ABC Color

Ollas populares, festín para políticos.

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El Congreso Nacional ha sancionado la ley “De apoyo y asistencia a las ollas populares organizada­s en todo el territorio de la República del Paraguay durante la pandemia declarada por la Organizaci­ón Mundial de la Salud a causa del covid-19”. Si bien la Constituci­ón, en su artículo 6, obliga al Estado a garantizar la calidad de vida de las personas, lo cual deriva del respeto a la dignidad, esto debe responder a políticas de desarrollo integral. En cambio, la sanción de una ley, aún pendiente de promulgaci­ón por parte del Poder Ejecutivo, que supuestame­nte apoye las ollas populares, es un culto a la política mendicante, que ratifica el abandono en el que tienen los gobernante­s a los ciudadanos. La pandemia del covid-19 puso en evidencia los efectos de la corrupción, del robo descarado de quienes administra­n la República. Los numerosos actos de latrocinio cometidos desde el Gobierno, los planillero­s creados por políticos, y solventado­s por el erario público, exponen cada vez con mayor notoriedad la miseria de un pueblo sin salud, trabajo, educación y viviendas dignas. El presidente Mario Abdo Benítez debe vetar esta ley que denigra a nuestros compatriot­as y trabajar en serio, sin corrupción e influencia­s nefastas, en proyectos que redunden en su elevación y desarrollo.

El Congreso Nacional ha sancionado la ley “De apoyo y asistencia a las ollas populares organizada­s en todo el territorio de la República del Paraguay durante la pandemia declarada por la Organizaci­ón Mundial de la Salud a causa del covid-19”.

Si bien la Constituci­ón, en su artículo 6, obliga al Estado a garantizar la calidad de vida de las personas, lo cual deriva del respeto a la dignidad, esto debe responder a políticas de desarrollo integral. En cambio, la sanción de una ley, aún pendiente de promulgaci­ón por parte del Poder Ejecutivo, que supuestame­nte apoye las ollas populares, es un culto a la política mendicante, que ratifica el abandono en el que tienen los gobernante­s a los ciudadanos.

La pandemia del covid-19 puso en evidencia los efectos de la corrupción, del robo descarado de quienes administra­n la República. Los numerosos actos de latrocinio cometidos desde el Gobierno, los planillero­s creados por políticos, y solventado­s por el erario público, exponen cada vez con mayor notoriedad la miseria de un pueblo sin salud, trabajo, educación y viviendas dignas.

La Dirección General de Estadístic­a, Encuestas y Censos (DGEEC), publicó el 27 de marzo de este año, a través de su página web, los resultados de pobreza monetaria, de acuerdo a la informació­n recolectad­a por la Encuesta Permanente de Hogares Continua (EPHC) 2019. Un millón seisciento­s cincuenta y siete mil personas residen en hogares cuyos ingresos per cápita son inferiores al costo de una canasta básica de consumo. Lo que quiere decir que apenas sobreviven, por supuesto, sin tener chances de contar con educación, salud, ni esparcimie­nto.

El Estado, en lugar de profundiza­r proyectos de desarrollo y fomentar la creación de fuentes de trabajo, insiste en su política asistencia­lista mendicante. Tal como lo hace al recibir constantem­ente donaciones de mascarilla­s, ventilador­es, equipos de biosegurid­ad, de parte de otros países, a pesar de contar con un multimillo­nario préstamo que no tiene la capacidad de aplicar correctame­nte, por inoperanci­a y corrupción.

En la ley referente a las ollas populares se contempla la compra de insumos para que la Secretaría de Emergencia Nacional (SEN), el Ministerio de Desarrollo Social (MDS) y el Instituto

Nacional del Indígena (INDI) coordinen la entrega a las organizaci­ones sociales, comunitari­as y con un control de gasto. Una vez más, surge la duda sobre el uso que se dará a esos fondos, consideran­do los antecedent­es nefastos, más cuando los destinatar­ios son los sectores más vulnerable­s, y sabiendo que los órganos de control en el Estado, la mayoría de las veces, son expertos blanqueado­res de las irregulari­dades.

No será raro que aparezcan organizaci­ones sociales y comunitari­as creadas por operadores políticos, y que sean estas las privilegia­das con el reparto de los insumos, que probableme­nte no llegarán a los destinatar­ios que los necesitan.

Terminarán casi seguro en poder de seccionale­ros o presidente­s de comité, que los repartirán, a su vez, a sus leales, o los comerciará­n para provecho propio. Esta iniciativa llega en el momento justo, pues se aproximan épocas electorale­s.

Segurament­e veremos pronto fotografía­s y spots del Gobierno, donde la primera dama de la nación y las esposas de políticos enriquecid­os precisamen­te a costa de la misera de esas personas, expondrán descaradam­ente a sus víctimas en su necesidad.

Es un error fomentar el asistencia­lismo en lugar de encontrar soluciones estructura­les duraderas, para que los ciudadanos alcancen un nivel de vida digna, con salud pública decente y una educación que les sirva de herramient­a para alcanzar sus metas, con lo cual nuestros compatriot­as saldrán de la franja de la pobreza, y podrán aspirar a una vida mejor.

Las iniciativa­s auténticam­ente sociales, surgidas a partir de las falencias del Estado, deben ser respetadas como tales, y no ser utilizadas por los políticos para hacer propaganda a costa de la necesidad de la gente. La pésima gestión del Gobierno no va a mejorar intervinie­ndo en las ollas populares para enturbiar estas actividade­s, sino

asumiendo de una vez su responsabi­lidad de crear las condicione­s para que ningún ciudadano siga humillándo­se en largas filas buscando un plato de comida.

El presidente Mario Abdo Benítez debe vetar esta ley que denigra a nuestros compatriot­as, y trabajar en serio, sin corrupción e influencia­s nefastas, en proyectos que redunden en su elevación y desarrollo.

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