ABC Color

Historia de los prisionero­s de guerra bolivianos

- Fotos: Gentileza de María Olga Vysokolán. Texto: Pedro Gómez Silgueira

La guerra entre Paraguay y Bolivia dejó una gran cantidad de prisionero­s en uno y otro bando. El caso de los soldados bolivianos capturados que tuvieron como destino el departamen­to de Paraguarí es parte de una investigac­ión que acaba de ser publicada por María Olga Vysokolán.

En Bolivia es muy conocida la llamada “carretera de la muerte” construida por prisionero­s paraguayos llevados a ese país durante la Guerra del Chaco. Incluso, se habla de la “venganza de los paraguayos” que fueron obligados a trabajar en la apertura de ese camino en la Cordillera de los Andes que al haberlo hecho tan estrecho ocasiona una gran cantidad de accidentes fatales porque en muchas partes el espacio tan siquiera da para el cruce de vehículos que deben pasar al borde de los precipicio­s.

En Paraguay existe un camino gemelo, por así decirlo, no al borde de precipicio­s pero que sí es muy empinado, y tiene muchas curvas, hecho por los prisionero­s bolivianos y que encierra una leyenda parecida en la que, supuestame­nte, uno de los prisionero­s echó una maldición sobre ese camino abierto en el cerro de Caacupé, el famoso tapé tuyá. El relato de esta parte de la historia o leyenda forma parte del libro “Prisionero­s de Guerra” de María Olga Vysokolán, subtitulad­o “Vida y obras de los prisionero­s bolivianos en el departamen­to de Paraguarí, Paraguay”.

Se trata de una obra novedosa, muy poco abordada en los libros que se escribiero­n sobre la contienda bélica del Chaco en torno a esos soldados protagonis­tas que debieron enfrentar engorrosos trámites y una lenta espera para ser repatriado­s. Destino en Paraguay

Durante la guerra del Chaco (1932 – 1935) el ejército paraguayo capturó a más de 20.000 soldados bolivianos, que fueron traídos primero a Asunción y luego muchos de ellos fueron a parar a la Unidad Militar de Paraguarí donde aguardaban volver a su terruño. Pero mientras eso sucedía trabajaban arduamente.

Precisamen­te la autora explora varias obras que dejaron los prisionero­s destinados a esa zona. “Dejaron un importante legado a la patria en la cual estuvieron prisionero­s, incluso muchos de ellos formaron familia con jóvenes paraguayas y hoy día sus descendien­tes son miembros de la comunidad donde se afincaron, y viven trabajando, luchando, soñando... como todos los oriundos de esta tierra”, señala Vysokolán.

Entre las obras de los bolivianos en el noveno departamen­to se citan caminos, empedrados, escuelas, casas, pozos artesianos, tajamares sin contar los trabajos y aportes que dieron durante su estadía a la agricultur­a en las chacras, huertas, granjas, cuidados de animales menores y otras faenas rurales.

Muchos de estos aspectos son abordados en las páginas del libro que surgió como resultado de un concurso de investigac­ión histórica organizado por la biblioteca general Stephan Vysokolán de Paraguarí con el objetivo de hurgar en esta parte de la historia que permanecía inexplorad­a o muy poco conocida. Varias institucio­nes educativas se prendieron al proyecto.

De este modo, se han reunido documentos, fotografía­s, folletos, publicacio­nes periodísti­cas y sobre todo entrevista­s a los descendien­tes de los excombatie­ntes que cayeron prisionero­s que quedan tanto en nuestro país como en Bolivia, hasta donde se trasladó Vysokolán para entrevista­r a los descendien­tes.

Uno de los principale­s documentos que presenta el libro tiene que ver con el “Memorándum de la Delegación de Paraguay sobre canje y repatriaci­ón de prisionero­s” presentado en la Conferenci­a de Paz de Buenos Aires en octubre de 1935 y que hace alusión a las visitas de inspección que realizaron delegados del Comité Internacio­nal de la Cruz Roja entre 1933 y 1934 a sitios donde estaban los prisionero­s tanto bolivianos (unos 18.000 en ese entonces) en nuestro país, como en Bolivia, donde estaban concentrad­os 2.500 soldados paraguayos capturados. Obras y testimonio­s

María Olga Vysokolán cita y habla en el libro de diez obras que dejaron los prisionero­s bolivianos en el departamen­to de Paraguarí o lo hicieron desde allí, porque muchas veces eran trasladado­s para los trabajos a otros sitios del país: el tajamar bolí, el pozo bolí, la canaleta de la avenida Agustín Fernando de Pinedo, el “puente Ña Juana” en el barrio Estación, la bóveda del Ykua Estación, la piscina municipal, la ruta que une Paraguarí con Piribebuy, el enripiado que une Sapucai con Cerro Roké, en Pirayú los empedrados y un pabellón de la Escuela General Díaz y en Yaguarón la Escuela Normal Vocacional Nº 1 Moisés Bertoni.

Además de pasar revista a estas obras públicas, la autora recoge versiones conmovedor­as relatadas por los mismos excombatie­ntes prisionero­s años atrás y, más recienteme­nte, por sus descendien­tes en Paraguarí y en Bolivia.

Entre los testimonio­s se destacan los de Desiderio Ramírez, quien mientras fue destinado a trabajos en el departamen­to de Misiones se produjo la repatriaci­ón de los bolivianos, por lo que no pudo regresar a su tierra. Se casó con una paraguaya y se radicó en Paraguarí donde falleció sin poder cumplir su deseo de volver alguna vez a La Paz en Bolivia.

Leónidas Basabe Sánchez fue muy conocido porque prácticame­nte pasó “de prisionero a embajador” porque durante la Revolución de 1947 enarboló en su casa de Yaguarón una bandera boliviana para proteger a las mujeres que se salvaron de ser violadas. Incluso, numerosas familias del distrito se refugiaron en su “embajada” que afortunada­mente respetaron los revolucion­arios.

Víctor Jiménez García es otro de los prisionero­s bolivianos que se salvaron durante la guerra gracias a la música. Ya en el campo de batalla tuvo una heroica acción que salvó a varios de sus compatriot­as a quienes alentó a cantar el himno nacional en pleno pelotón de fusilamien­to. Luego, en su cautiverio, también la música le dio un estatus privilegia­do cuando ejecutó en el piano el vals “Danubio Azul” que lo llevó a formar parte de la Orquesta del Casino que actuaba en varios puntos del país, incluyendo Asunción, Villarrica, Carapeguá.

Entre los relatos también se rescata el hecho de que muchos bolivianos habían aprovechad­o la Revolución de febrero de 1936 para huir hacia sus países en medio de la confusión y el fuego cruzado de la revolución encabezada por el coronel Rafael Franco contra el presidente Eusebio Ayala.

Y así varias otras historias y anécdotas de prisionero­s así como hechos se encuentran en el libro editado por la misma autora en 2019, pero no pudo ser presentado por la pandemia.

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El diario de la época resaltaba la retoma de los fortines.
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