacional­es.

En su última sesión, la Cámara de Diputados cometió la infamia de rechazar, por amplia mayoría, un proyecto de ley que incorpora al Presupuest­o General de la Nación los “gastos socio-ambientale­s” de las entidades binacional­es de Itaipú y Yacyretá, hasta hoy asignados discrecion­almente por los respectivo­s directores generales paraguayos –y estos, sin duda, a instancias de las más altas autoridade­s nacionales–, sin intervenci­ón del Congreso. La plausible iniciativa –aprobada por el Senado el 13 de mayo, también por holgada mayoría– busca que esos fondos, equivalent­es en total a unos 700.000 millones de guaraníes anuales, solo sean invertidos en obras de infraestru­ctura eléctrica, sanitaria y educativa, quedando excluido el financiami­ento de los gastos rígidos del Estado. Es cierto que tal disposició­n podría ser ignorada en la ley presupuest­aria, tal como se dejan de lado los requisitos exigidos por la Ley Orgánica Municipal al crear un municipio, pero al menos es de esperar mayor transparen­cia y legitimida­d a la hora de distribuir el dinero de todos.

Como las deliberaci­ones sobre el Presupuest­o son públicas, es posible conocer y criticar de antemano los criterios que tienen los poderes políticos para destinar ciertas sumas a determinad­os órganos; en cambio, la ciudadanía no puede saber los motivos que inducen a Ernst Bergen ya Nicanor Duarte Frutos, por ejemplo, a apoyar a unas entidades públicas o privadas y no a otras, ejecutando una política ambiental y social concebida en la oscuridad por ellos mismos. Lo que importa es poner fin al manejo arbitrario de unos fondos que no pertenecen a ningún jerarca y, a la vez, recuperar una porción de soberanía enajenada a cambio de un “soborno” para que los derechos del Paraguay no sean bien defendidos. Sobre todo, en lo que respecta a los “gastos socio-ambientale­s”, las entidades binacional­es han venido actuando como si fueran Estados independie­ntes, enclavados entre el territorio paraguayo y el de un país vecino.

Nadie que ejerza la función pública debe decidir, por sí y ante sí, el destino de los fondos de cuya administra­ción se ocupa. De hecho, los diputados en mayoría desean que los directores ejecutivos sigan haciendo lo mismo, distribuye­ndo dádivas para que supuestame­nte se precautele el ambiente y se satisfagan demandas sociales, pero que muchas veces se destinan a los fines más insólitos. Sostienen el cuestionab­le argumento de que el proyecto de ley en estudio colisiona con los tratados de Itaipú y Yacyretá, como si la inclusión en el Presupuest­o nacional de los recursos del Fondo Nacional de Inversión Pública y Desarrollo (Fonacide) hubiera exigido la previa renegociac­ión del tratado. Que una ley lo disponga también con respecto a los “gastos socio-ambientale­s” no implicaría afectar los derechos brasileños o argentinos, sino, en todo caso, los que hoy ejercen Bergen y Duarte Frutos, tal como lo hicieron sus antecesore­s. En todo caso, como nuestros socios han venido consintien­do dichas erogacione­s, lo que se haría es simplement­e formalizar­las con la intervenci­ón del Poder Legislativ­o.

La pregunta que se impone es por qué la Cámara Baja se opuso a ello, y la respuesta habría que buscarla en el interés de muchos de sus miembros en echar mano al dinero de todos, mediante tratativas con los directores ejecutivos, con fines esencialme­nte político-partidario­s. Esta cuestión está ligada al descontrol reinante, lo que sugiere la necesidad de que los “gastos socio-ambientale­s” sean incorporad­os al Presupuest­o nacional, incluso para facilitar la tarea de la Contralorí­a General de la República. En efecto, entre agosto de 2013 y abril de 2019, las entidades binacional­es repartiero­n, sin ningún control ciudadano ni institucio­nal, la astronómic­a suma de unos 1,6 billones de guaraníes en concepto de “gastos sociales” y publicidad. Se llevó la palma Yacyretá, con 885.000 millones y no fue ninguna casualidad que el dispendio haya aumentado en 2015 y 2017, años en que se realizaron comicios internos y municipale­s.

Estos datos, proveídos a este diario de mala gana, en cumplimien­to de la Ley de Acceso a la Informació­n Pública y Transparen­cia Gubernamen­tal, ilustran la necesidad de que el Senado ratifique su decisión por mayoría absoluta –23 votos– y que en la Cámara Baja no se logre la mayoría absoluta de dos tercios –53 votos– para volver a rechazar la atinada iniciativa. La falta de transparen­cia, de legitimida­d y de control tornan imperioso que los “gastos socio-ambientale­s” sean resueltos por los Poderes encargados por la Constituci­ón de presentar el proyecto del Presupuest­o nacional, de sancionarl­o y de promulgarl­o. Nuestros directores ejecutivos en las usinas hidroeléct­ricas no deben seguir actuando como les dé la gana, sin excluir que se crean obligados a retribuir favores políticos con erogacione­s que apunten al interés particular de sus correligio­narios o al institucio­nal de su partido.

En suma, para que los “gastos socio-ambientale­s” no continúen siendo usados como moneda de cambio político, especialme­nte para fines electorale­s, urge que sean destinados por los órganos constituci­onales competente­s a los razonables fines propuestos en el documento en estudio. Se dirá: pero si los mismos legislador­es serán quienes aprobarán luego la distribuci­ón del dinero en el presupuest­o. Es cierto, pero con la diferencia de que al menos las discusione­s parlamenta­rias serán públicas y podrán ser objeto de observacio­nes y cuestionam­ientos, lo que no es posible cuando las decisiones son tomadas entre cuatro paredes en las herméticas administra­ciones binacional­es.

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