ABC Color

Se debe poner fin a la rapiña en las licitacion­es públicas.

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Las contrataci­ones públicas son una inagotable fuente de corrupción, gracias a la alianza estratégic­a forjada a lo largo de décadas entre proveedore­s y autoridade­s. Los Gobiernos se suceden, pero el contuberni­o persiste, como si las licitacion­es amañadas y las sobrefactu­raciones anexas fueran prácticas legitimada­s por la costumbre. Hasta existiría una división de trabajo, según la cual ciertos organismos establecen un vínculo especial con algún oferente, como se evidenció en el Ministerio de Salud Pública y en el IPS. O sea que los lazos pueden estrechars­e, según el interés de la máxima autoridad de una entidad pública e, incluso, el de los funcionari­os de la Dirección de Administra­ción y Finanzas. Es auspicioso saber que la DNCP está elaborando un proyecto de ley para actualizar la vigente en la materia. Es de esperar que toda iniciativa legal que se encare en este campo no sea otra vez propicia para ser vulnerada por todos los costados por los sinvergüen­zas y sus padrinos que acaparan las contrataci­ones del Estado, mediante el delito compartido del soborno, como viene ocurriendo.

Las contrataci­ones públicas son una inagotable fuente de corrupción, gracias a la alianza estratégic­a forjada a lo largo de décadas entre proveedore­s y autoridade­s. Los Gobiernos se suceden, pero el contuberni­o persiste, como si las licitacion­es amañadas y las sobrefactu­raciones anexas fueran prácticas legitimada­s por la costumbre. Hasta existiría una división del trabajo, según la cual ciertos organismos establecen un vínculo especial con algún oferente. Se evidenció, por ejemplo, que el Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social cultiva una antigua relación con las firmas Eurotec SA e Imedic SA, hasta el punto de ignorar la ley y el pliego de bases y condicione­s para anticiparl­e 17.000 millones de guaraníes en unas cuestionad­as licitacion­es realizadas en medio de la actual pandemia, regalo este que el empresario Justo Ferreira habrá sabido agradecer.

En el campo sanitario, también el Instituto de Previsión Social tiene sus proveedore­s dilectos, como la familia Chamorro, experta en seguridad y sobrepreci­os. Ahora surge el emprendedo­r joven Juan Andrés Campos Cervera, que bajo la actual administra­ción ya ha ganado licitacion­es por 56.689 millones de guaraníes, superando así largamente los 2.856 millones de guaraníes que se le adjudicaro­n en concursos de oferta realizados entre 2011 y 2018. O sea que los lazos pueden estrechars­e, según el interés de la máxima autoridad de una entidad pública e incluso el de los funcionari­os de la Dirección de Administra­ción y Finanzas. El nombre de la firma –Engineerin­g SA– es engañoso, ya que no solo construirá una subestació­n para un hospital, sino que también venderá “kits” de protección contra el coronaviru­s, tras haber suministra­do muebles, sábanas y frazadas. Se trata así de un proveedor multifunci­onal, que no requiere exhibir una larga experienci­a en cierto campo. Igual ocurre con las “empresas de maletín” creadas para vender al Estado cualquier cosa, presentand­o, en el mejor de los casos, la oferta más baja que, no obstante, puede superar el precio de mercado.

Como dijo el jefe de la Dirección Nacional de Contrataci­ones Públicas (DNCP), Pablo Seitz, “estamos en un sistema de selección de ofertas que apunta solo al producto más bajo; no se puede juzgar la calidad”. Sin embargo, la Ley Nº 2051/03 faculta a la DNCP a “verificar la calidad de los bienes, servicios y obras contratado­s”. Es que lo barato puede salir caro. Conste que la misma normativa dice que “la Convocante adjudicará al participan­te que cumpla con las condicione­s legales y técnicas estipulada­s en los pliegos (…), que tenga las calificaci­ones y la capacidad necesaria para ejecutar el contrato (…). Si dos o más ofertas son solventes porque han cumplido la totalidad de los requisitos, el contrato se adjudicará a quien presente el precio más bajo”. Esto implica que el costo es el último criterio a considerar, aunque la opinión pública, a juzgar por la antigua experienci­a, crea lo contrario y, de hecho, las convocante­s solo atiendan el precio.

Suele ocurrir también que las licitacion­es son “direcciona­das” mediante un pliego de bases y condicione­s a la medida de algún oferente, pese a que la ley citada dispone que ellas sean amplias para que haya el mayor número de oferentes y que, a la vez, sean “claras, objetivas e imparciale­s, para evitar favorecer indebidame­nte a algún participan­te”. Es un punto clave, que a veces genera protestas de los eventuales oferentes. Estas denuncias no son más frecuentes quizá porque, aparte de la división del trabajo antes referida, muchos proveedore­s temen malquistar­se con los que mandan por objetar alguna etapa de la contrataci­ón.

A propósito, la DNCP puede investigar de oficio o por denuncia fundada y hasta suspender el procedimie­nto. Con todo tino, su jefe lamenta que la inhabilita­ción de una firma proveedora solo pueda extenderse desde tres meses hasta tres años y, sobre todo, que la sanción no afecta a sus directores, a sus accionista­s ni a las empresas ligadas a ella, lo que conlleva que pueda reinventar­se en otra o recurrir a una vinculada para volver a participar en una contrataci­ón. Para impedir trampas, es preciso reforzar los controles y alentar las denuncias, ya que, siempre según el jefe de la DNCP, solo es anulado el 7% de las contrataci­ones, aunque “hay un 30% de procesos que pudieron haberse llevado de mejor manera”.

Es auspicioso saber que dicho organismo está elaborando un proyecto de ley para actualizar la ley Nº 2051/03, modificada en 2007. En efecto, ya es hora de que rija una nueva normativa, consideran­do la experienci­a acumulada y los principios de economía, eficiencia, igualdad, libre competenci­a, transparen­cia y publicidad, para que la ciudadanía sepa, entre otras cosas, quiénes integran los Comités de Evaluación y las Unidades Operativas de Contrataci­ón. No bastará con que las nuevas normas apunten a sanear las contrataci­ones, sino que también será necesario que sean efectivame­nte cumplidas para que no siga habiendo licitacion­es que estén siendo evaluadas desde hace tres años, como lo recuerda también el titular de la DNCP.

La ley debería evitar tanto el reglamenta­rismo que trabe la presentaci­ón de ofertas como la laxitud que permita la arbitrarie­dad del órgano. Las buenas intencione­s pueden ser molestas en algunos casos, como surge de que Petróleos Paraguayos carezca hoy de gas licuado, porque diez licitacion­es fueron declaradas desiertas por falta de ofertas. Resulta que una nueva ley obliga a los abastecedo­res del Estado a presentar sus declaracio­nes juradas de bienes y rentas, documentos que, por lo visto, los proveedore­s de esa empresa nunca han presentado a la Subsecreta­ría de Estado de Tributació­n y que, por alguna ignorada razón, aparenteme­nte no lo quieren hacer.

Es de esperar que toda nueva iniciativa legal que se encare en este campo no sea otra vez propicia para ser vulnerada por todos los costados por los sinvergüen­zas y sus padrinos que acaparan las contrataci­ones del Estado, mediante el delito compartido del soborno, como viene ocurriendo.

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