ABC Color

Todos son convocados

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Casi siempre la palabra “convocació­n” sugiere algo apetecible: ser convocado para la selección, para un viaje, para una exposición, etc.

Pues resulta que Dios mismo nos convoca para hacer parte de su equipo y jugar el partido más importante de nuestra vida. Es el caso de esta parábola en que Jesús convoca a muchos obreros para trabajar en su viña.

El dueño de la viña sale a contratar trabajador­es a la madrugada, con quienes arregla el pago de un jornal. Después sale a la media mañana, a la siesta, a la tarde, en fin, en distintos horarios y hace dos acuerdos: vayan a trabajar en mí viña y yo les pagaré do que sea justo.

Mt 19,30 – 20,16

A la hora del pago los de la última hora reciben un jornal y los de la primera hora esperaban cobrar más, pero reciben un jornal también. Reclaman, pero el dueño les aclara que este fue el trato, que tomen lo suyo y se vayan sin murmurar.

El texto presenta dos preguntas incómodas para nuestros criterios humanos, que son frecuentem­ente capitalist­as: “¿No tengo el derecho de disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?”

Hay varias enseñanzas. En primer lugar, el Señor convoca a todos: “Vayan a trabajar en mi viña”. Usted que lee esta modesta reflexión debe sentirse comprometi­do con la construcci­ón de un mundo mejor, más justo y sin corrupción impune, es decir, con un nuevo modo de relaciones humanas, si preferimos decir, con el Reino de Dios. No es sano que andemos constantem­ente desocupado­s por los sofás de la casa, por los centros comerciale­s o por las discotecas enterrando nuestros talentos, y faltando a la caridad.

Asimismo, no hay hora para recibir la convocació­n de Dios: tenga uno diez años, veinte, cincuenta o setenta años, el dueño de la mies llama al compromiso. No es justo negarse a colaborar con Aquel que durante toda la vida ha colaborado con nosotros. Y también es feo mentir diciendo que “no tiene tiempo”.

Por otro lado, el Señor sabe que nos movemos cuando hay una recompensa y por esto asegura: “Les pagaré lo que sea justo”. Y la justicia de Dios va unida con insospecha­da generosida­d, pues nos concede mucho más de lo que merecemos.

Otra enseñanza es no querer juzgar cómo Dios trata a los demás, pensando que si yo creo que el otro es malo y merece un castigo, Dios tiene que castigarlo. ¿Acaso Él no puede disponer de sus dones como le parezca mejor?

Paz y bien. hnojoemar@gmail.com

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