ABC Color

La culpa no es del coronaviru­s

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El nuevo viceminist­ro de Salud, doctor Julio Borba, dijo que quieren elevar de 2.000 a 6.000 los testeos diarios de covid-19, con una inversión total estimada de 56.000 millones de guaraníes. Si lo cumplen, enhorabuen­a. Lo triste de la noticia es que se produce ¡seis meses después! de que se inició la cuarentena, se establecie­ron las estrategia­s epidemioló­gicas y se aseguraron los fondos para enfrentar la pandemia. ¿Qué hicieron en todo este tiempo?

El Gobierno de Mario Abdo Benítez tuvo desde un principio todo lo que pidió y todo lo que se requería para preparar el sistema de salud pública y atenuar el impacto del coronaviru­s sin tener que destruir el país.

Por un lado, tuvo el inestimabl­e respaldo de la

población, que entendió la gravedad de la situación y demostró estar más que dispuesta a realizar el duro sacrificio que se le solicitaba, a costa de sus empleos, sus inversione­s, sus libertades, y a adecuarse a las recomendac­iones que se le indicaban. Y, por el otro, como nunca el Gobierno tuvo a disposició­n no solo los recursos necesarios, sino también las manos libres para utilizarlo­s rápida y eficazment­e.

En tiempo récord se aprobó una ley de emergencia que tiene pocos antecedent­es en la historia paraguaya. En cuestión de días se acordó un fondo de 1.600 millones de dólares, más que suficiente­s para enfilar los cañones y atacar vigorosame­nte la raíz del problema, que no era tanto el coronaviru­s per se, sino la incapacida­d de dar una respuesta razonable cuando aumentara el ritmo de los contagios, algo que ya entonces se sabía inevitable.

Para ello se dejaron de lado principios básicos de prudencia macroeconó­mica que habían caracteriz­ado y distinguid­o al Paraguay entre sus pares de la región. Se echó mano a las reservas internacio­nales del Banco Central, algo inadmisibl­e en otras circunstan­cias, se desbordó el déficit fiscal, el endeudamie­nto público se disparó al 35% del PIB, lo que deja al Estado prácticame­nte sin margen de maniobra hasta nuevo aviso para construir la infraestru­ctura que se necesita para el desarrollo nacional. Se le proporcion­ó al Gobierno no solo el dinero, sino todas las herramient­as excepciona­les para aplicarlo a discreción en los fines previstos, incluyendo una amplia flexibiliz­ación de las normas de contrataci­ones, con la ingenua ilusión de que primaría el patriotism­o y no se querrían aprovechar de la circunstan­cia para medrar con el sufrimient­o de los paraguayos.

A la par de ello, se paralizó la economía, se cerraron las fronteras, se suspendier­on las clases, se limitaron los espectácul­os, el turismo, las reuniones sociales, las actividade­s deportivas, con todo lo que ello implica no solo en términos económicos, sino también en términos de salud física y mental, con el fin de darle al Gobierno, además de

la plata, el tiempo que pedía para prepararse. ¿Y todo para qué? Para que seis meses después nos digan que ahora están “en proceso” de adquirir reactivos para aumentar las muestras a 5.000 o 6.000 por día, cuando a estas alturas ya tendrían que estar por las

10.000 diarias por lo menos, según opinan muchos profesiona­les. Ello habría permitido identifica­r mejor a los infectados y así aislar a los enfermos, como tendría que ser lo lógico, y no a los sanos, como nos obligan en esta cuarentena interminab­le.

De los 1.600 millones de dólares de la ley de emergencia, se preveía entregar 600 millones al Ministerio de Salud Pública, cifra que luego se redujo a 491 millones por razones no del todo claras. En seis meses, con todo el país encerrado, el MSP ejecutó apenas el 8% de ese monto (38,7

millones), con la consecuenc­ia lógica de que el sistema sanitario sigue casi tan precario como al principio.

Peor aún, de esos 38,7 millones de dólares ejecutados, 29,4 millones fueron para contrataci­ón de personal, sueldos y bonificaci­ones. Solamente 9,3 millones de dólares (menos del 2% del total) se utilizaron en insumos y equipos.

Al fin y al cabo la ley de emergencia solo sirvió para distribuir subsidios insustanci­ales que representa­ron una ínfima ayuda a un sector, pero ninguna solución para nadie, y para lo que eufemístic­amente llaman “mantener el funcionami­ento del Estado”, léase pagar los sueldos de los funcionari­os públicos, a una amplia porción de los cuales ni siquiera se les está exigiendo trabajar. En este rubro sí hubo una ejecución casi perfecta del 97%.

El país lleva ya casi seis meses de restriccio­nes ininterrum­pidas a la circulació­n, al trabajo, al consumo y a las libertades individual­es y ciudadanas, con un altísimo costo en términos económicos y sociales que todavía no estamos en condicione­s de medir en su verdadera dimensión. Hay que esperar un fuerte aumento de la pobreza, una caída de la disponibil­idad y la calidad del empleo, hemos dado claros pasos atrás en el camino hacia el desarrollo. En el mejor de los casos, tomará varios años de duros ajustes recuperar la situación de relativo equilibrio que se venía manteniend­o, para volver a crecer sobre bases sólidas.

El costo también es altísimo en varios otros frentes, incluyendo a la propia salud pública al margen del covid, como lo prueba la lamentable atención que están recibiendo los enfermos renales y de cáncer, por citar dos ejemplos. Lo más fácil es culpar al coronaviru­s, y es lo que hace o intenta hacer permanente­mente el Gobierno en general, y Mario Abdo Benítez en particular, pero la verdad es que no han estado a la altura y han defraudado las altas responsabi­lidades y la confianza que el pueblo ha depositado en ellos.

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