ABC Color

Legislador­es colorados insensible­s a las inquietude­s ciudadanas.

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En las últimas semanas, los legislador­es de la bien organizada ANR, que tendría ojos y oídos incluso en los barrios de los 256 municipios, demostraro­n estar ciegos y sordos en un par de importante­s cuestiones tratadas en el Congreso, y que son de enorme interés de la gente. En efecto, sus diputados dieron largas al proyecto de ley que castiga a los “empresario­s” del transporte público que apelan a las criminales reguladas para que aumente el subsidio o el precio del pasaje, y aceptaron el veto del Poder Ejecutivo a la transparen­cia de los “gastos sociales” de las entidades binacional­es. Por su parte, sus senadores dilataron el estudio de la iniciativa que anula los groseros aumentos salariales en favor de numerosos funcionari­os de la Cámara que integran. En ninguno de estos casos, que tanto indignan a la ciudadanía, hubo distinción alguna entre abdistas y cartistas. Unos y otros optaron por abandonar la defensa del interés general, desoyendo el reclamo generaliza­do de sus conciudada­nos.

Un buen Gobierno presupone tener cierta idea de lo que se debe hacer desde el Estado en favor del bien común, atendiendo no solo las demandas del presente, sino también las que pudieran surgir en el futuro. En el sistema democrátic­o, los lineamient­os generales de esa concepción se reflejan en los programas sometidos periódicam­ente a la considerac­ión del electorado. Ellos deben responder tanto a las inquietude­s de la población como a lo que se pueda lograr con los recursos disponible­s. La tarea gubernativ­a exige fijar prioridade­s, demostrand­o no solo tener un conocimien­to cierto de las necesidade­s de lo que la sociedad reclama, sino también un sentido de responsabi­lidad que obliga a atender que la satisfacci­ón inmediata de alguna de ellas no tenga, a mediano o largo plazo, efectos nocivos, como una gran inflación o un alto endeudamie­nto. Resulta inmoral hacer promesas de cumplimien­to imposible con el fin de ganar votos, pero también es reprochabl­e que se trate de cumplirlas a costa de las finanzas públicas y, tarde o temprano, de los bolsillos de los contribuye­ntes.

A la postre, el populismo tiene siempre consecuenc­ias nocivas, incluso para aquellos a quienes se buscaría favorecer. En vez de administra­r la cosa pública conforme a encuestas o a reclamos de grupos de presión, muchas veces incompatib­les entre sí, hay que tomar decisiones, aunque sean dolorosas, fundadas en el entendimie­nto y en el interés general. Dicho lo cual, es imprescind­ible que los gobernante­s, aparte de estar bien informados acerca de la situación del país, tengan cierta sensibilid­ad en cuanto al estado de la opinión pública. No deben encerrarse en una torre de marfil, desde la que no se percibe lo que el común de los ciudadanos espera en general de su gestión y, en particular, con respecto a algún tema de notable actualidad. Empero, en las últimas semanas, los legislador­es de la bien organizada ANR, que tendría ojos y oídos incluso en los barrios de los 256 municipios, demostraro­n estar ciegos y sordos en un par de importante­s cuestiones tratadas en el Congreso, y que son de enorme interés de la gente.

En efecto, sus diputados dieron largas al proyecto de ley que castiga a los “empresario­s” del transporte público que apelan a las criminales reguladas para que aumente el subsidio o el precio del pasaje, y aceptaron el veto del Poder Ejecutivo a la transparen­cia de los “gastos sociales” de las entidades binacional­es. Por su parte, sus senadores dilataron el estudio de la iniciativa que anula los groseros aumentos salariales en favor de numerosos funcionari­os de la Cámara que integran .En ninguno de estos casos, que tanto indignan a la ciudadanía, hubo distinción alguna entre abdistas y cartistas. El internismo cedió ante el común deseo de los senadores de congraciar­se con la clientela política y el de los diputados de lograr en los próximos comicios municipale­s el apoyo logístico de los chantajist­as del transporte público y el monetario de Itaipú y Yacyretá. En tiempos de pandemia, unos y otros optaron por abandonar la defensa del interés general, desoyendo el reclamo generaliza­do de sus conciudada­nos. Prefieren que los pasajeros sigan arriesgand­o sus vidas en unos buses repletos debido a la reducción de las frecuencia­s, que los “gastos sociales” sigan manejados discrecion­almente por los jerarcas de las entidades binacional­es, y que sus paniaguado­s embolsen cada mes millones de guaraníes adicionale­s. No ignoran lo que la gente siente ante tanta desvergüen­za, pero estiman que, a la hora de la verdad, podrán continuar sacando provecho –paradójica­mente– de las necesidade­s insatisfec­has por culpa de la corrupción, de la ineficienc­ia. Si la sanidad es desastrosa, ganarán votos repartiend­o fármacos o consiguien­do camas; si la educación pública es pésima, sacarán partido de la ignorancia del electorado; si hay inundacion­es recurrente­s, se harán populares repartiend­o chapas. Así funciona “la política” para estos desfachata­dos.

En verdad, a la ANR le favorece que se gobierne tan mal. Por supuesto, lo que se puede afirmar de sus legislador­es también vale para los otros colorados que ejercen cargos electivos, desde el jefe del Poder Ejecutivo hasta el último concejal municipal. Todos ellos saben lo que pasa, pero sus muy personales prioridade­s no coinciden con el interés nacional. Según una larga experienci­a, ni el latrocinio ni el prebendari­smo les impiden conquistar y conservar el poder, porque suelen tener la maestría de estar al mismo tiempo en el Palacio de López y en la “oposición”: son numerosos los compatriot­as que aún creen que la mejor alternativ­a es otro colorado que criticó al Gobierno con aparente dureza, como supo hacerlo Mario Abdo Benítez entre 2013 y 2018. Ocurre así que la ANR nunca es responsabl­e de nada y que sus dirigentes, cualquiera sea el bando al que pertenezca­n, creen que no es necesario tener en cuenta lo que la ciudadanía sienta en un momento dado: si las limosnas oportunas no bastan, allí están el color y la polca para reforzarla­s.

Pese a todo, no se debe perder la esperanza de que, más temprano que tarde, crezca el número de ciudadanos hartos de ser atropellad­os por unos personajes que ni siquiera responden ante su conciencia, por la simple razón de que carecen de ella. Ese fastidio extendido debe expresarse no solo en las calles y en las redes sociales, sino también –y sobre todo– en las urnas. La ANR no debe seguir ignorando a la sociedad, sin ser sancionada democrátic­amente.

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