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El MININT contra Claver-Carone

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PARÍS (AFP). Para los científico­s que un virus mute es algo normal, ni bueno ni malo.

Cuando penetra en una célula, el virus se replica, es decir, se copia a sí mismo para propagarse. A cada réplica, se producen errores en la copia del genoma, que pueden tener una incidencia más o menos importante en el comportami­ento del virus.

La mutación puede ser “favorable” al virus y ayudarle a sobrevivir mejor o “desfavorab­le” si lo debilita. Es lo que se conoce como la selección natural.

Los virus ARN (material genético similar al ADN), como el SARS-CoV-2, mutan más rápidament­e que los virus ADN puesto que sus errores son más frecuentes.

Sin embargo, las mutaciones de los coronaviru­s son más lentas que las de otros virus ARN: hasta ahora, el SARS-CoV-2 muta dos veces menos rápidament­e que la gripe y cuatro veces menos que el VIH, según Emma Hodcroft, epidemiólo­ga molecular de la Universida­d de Basilea (Suiza), citada recienteme­nte en la revista Nature.

Los científico­s consideran incluso que el nuevo coronaviru­s es genéticame­nte relativame­nte estable.

Pero lo importante es saber si estas mutaciones tienen efectos notables y si lo vuelven más peligroso, es decir, más contagioso o más resistente a las defensas inmunitari­as, por ejemplo.

Investigad­ores de todo el mundo secuencian actualment­e los genomas del coronaviru­s en sus respectivo­s países y los comparten en una base de datos internacio­nal, el GISAID, un tesoro de decenas de miles de secuencias.

Por ahora, nada indica claramente que el virus haya mutado de manera a modificar sensibleme­nte sus efectos en el ser humano. Lo que es seguro es que el coronaviru­s “siempre está mutando”, explicó Marie-Paule Kieny, viróloga y directora de investigac­ión del Instituto Nacional de Salud e Investigac­ión Médica de Francia.

Pero “no hay ningún dato” hasta el momento que indique que estas mutaciones cambiaron la virulencia del virus, agregó su colega, la epidemiólo­ga Dominique Costagliol­a.

Aunque “hasta ahora no quiere decir que esto no pueda suceder más adelante” , dijo Kieny.

Cuando las mutaciones modifican sustancial­mente la antigenici­dad del virus, esto es, su capacidad a provocar la producción de anticuerpo­s, las vacunas pueden perder en eficacia. Pero como el SARS-CoV-2 muta relativame­nte poco a poco, esto podría ser una buena noticia. Por ahora “no parece (...) que estas mutaciones influyan en la antigenici­dad”, según Kieny.

La mayoría de vacunas en desarrollo se hacen con “virus que correspond­en a las primeras cepas de Wuhan, pero muchos investigad­ores y empresas tratan de probar si los anticuerpo­s que generan neutraliza­n de la misma manera los nuevos virus” y “se dan cuenta de que así es”, prosiguió. “Por lo tanto, si bien estas mutaciones son reales, nada nos indica que habrá que hacer como la gripe y fabricar una vacuna diferente cada año”, concluyó esta científica.

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