Vendedores de humo
Comienza la carrera por las intendencias y concejalías municipales en las distintas ciudades del país, y los vendedores de humo se atropellan por llegar a los barrios, compañías y asentamientos llevando sus cantos de sirena. Los arreglos cupulares y las negociaciones de cuotas de poder están a la orden del día. Por esa inercia maldita que caracteriza a los partidos políticos, cuatro o cinco personajes, los “partidos yara”, son los que deciden quién será el candidato, quiénes se someterán a encuestas, y quiénes serán los concejales. Las representaciones se definen entre compadres, socios comerciales, cómplices en tragadas y negocios turbios. En algunos municipios incluso se llega al colmo de que se turnan el esposo con la esposa para ir ocupando los cargos. La consigna es mantenerse subido al carro del poder, porque la llanura es muy peligrosa, especialmente cuando se tiene techo de vidrio. Desde el poder se puede controlar a los jueces, a los fiscales, y también, por supuesto, a muchos medios de comunicación. La “prensa amiga”, y si es propia, mejor, juega un papel importante para atacar a enemigos políticos o morigerar los cuestionamientos que pueda hacer la sociedad. Terminados los “retoques” al interior de los grupos, con alguna que otra figurita nueva como mascarón de proa para dar una tónica de renovación, un “cambio para que no cambie nada”, que en la jerga política se conoce como gatopardismo, comienza la caza de votos. A veces la caza se limita a la “compra” de los votos, gracias al clientelismo político instalado, uno de los más nefastos vicios que arrastra el sistema político. En este nada alentador escenario, las posibilidades de “elección” que tiene un ciudadano se limitan a depositar su voto y entronar en el poder a alguien que desde el vamos tiene compromisos con las cúpulas partidarias o sus financistas. Hoy más que nunca necesitamos una ciudadanía informada, atenta y que sepa separar la paja del trigo.