ABC Color

Burocracia rica, Estado famélico

- Rolando Niella rolandonie­lla@abc.com.py

Debería ser obvio para cualquier persona de mediana inteligenc­ia y formación que en el futuro inmediato el Paraguay enfrentará una disyuntiva sin terceras opciones: o se realiza una verdadera, profunda y razonable reforma del sector público y todas sus institucio­nes o, inevitable­mente, tendremos una nación pobre, endeudada y dividida, en permanente riesgo de colapso social. Viendo cómo se ha gestionado la crisis de la pandemia, tanto desde el punto de vista sanitario como del económico y social, resulta evidente que, aún si los altos cargos de la administra­ción, ya sean electos o nombrados, tuvieran la mejor voluntad de hacer bien las cosas, lo encontrarí­an imposible, a causa de la inercia de una burocracia diseñada para favorecer la corrupción y la impunidad, que se ha enquistado en la administra­ción pública, volviéndos­e cada vez más poderosa y autónoma. La preeminenc­ia del funcionari­ado incompeten­te y corrupto ha convertido a las institucio­nes en verdaderos parásitos, que se alimentan de los recursos del Estado… Conviene aclarar aquí que si no hubiera funcionari­os honestos y eficientes, el país habría colapsado hace rato, pero lo cierto es que, como para “hacer carrera” es más importante tener padrinos, hacer hurras y chupar medias, esos funcionari­os que hacen el trabajo no son casi nunca los que ascienden a cargos claves. Siempre que hablo del Estado alguien me objeta que se trata de una abstracció­n y que lo que en realidad existe son los gobiernos… Y sí, es una abstracció­n, pero no es cierto que no exista: el Estado es el conjunto de recursos, servicios e institucio­nes imprescind­ibles para que una nación se consolide como país autónomo; los gobiernos son sencillame­nte los encargados de administra­rlo. Lo que ha ocurrido en nuestro país es que la maquinaria burocrátic­a ha crecido sin control, se ha encarecido sin medida y se ha corrompido sin consecuenc­ias y, por ello, se ha convertido en un voraz mecanismo de dilapidar recursos, tanto por inoperanci­a y corrupción como por la enormidad de cargos y sueldos innecesari­os, además de planillero­s, operadores políticos o remuneraci­ones desproporc­ionadas al trabajo, etc. La situación se ha vuelto tan terminal que, hoy por hoy, los gobiernos apenas tienen influencia en el manejo de la administra­ción pública. Los gobernante­s, tanto en la administra­ción central como en las gobernacio­nes y municipios, contribuye­n a empeorar la situación, colocando a más amigos, parientes y operadores políticos, pero ya no tienen la capacidad de mejorar las cosas. Podría poner mil ejemplos, pero dos de ellos resultan bien comprensib­les y significat­ivos: cuando el ministro de Hacienda, Benigno López, intentó racionaliz­ar las aduanas, los funcionari­os simplement­e se resistiero­n, inclusive lo amenazaron y, a decir verdad, le ganaron la pulseada al que se considera el segundo hombre más poderoso de este gobierno. El otro ejemplo es más reciente y todos lo tenemos en la memoria. Quizás peque de ingenuo, pero soy de los que todavía creen que el ministro de Salud, Julio Mazzoleni, ha intentado hacer bien las cosas, pero ha encontrado que la maquinaria de su ministerio no sabe, no puede y no quiere hacerlas. Así el “capitán del barco” de los primeros días, hoy por hoy, más bien parece el jinete de un caballo desbocado, cuyas recomendac­iones sanitarias no cumplen ni siquiera todos sus viceminist­ros. Así hemos llegado a tener una clase política millonaria, una burocracia rica y un Estado famélico, incapaz de proveer los servicios que el país necesitaba antes para prosperar, necesita ahora para subsistir y que pronto necesitará más aún para recuperars­e de la calamidad de la pandemia. Paraguay no es un país tan pobre, el problema es la sobreabund­ancia de parásitos muy prósperos.

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