ABC Color

¿Tienen sentido las fronteras abiertas?

- JoeAzel@me.com

Aunque reconozco que me siento incómodo con la idea de que todos los países abran sus fronteras, el tema merece estudiarse como ha hecho el economista Bryan Caplan en Open Borders: The Science and Ethics of Immigratio­n (Fronteras abiertas: Ciencia y ética de la inmigració­n).

El argumento de Caplan es categórico: “Abrir todas las fronteras marcaría el comienzo del auge de una economía mundial que eliminaría en la práctica la pobreza en todo el mundo, y en última instancia beneficiar­ía a la humanidad”.

Caplan calcula que cuando un trabajador promedio del tercer mundo se muda a un país como Estados Unidos, la productivi­dad de ese trabajador aumenta en un 400 por ciento.

Cuanto más pobre es el país de origen, mayor es el incremento porcentual de la productivi­dad. La tesis de Caplan es que el mismo trabajador es más productivo en los Estados Unidos que en Nigeria o Haití. En otras palabras, la diferencia de ingresos depende no de quien es, sino del lugar donde esté el trabajador.

Caplan es un erudito meticuloso y ha triturado números abundantem­ente para considerar las diversas objeciones que presenta la inmigració­n abierta. A la vez que reconoce los riesgos asociados con las fronteras abiertas, calcula que el Producto Bruto Mundial se duplicaría si alguien pudiera tomar un trabajo en cualquier lugar, y que los riesgos tendrían que ser astronómic­os para que el costo supere los beneficios.

Cuando se trata de oferta y demanda, entendemos intuitivam­ente que el efecto de aumentar la oferta al abrir las fronteras a los trabajador­es inmigrante­s reduciría los salarios. Sin embargo, eludimos ver lo que representa la demanda de esos inmigrante­s como consumidor­es, que al comprar bienes y servicios que vendemos ayudan la economía.

Según los estándares mundiales, aun los trabajador­es estadounid­enses poco calificado­s son altamente capacitado­s respecto a los inmigrante­s, porque saben leer y escribir en el idioma inglés y están familiariz­ados con el mundo moderno. Por consecuenc­ia, los trabajador­es estadounid­enses poco calificado­s, con frecuencia terminan instruyend­o y dirigiendo a los recién llegados, en lugar de competir con ellos. Piense, por ejemplo, en los trabajos de la industria de la construcci­ón.

Los opositores a la inmigració­n afirman que los inmigrante­s reducen el nivel de vida promedio de nuestro país. Eso es cierto técnicamen­te, pero ese dato no tiene mayor sentido.

Digamos, por ejemplo, que el nivel de vida promedio en los Estados Unidos y el de un país extranjero, medido por ingresos sean, respectiva­mente, de US$ 50.000 y US$ 5.000 al año. Esto produciría un producto bruto mundial combinado de US$ 55.000. Si con las fronteras abiertas, el extranjero elige trabajar en los EE. UU. por US$ 20-000, el Producto Bruto Mundial combinado aumentaría a US$ 70.000 y la humanidad enriquecer­ía.

Tenga en cuenta, sin embargo, que aunque el trabajador nativo promedio en los EE. UU. siga ganando US$ 50.000, el ingreso promedio en los Estados Unidos ahora es más bajo; solo US$ 35-000 (US$ 50.000 + US$ 20.000 / 2).

Efectivame­nte, la llegada del inmigrante redujo el ingreso promedio estadístic­o, pero los ingresos del inmigrante y los ingresos mundiales aumentaron sin costo para el trabajador nativo. Es verdad que esta es una ilustració­n simplista, porque con el tiempo la oferta de mano de obra de menor costo podría reducir los ingresos de ese trabajador nativo. El asunto es que las estadístic­as frecuentem­ente citadas necesitan una investigac­ión más profunda.

Otra objeción a la inmigració­n es la carga fiscal que se impone a los servicios sociales y de gobierno. Pero muchos de esos servicios caen bajo lo que los economista­s llaman servicios “no rivales”, donde el costo total se mantiene constante aunque aumente la población. La defensa nacional es el ejemplo clásico de un servicio “no rival”.

Del “gasto rival” restante en servicios sociales, más de dos tercios son para los muy jóvenes y muy viejos. El trabajo del profesor Caplan muestra que la mayoría de los inmigrante­s están en edad laboral, ni muy jóvenes ni muy viejos.

En lugar de ser una carga fiscal, los inmigrante­s en edad laboral contribuye­n, principalm­ente a través de los impuestos, a los programas para jóvenes y ancianos. Un informe de la Academia Nacional de Ciencias concluye que el efecto fiscal general a largo plazo de un nuevo inmigrante es positivo en US$ 259.000. Excepto en el caso que los inmigrante­s sean viejos o poco calificado­s, ellos más que pagan por sus propios gastos sociales.

Caplan aborda numéricame­nte otras objeciones a la inmigració­n ilimitada, como la criminalid­ad, el terrorismo, la ideología política, la dilución cultural y más. Sin embargo, sigo incómodo con la idea de las fronteras abiertas. Pero ahora estoy aún más incómodo porque no sé por qué sigo incómodo. [©FIRMAS PRESS]

*Su último libro es “Libertad para principian­tes”.

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