Enemigo público número uno
Dicen que el fin de línea de los escritores, periodistas y ensayistas de la literatura en general es la narrativa, expresada en cuentos cortos, relatos o la novela. Este ensayo es un germen, pero a la vez un resumen de cualquiera de ellos.
Usaremos lugares, personajes y eventos ficticios que podrán acercarse peligrosamente a la realidad; no por ser nuevos, sino porque están muy próximos geográficamente. Lo presentaremos como lo hace cualquier joven que se muestra tímidamente a un concurso de poesías en la cooperativa de su barrio, con mucha osadía y gran esperanza.
Los hechos ocurren en una aldea agropastoril del sur de América que ha pasado desapercibida del mundo civilizado, la República del Pantagray. Tal vez su ubicación geográfica, perdida entre los pantanos del Mato Grosso y las estribaciones de las selvas amazónicas, lo alejaron del tragicómico status de un Estado. Su nivel de desarrollo es similar a una aldea avanzada del siglo XVIII, con los tres personajes de la colonia: el pa’i (sacerdote), el karai (político) y el mburuvicha (el militar). La inocencia, dirían algunos, la ignorancia, otros, fue la que mantuvo en dormencia a esta nación por tanto tiempo.
La historieta corresponde a un personaje menudo del inframundo del contrabando, del lavado de dinero y otras actividades ilícitas que tienen su génesis en la herencia accidental de la fortuna de un militar, considerado el zar de la cocaína en América Latina de los 80, por parte de su contador.
Esta fortuna inmensa, pero inconfesable, fue el producto de varias actividades ilícitas: cambio negro, negocio de divisas, tráfico de influencias en un gobierno despótico, el contrabando; y por supuesto, por lo único blanco del negocio, la cocaína proveniente de la Colombia de la misma década. Tal vez en menor rango, el gris negocio de la heroína gerenciado por un francés de rico (r) historial en Europa.
John Dillinger, el gánster que hizo famosas las películas mafiosas de Hollywood, fue considerado como enemigo público número uno en los años 30. Una lápida en el cementerio Crown Hill, en Indiana, EE.UU., lleva este fatídico nombre. Otros como Al Capone, alias “cara cortada”, fueron considerados como rey del vicio en los años 20-30, en Chicago. Estos discípulos del mal disfrazaban sus ganancias como empresas: cervecerías, destilerías, factorías de cigarrillos, almacenes, flota de barcos y camiones, redes de casinos, juegos de azar, apuestas, asociaciones comerciales e industriales. Cualquier semejanza es pura coincidencia.
Lucky Luciano, nacido como Salvatore Lucaina, considerado el padre del crimen organizado de los EE.UU., también fue decisivo para el desarrollo del sindicato nacional del crimen en ese país. En Pantagray la delincuencia tomó un partido, no solo los sindicatos; aunque muchos prefieren admitir que fue adquirido. Es que la inmensa fortuna de nuestro personaje, guardada en fardos de dólares en lugares desconocidos o en paraísos fiscales conocidos, daba para comprar todo.
El dinero mal habido es el orín y la polilla de las sociedades: pudre los cargos, corrompe las instituciones, envenena los partidos, los clubes deportivos, las empresas; hasta que, por fin, destruye una nación entera. En la misma proporción que el rey Midas convertía en oro todo lo que tocaba, este macho alfa de las finanzas convertía en bosta al solo pasar de su sombra.
Cuando una aldea, elevada al rango de Estado por las NN.UU., pierde su libertad, sus habitantes se convierten en bestias. Y la conjunción de bestias no es más que una manada. Los homúnculos que abdican su libertad ante un discípulo del mal, a cambio de una seguridad pasajera, mañana abdicarán todo: dignidad, vergüenza, amor propio y hasta el pudor más básico.
Les presentamos al enemigo público número uno de la República del Pantagray, don Honorio Colorette. Dicen que su composición genética tiene un alto porcentaje de siciliano. Tal vez su apellido esté acorde con esa isla del Mediterráneo que ha dado tantos personajes a la mafia. O ¿quién sabe? Sea una especie de premonición fatídica de un partido político en decadencia de Pantagray.
La literatura a veces es fatídica, hilarante o sencillamente pintoresca. Hoy la presentamos como una parábola extremadamente próxima al realismo cristiano. Lo presentamos en plena Semana Santa, colgado de la misericordia de aquel que salvó al mundo en una cruz.
(*) Ingeniero Agrónomo