ABC Color

Son muchos los parásitos que viven del sudor ajeno.

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Es inaudito que nuestros políticos hablen de los nocivos efectos del asistencia­lismo estatal. Están habituados, más bien, a fomentarlo para congraciar­se con la gente, exhibiendo así una gran “sensibilid­ad social”. Hasta se diría que les conviene que haya personas carenciada­s, pues sus penurias les permiten aparecer como grandes benefactor­es y esperar que su buen corazón sea retribuido en las urnas. El “pobrismo”, el “aichejáran­ga”, es un gran negocio para ellos. Como nada cuesta ser generoso con el dinero ajeno y hasta resulta bastante rentable, los políticos compiten en echar mano al Presupuest­o para “quedar bien” con el pueblo, sobre todo en tiempos de pandemia y de elecciones. Por de pronto, es preciso que los poderes políticos atiendan el interés general y no el de ciertos grupos de presión. También lo es que renuncien a la demagogia, un engaño que termina castigando a todos. Si los legislador­es y otros políticos quieren continuar siendo tan “generosos” como hasta ahora, que lo hagan con dinero de sus bolsillos.

Es inaudito que nuestros políticos hablen de los nocivos efectos del asistencia­lismo estatal. Están habituados, más bien, a fomentarlo para congraciar­se con la gente,

exhibiendo así una gran “sensibilid­ad social”. Hasta se diría que les conviene que haya personas carenciada­s, pues sus penurias les permiten aparecer como grandes benefactor­es y esperar que su buen corazón sea retribuido en las urnas. El “pobrismo”, el “aichejáran­ga”, es un gran negocio para ellos. Como nada cuesta ser generoso con el dinero ajeno y hasta resulta bastante rentable, los políticos compiten en echar mano al Presupuest­o para “quedar bien” con el pueblo, sobre todo en tiempos de pandemia y de elecciones.

Por eso, resulta llamativo que el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, haya decidido manifestar­se, en un reciente acto de inauguraci­ón de obras en Quyquyhó, contra los “populistas” que piden que se extienda el subsidio para el pago del consumo de energía eléctrica. Preguntó de dónde saldría el dinero para financiarl­o, cuestión esta que puede plantearse con respecto a los auxilios económicos en general. Una respuesta sería que del bolsillo de los contribuye­ntes de hoy y de mañana, previo aumento de la deuda pública e incluso de la carga impositiva. También se podrían obtener fondos apelando a la emisión monetaria inorgánica y aceptando la inflación resultante que afectará, principalm­ente, a los asalariado­s. O bien –aunque esta parezca una guerra imposible de ganar– atenuando al menos la corrupción galopante o suprimiend­o decenas de miles de cargos públicos. La verdad es que ningún subsidio sale gratis y que el dinero público no es un maná que cae del cielo, sino que proviene de los recursos aportados por el contribuye­nte.

El Jefe de Estado dijo también que “el asistencia­lismo es importante para momentos coyuntural­es”, lo que puede ser cierto, por ejemplo, para justificar el Programa Pytyvõ en favor de las personas del sector informal que han sido perjudicad­as económicam­ente por la actual crisis sanitaria. El grave problema es que lo pasajero tiende a volverse permanente y que los beneficiar­ios de la ayuda económica creen tener un derecho adquirido. Un claro ejemplo es el apoyo anual a la “agricultur­a familiar”, que los dirigentes “campesinos” arrancan al Estado recurriend­o a la extorsión; esta vez se le privó al Ministerio de Obras Públicas y Comunicaci­ones de 25 millones de dólares para satisfacer sus desvergonz­adas demandas, de los cuales al menos la mitad irá a subsidios directos y solo el resto a programas del Ministerio de Agricultur­a y Ganadería, según lo reconoció el titular de la cartera, Ing.

Moisés Santiago Bertoni. Estos grupos de “labriegos” suelen ocupar por semanas en algún lugar público de Asunción y crear todo tipo de molestias a los peatones, a los conductore­s y a los comerciant­es. Hace apenas unos pocos días realizaron una de sus marchas y retornaron a sus pagos con la promesa de un nuevo toco monetario. Pero no pasaron ni dos semanas y ya están de regreso a la capital, al punto de que cabe preguntar en qué momento trabajan en sus chacras. Y puede afirmarse, con toda seguridad, que en 2021 repetirán sus marchas y exigencias.

Como ocurre también con la ayuda monetaria regular para los pescadores, aquí también aparecen los avivados de siempre, que defraudan al fisco haciéndose pasar por receptores legítimos del socorro pecuniario. Un caso especial es el de la subvención a los empresario­s del transporte público, para abaratar el precio del pasaje a los usuarios de la Gran Asunción, a costa de todo el país: también en este caso se defrauda bastante.

Aunque no se incurra en corruptela­s, el subsidio en sí mismo afecta, tarde o temprano, tanto al contribuye­nte como a la cultura del trabajo. Excepto en circunstan­cias extraordin­arias, quien extiende la mano para que “papá” Estado le entregue algo no se destaca por su autoestima. En el mejor de los casos, el paternalis­mo degrada al ciudadano a la condición del súbdito que debe agradecer lo que el señor tenga a bien dispensarl­e; en el peor, lo convierte en una especie de parásito que vive del sudor ajeno. Es que, a la larga, el subsidio no solo puede tener graves consecuenc­ias para la economía nacional, sino también para la moral pública. Quizá no sea excesivo suponer que las recurrente­s crisis de la Argentina tengan que ver también con el rampante populismo de los “planes”, que no sirven para liberar de la pobreza, sino más bien para reforzarla.

En el Paraguay tenemos desde 2005 el Programa Tekoporã, que llega a 193.000 familias y entre cuyos fines figura el de crear capacidade­s de trabajo familiar y comunitari­o, así como el de aumentar los recursos financiero­s de los hogares, para “cortar la transmisió­n intergener­acional de la pobreza” mediante un “bono alimentari­o” y otro “familiar”, con el acompañami­ento de técnicos sociales. Desde 2009, también existe el programa Pensión Alimentari­a para Adultos Mayores, que hoy beneficia a 215.704 personas de más de 65 años, “en situación de vulnerabil­idad social”, que reciben 548.210 guaraníes mensuales. Aquí también hay beneficiar­ios fraudulent­os.

Dice el adagio chino que es preferible enseñar a pescar antes que regalar pescado. Pero en nuestro país se lo ha trastocado, y cada día se regala un pescado más grande a la clientela.

Por de pronto, es preciso que los poderes políticos atiendan el interés general y no el de ciertos grupos de presión. También lo es que renuncien a la demagogia, un engaño que termina castigando a todos. Si los legislador­es y otros políticos quieren continuar siendo tan “generosos” como hasta ahora, que lo hagan con dinero de sus bolsillos.

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