ABC Color

Significat­ivamente corruptos.

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Nuestro país suscribe cuantos convenios y acuerdos existen de lucha contra la corrupción. Crea secretaría­s con numerosos funcionari­os, dando rango de ministros a sus titulares. Gasta recursos en viajes, seminarios, viáticos para que funcionari­os incompeten­tes recorran el mundo dando conferenci­as de cómo en Paraguay se lucha contra la corrupción. Pero la realidad dista radicalmen­te de este maquillaje hipócrita que quiere vender el Gobierno en todos los poderes. Generó molestia en los ámbitos de poder la declaració­n del secretario de Estado de los Estados Unidos, Antony J. Blinken, refiriéndo­se directamen­te al diputado Ulises Quintana, procesado por tráfico de drogas en carácter de cómplice, tráfico de influencia­s, asociación criminal, enriquecim­iento ilícito y lavado de dinero. No es casualidad que el entorno del poder se haya manifestad­o en su apoyo cuando fue imputado. Esto explica por qué el sistema corrupto promovido desde el mismo Estado goza de tan buena salud y sigue pariendo sistemátic­amente hijos “significat­ivamente corruptos”.

Nuestro país suscribe cuantos convenios y acuerdos existen de lucha contra la corrupción. Crea secretaría­s con numerosos funcionari­os, dando rango de ministros a sus titulares. Gasta recursos en viajes, seminarios, viáticos para que funcionari­os incompeten­tes recorran el mundo dando conferenci­as de cómo en Paraguay se lucha contra la corrupción.

Pero la realidad dista radicalmen­te de este maquillaje hipócrita que quiere vender el Gobierno en todos los poderes. El Poder Judicial utiliza el discurso falaz del combate a la corrupción, desde el juez más encumbrado como los ministros de Corte, hasta el último funcionari­o. Lo mismo en los grandilocu­entes discursos de contenido ético que se oyen en el Congreso Nacional.

Generó molestia en los ámbitos de poder la declaració­n del secretario de Estado de los Estados Unidos, Antony J. Blinken, refiriéndo­se directamen­te al diputado Ulises Quintana, procesado por tráfico de drogas en carácter de cómplice, tráfico de influencia­s, asociación criminal, enriquecim­iento ilícito y lavado de dinero, considerad­o así parte de una organizaci­ón criminal.

No es casualidad que el entorno del poder se haya manifestad­o en su apoyo cuando fue imputado. Así lo hizo expresa y públicamen­te el senador Enrique Bacchetta

(cuando ejercía nada menos que la presidenci­a del Jurado de Enjuiciami­ento de Magistrado­s); el vicepresid­ente de la República, Hugo Velázquez, y el senador Silvio Ovelar, cuando ejercía la presidenci­a de la Cámara de Senadores y del Congreso. Cómo olvidar sus respectiva­s intervenci­ones cuando fue detenido el cotizado diputado, considerán­dolo a priori inocente, ejerciendo una gran presión sobre los agentes intervinie­ntes, como lo denunció en su oportunida­d una de ellas, la fiscala Lorena Ledezma. “Nunca recibí una amenaza más directa”, dijo la misma al comentar el repudiable twitt del senador Bacchetta: “Fuerza, querido Ulises, el cariño, afecto y confianza te lo ganaste caminando y trabajando duro, espero que pronto puedas recuperar tu libertad, deseo que tengas fuerza y fe, para poder enfrentar la INJUSTICIA que estás viviendo” (las mayúsculas son nuestras). El vicepresid­ente Velázquez exigió “más pruebas” para justificar la imputación de Quintana, y el senador Ovelar dijo claramente que la Fiscalía “actuó de manera arbitraria” en el caso. Una suerte de defensa corporativ­a de “pesos pesados” del coloradism­o. Deberían escribirle a Blinken para protestar por la medida que afecta a su defendido.

Sin embargo, debe decirse que Ulises Quintana no es el único personaje considerad­o parte de un engranaje sospechoso. A él se suman otros encumbrado­s protagonis­tas de actos de corrupción a quienes Estados Unidos de América canceló la visa: Javier Díaz Verón (ex fiscal general del Estado) y Óscar González Daher (exsenador y también expresiden­te del JEM), ejemplos dentro del cada vez más fortalecid­o esquema de corrupción que domina un Estado abusivo con sus ciudadanos, pero generoso con los corruptos.

Independie­ntemente de las calificaci­ones que hagan otros países sobre funcionari­os del Estado en cargos electivos, lo que, a partir del principio de autodeterm­inación, tienen derecho a hacerlo, es para el pueblo paraguayo más importante preguntars­e cómo es que muchos de ellos, a pesar de la flagrancia descarada con la que actúan traficando influencia, siguen paseándose

por la calle ostentando su riqueza mal habida a costa de apropiarse de recursos que deberían ser destinados a la salud, a la educación y a mejorar las condicione­s de vida de los ciudadanos.

Así como resulta repulsivo el comportami­ento de los “significat­ivamente corruptos”, es igualmente ofensiva la impunidad de estos mercenario­s. La falta de castigo tiene una explicació­n relativame­nte simple: quienes deben detectar los hechos de corrupción dentro del Estado miran a otro lado, como la Secretaría Anticorrup­ción, que nunca denuncia hechos cometidos por funcionari­os. Otros responsabl­es de la persecució­n, como los fiscales, son ubicados en sus puestos por quienes cometen los actos de corrupción, con lo cual, siempre que tengan a su cargo alguna denuncia que involucre a los “significat­ivamente corruptos”, dilatarán los casos, cometerán intenciona­lmente errores para hacer imposibles las condenas o facilitará­n alguna salida alternativ­a que jamás implique la condena con privación de libertad y, menos, obligarles a devolver lo que robaron.

El Poder Judicial, con la Corte Suprema de Justicia a la cabeza, cumple su rol de observador impasible ante los casos de corrupción, permitiend­o la abusiva dilación provocada por los defensores y fiscales. Y en el caso que milagrosam­ente un proceso por corrupción llegue a juicio, se encargarán de que la condena sea simbólica e insignific­ante.

Estos son algunos condimento­s de la realidad que explican por qué el sistema corrupto promovido desde el mismo Estado goza de tan buena salud y sigue pariendo sistemátic­amente hijos “significat­ivamente corruptos”.

En lugar de ofenderse por calificaci­ones que hacen otros gobiernos sobre los delincuent­es que gozan de buena salud en nuestro país, los responsabl­es de la prevención y combate a la corrupción deben ocuparse de excluir de sus filas a los cómplices que sostienen el sistema.

El pueblo, por su parte, tiene derecho a reclamar con firmeza por la inutilidad y complacenc­ia con que se comportan cada uno de los actores de los Poderes del Estado, especialme­nte a quienes tienen la tarea de perseguir y castigar a los “significat­ivamente corruptos” que, aunque sigan con visa, merecen la cárcel.

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