EDITORIAL
Se debe terminar con la injerencia política en la Policía Nacional. La ciudadanía acaba de enterarse de una rencilla, largamente soterrada, entre el ministro del Interior, Euclides Acevedo, y el comandante de la Policía Nacional (PN), Francisco Resquín. La cuestión de fondo es la injerencia de los politicastros en la entidad que debe preservar el orden público, tolerada por el primero y rechazada por el segundo. Como el tercero en discordia aparece el subcomandante Luis Arias, aliado al ministro y “hermanado” con él, presuntamente, en una asociación secreta. El motivo de la disputa tiene que ver con la institucionalidad y con el art. 7º de la Ley N° 222/93, que reza así: “La PN no podrá ser utilizada para ninguna finalidad político-partidaria. Ciertas declaraciones de Acevedo hacen suponer que el ministro del Interior actúa con doblez, dado que hay muy fuertes indicios de que viene socavando la autoridad del jefe del PN, de consuno con el subordinado inmediato. Tratándose de un órgano “de estructura funcional jerarquizada, obediente y no deliberante”, es necesario respetar y hacer respetar la autoridad del comandante, siempre que sus actuaciones se ajusten a la Constitución, la ley y el reglamento. Mario Abdo Benítez habría pedido una tregua a los contrincantes, al menos mientras dure el secuestro del exvicepresidente de la República Óscar Denis. La Policía Nacional debe ser depurada de los cómplices del crimen organizado y protegida de los sinvergüenzas, quienes se valen de un cargo público para promover a sus propios agentes.