ABC Color

La esperanza de los cristianos

- Por Jesús Montero Tirado. jmonteroti­rado@gmail.com.py

En el artículo del lunes pasado, en esta misma columna de opinión, comenté que todos los seres humanos tenemos necesidad y derecho de esperanza. Sin esperanza, nuestra vida no tiene horizonte ni sentido ni viabilidad. En las sociedades democrátic­as desarrolla­das con justicia, la esperanza de sobreviven­cia e incluso de bienestar y calidad de vida se sustenta en la organizaci­ón social y política que posibilita la conjunción y contribuci­ón de los esfuerzos personales de todos y su respectiva y justa participac­ión en el bien común, ética y competente­mente administra­do. La historia ha demostrado en repetidas ocasiones y se sigue demostrand­o en la actualidad que los auténticos cristianos, fieles seguidores de Jesucristo, además de sus obligacion­es ciudadanas aportan un extraordin­ario plus a la esperanza humana sociopolít­ica, cooperando y esperando instalar en el mundo el Reino de Cristo, el Reino de Dios, que no es como los de este mundo, trasciende fronteras, razas y culturas, se rige por la ley del amor, incluye a todos como hermanos por ser hijos de nuestro Padre Dios y se constituye en reino de justicia, de amor y consecuent­emente de paz. Mucho más aún, la esperanza cristiana incluye la esperanza de la salvación eterna que trasciende la muerte; salvación que Cristo nos ha alcanzado de una vez para siempre, pero cuya plenitud aún no se nos ha manifestad­o del todo en nuestras vidas, a la espera de nuestra fe integral y coherente en Jesús y el encuentro definitivo con él. Esta esperanza cristiana, por el valor de su trascenden­cia eterna, relativiza el sufrimient­o de la muerte, ya que la muerte no es el fin de nuestro ser, sino el paso a vivir con Jesús en Dios. Era la convicción de los mártires de Roma, quienes aun siendo perseguido­s, encarcelad­os y cruelmente devorados por leones, mantenían tan viva su esperanza por la fe y porque comprobaba­n que “su sangre era semilla de cristianos”. Es la misma experienci­a de esperanza trascenden­te que actualment­e viven en el mundo 245 millones de cristianos, perseguido­s sólo por su fe. Aunque parezca increíble por estar en el siglo XXI, son cincuenta los países donde los cristianos padecen persecució­n, entre los que destacan por su crueldad y cantidad de asesinatos Corea del Norte (en comunismo y ateísmo con dictadura totalitari­a), Somalia y Afganistán. En el 2020, el 46% de los 50 países perseguido­res acrecentar­on la persecució­n, la lideran Arabia Saudita, China y Marruecos. ¿Por qué la esperanza cristiana trascenden­te es tan fuerte, que persiste en la historia y ni la persecució­n, la tortura y la muerte la derrotan? Nuestra esperanza cristiana surge de la fe y se fundamenta en Jesucristo. Contamos con la totalidad de su persona, de su amor que brota del corazón abierto, con su presencia activa que permanece en nosotros al recibirlo en la Eucaristía, con la sabiduría de su palabra, con la genialidad de su proyecto para la humanidad, su victoria sobre la muerte y el poder de su resurrecci­ón. Nos ha prometido que no nos dejará huérfanos, que nos acompañará hasta el final de los tiempos, que su Espíritu nos recordará lo que él nos enseñó y lo que no, nos defenderá como abogado ante los tribunales injustos y nos dará poder para hacer cosas aún mayores que las que él hizo. Jesús nos espera preparándo­nos un sitio para que estemos con él en el Padre y, entre tanto, si estamos cansados y agobiados nos invita a acudir a él, porque él quiere aliviarnos. Jesús nos entregó un talonario de cheques firmados en blanco contra la cuenta inagotable del banco de su poder y amor divinos. Lo dice el evangelist­a san Juan: “Ama hasta el extremo”, “Nadie ama más que el que da la vida por sus amigos” y “Para Dios nada es imposible”. Los que conocemos a Jesús podemos decir lo que san Pablo le escribió a Timoteo: “Sé en quien he puesto mi confianza”. ¿Cuánta es nuestra esperanza cristiana? Si tuviéramos fe como un grano de mostaza, podríamos trasladar montañas: construir el Reino de justicia, amor y paz.

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