Una farsa
Han pasado más de cinco meses desde que las fronteras fueron cerradas. Desde entonces los locales comerciales bajaron sus persianas y ya no volvieron a alzar. Con el correr de los días fue desvaneciéndose la idea de un rápido retorno a la normalidad, al igual que el poco dinero que la gente tenía para sobrevivir. Como se sabe, el sacrificio que impuso el Gobierno a toda la población fue con el pretexto de evitar un contagio masivo del covid-19, con el cuento de que necesitaba tiempo para preparar los hospitales y que era mejor no tener dinero, pero cuidar la salud. Sin embargo, a esta altura lo que queda claro es que no tenemos ni hospitales preparados ni hemos preservado nuestra salud. El contagio se dispara, los nosocomios están casi igual que antes a pesar de que las fronteras siguen cerradas y la gente sin dinero. Pero, ¿en verdad estaban cerradas las fronteras? En el caso de Salto del Guairá se cerró a medias el acceso asfaltado desde el Brasil. El resto quedó libre para que los contrabandistas de un lado y de otro puedan operar de día y de noche. Claro, contaron –como siempre han contado– con la complicidad de aduaneros, policías y militares. Es decir, el Estado sometió a la población fronteriza a un régimen de sacrificio casi sin sentido. Los comerciantes formales quedaron sin poder trabajar, y por ende despidieron a miles de empleados, pero el covid-19 terminó entrando no precisamente por el aeropuerto, por el Puente de la Amistad o por la ruta asfaltada de Salto del Guairá. El Estado evidenció que es incapaz de hacer correctamente las cosas, ni cerrar bien las fronteras ni ofrecer hospitales bien equipados. Hoy, por tanto, ya no tiene sentido seguir cerrando las fronteras porque solo sirvió para matar el comercio formal y estimular el contrabando y todo tipo de ilegalidad. Debe darse la apertura inteligente de inmediato. El contagio masivo no se pudo evitar.