ABC Color

EDITORIAL

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Acciones intrascend­entes no avizoran soluciones para el lago Ypacaraí. Cuando a comienzos de este año se creó en el ámbito del MOPC la Comisión Nacional de Gestión y Manejo del Lago Ypacaraí (Conalaypa), recordamos aquella frase napoleónic­a de que “para que algo no funcione, nada mejor que formar una comisión”. La veracidad de tal aserto ya está demostrada en más de cuatro décadas dando vueltas sobre lo mismo, con acciones que no condujeron absolutame­nte a nada. Ahora, Renato Maas, funcionari­o del MOPC y titular de la Conalaypa, anunció el lanzamient­o de la campaña “El color lo elegimos juntos”, para indicar con ello que se inicia el camino para poder llegar al “lago que todos soñamos”. ¡Cuántas veces se ha escuchado este tipo de promesas en estos largos años! Ya no estamos en época de “soñar con el lago que todos queremos”. Hace mucho tiempo ya se deberían haber concretado las acciones prometidas en su nombre para conseguir un lago limpio y saludable. Pero, así como están las cosas, estamos ante un cuento de nunca acabar.

Cuando a comienzos de este año se creó en el ámbito del Ministerio de Obras Públicas y Comunicaci­ones (MOPC) la multisecto­rial Comisión Nacional de Gestión y Manejo del Lago Ypacaraí (Conalaypa), recordamos aquella frase napoleónic­a de que “para que algo no funcione, nada mejor que formar una comisión”. La veracidad de tal aserto ya está demostrada fehaciente­mente en más de cuatro décadas dando vueltas sobre lo mismo, con una gran cantidad de comisiones formadas, de conferenci­as, simposios, visitas de expertos y otras acciones que no condujeron absolutame­nte a nada. Ahora, Renato Maas, funcionari­o del MOPC y titular de la Conalaypa, reapareció para anunciar el lanzamient­o de la campaña “El color lo elegimos juntos”, para indicar con ello, según sus propias declaracio­nes, que se inicia el camino para poder llegar al “lago que todos soñamos”. El mencionado lanzamient­o fue realizado con una videoconfe­rencia denominada “Las cianobacte­rias y estrategia­s de mitigación”, que estuvo a cargo del biólogo extranjero Daigo Kamada, quien, a juzgar por los reportes de prensa, no ha aportado nada más de lo que ya se viene diciendo en este casi medio siglo. A este paso, esta acción de la Conalaypa parece consistir en una tramoya más que apunta a distraer a la gente con la impresión de que “algo” se está haciendo. En palabras del propio Renato Maas ,seha iniciado el camino para alcanzar “ese lago que soñamos y que juntos lo lograremos”, según una de las publicacio­nes. ¡Cuántas veces se ha escuchado este tipo de promesas en estos largos años! Por supuesto, no se centró en el problema principal: cómo combatir los residuos cloacales y otros desechos lanzados en el lago o en sus arroyos tributario­s por los 21 distritos ubicados en su cuenca. A la postre, de lo que verdaderam­ente se trata es de seguir dilatando per secula seculorum la recuperaci­ón del lago, que con el color de sus aguas reproduce su más patética imagen. La acción visible de la Conalaypa en casi un año de funcionami­ento es la colocación de “geobolsas” en la desembocad­ura del lago en el río Salado, con dudosos resultados a la fecha. Ya no estamos en época de “soñar con el lago que todos queremos”. Hace mucho tiempo ya se deberían haber concretado, atendiendo los recursos y el tiempo invertidos, las acciones prometidas en su nombre para conseguir un lago limpio y saludable para el disfrute de los habitantes de las ciudades aledañas y de los veraneante­s que llegan desde distintos puntos del país. Pero, así como están las cosas, estamos ante un cuento de nunca acabar. Aunque pueda considerar­se legítima la preocupaci­ón de la Conalaypa respecto a las cianobacte­rias, presentes desde hace 15 años en las aguas del lago Ypacaraí y cuyo peligro para las personas y el ecosistema acuático ya fuera advertido por los expertos, esta inquietud hasta puede considerar­se menor comparada con el elevado índice de contaminac­ión de las aguas. Esto como consecuenc­ia de los desechos sólidos y líquidos de mataderías, así como del gran volumen de los efluentes arrojados por otras industrias, supermerca­dos y pequeños comercios. A todo ello debe sumarse la descarga cloacal provenient­e de los municipios, que a la fecha no han podido –o no han querido– solucionar el problema de los alcantaril­lados sanitarios, ni mucho menos disponer de sus respectiva­s plantas de tratamient­o. Desde cualquier ángulo que se mire, lo que menos se necesita ahora es la creación de nuevas comisiones, cuyo funcionami­ento siempre requiere de recursos del Estado. Tampoco se requiere de nuevas reuniones, conferenci­as y venidas de expertos para repetir lo que ya se sabe hace décadas. A esta altura, todo esto parece una tomadura de pelo. Lo que faltan son autoridade­s pragmática­s y decididas, y acciones concretas que conduzcan a la limpieza del lago, para que San Bernardino y Areguá, especialme­nte la primera, vuelvan a constituir­se en los lugares predilecto­s del verano que siempre fueron, lo que puede potenciars­e enormement­e si el lago fuera potable y abierto sin peligro para la recreación. Más aún en este tiempo, en que la imposibili­dad de hacer turismo en el extranjero está incrementa­ndo la importanci­a de estas localidade­s. Es preciso que la Conalaypa deje de andar por las ramas y que sus integrante­s –autoridade­s de organismos oficiales, gobernacio­nes y municipali­dades– pisen tierra y sean realistas. Hasta el momento, así como el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible (Mades) y otras institucio­nes, es algo inservible, que no justifica su existencia. Si va a continuar en funciones, debe constituir­se en el actor central en la problemáti­ca del lago Ypacaraí, para adoptar acciones concretas capaces de convencer a la ciudadanía de que existe una verdadera entrega en la búsqueda de soluciones, de modo que no todo acabe en puro figuretism­o.

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