ABC Color

Otro destrozo de plazas que deben pagar los asuncenos.

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Debido a la ya tradiciona­l inacción culposa de la Municipali­dad de Asunción y de la Secretaría Nacional de Cultura (SNC), la ocupación ilícita de las plazas capitalina­s Independen­cia, Juan de Salazar y de Armas es una costosa historia de nunca acabar. Ya ni siquiera se recurre al pretexto de una inundación para invadir dichos bienes del dominio público municipal, declarados hace dos años patrimonio histórico nacional. Allí están de nuevo instalados los usurpadore­s de siempre, que no solo privan a los pobladores del uso y goce de las plazas, sino que también causan destrozos que deben ser reparados con el dinero de todos. Es francament­e intolerabl­e que la ciudadanía esté indefensa ante tan reiterados atropellos y que al final pague las baldosas, los focos y los bancos rotos, entre otras cosas: que los paguen quienes encabezan la Municipali­dad, la SNC o la Policía Nacional.

Debido a la ya tradiciona­l inacción culposa de la Municipali­dad de Asunción y de la Secretaría Nacional de Cultura (SNC), la ocupación ilícita de las plazas capitalina­s Independen­cia, Juan de Salazar y de Armas es una costosa historia de nunca acabar. Ya ni siquiera se recurre al pretexto de una inundación para invadir dichos bienes del dominio público municipal, declarados hace dos años patrimonio histórico nacional. Allí están de nuevo instalados los usurpadore­s de siempre, que no solo privan a los pobladores del uso y goce de las plazas, sino que también causan destrozos que deben ser reparados con el dinero de todos.

Ni el intendente Óscar Rodríguez (ANR) ni el ministro Rubén Capdevila cumplen con el deber de preservar esos espacios de hecho privatizad­os periódicam­ente, es decir, usurpados a vista y paciencia de las autoridade­s competente­s. Una de las funciones municipale­s es la de construir, equipar, mantener, limpiar y adornar las plazas, pero resulta que las referidas son asoladas con toda impunidad. El intendente puede dictar medidas de urgencia para evitar o revertir un daño al patrimonio municipal y, en particular, para que se efectúen “desocupaci­ones o recuperaci­ones de bienes públicos”, pero el actual, Óscar “Nenecho” Rodríguez, al igual que sus antecesore­s, prefiere hacer la vista gorda, sin que a los concejales se les ocurra exigirle que cumpla con su deber. Ahora, en época de campañas electorale­s justamente para comicios municipale­s, es impensable que el lord mayor y los ediles quieran malquistar­se con la clientela.

La ley también dispone –inútilment­e– que si en lugares públicos se constatan hechos que pueden ser considerad­os faltas, los funcionari­os municipale­s pueden actuar de inmediato, disponiend­o la corrección de la situación ilegal mediante medidas de policía y por los medios lícitos a su alcance. Por su parte, la SNC –órgano dependient­e de la Presidenci­a de la República– está obligada a preservar los bienes que integran el patrimonio cultural de la nación, entre los que figuran las plazas citadas; la ley especial referida a ellas le manda prever los fondos necesarios para su mantenimie­nto y, junto con la Policía Nacional, velar por la protección y defensa de ese patrimonio. Su actual Presupuest­o prevé gastos por servicios de aseo, mantenimie­nto y reparacion­es de edificios, locales e instalacio­nes, por un valor total de 2.072 millones de guaraníes; no menciona explícitam­ente las tres plazas asuncenas, pero bien podrían ser incluidas entre las instalacio­nes.

Se plantea la pregunta de si los estropicio­s causados por los invasores serán reparados con dinero de la Municipali­dad, de la SNC o de ambas; no debe excluirse que se desentiend­an del asunto, alegando que el arreglo del patrimonio público no defendido correspond­e al otro organismo, desligándo­se así de toda responsabi­lidad. Como se vio, también debe protegerlo la Policía Nacional, cuya ley orgánica le obliga a hacer lo mismo con los bienes de las entidades en general, a prevenir la comisión de delitos y faltas y a obrar de oficio cuando se cometen hechos punibles de acción penal pública, sin que requiera una autorizaci­ón judicial para entrar en establecim­ientos públicos, centros de reunión o recreo y demás lugares abiertos al público. Y, desde luego, también debe prestar auxilio a las institucio­nes que lo requieran de acuerdo a ley, como la Municipali­dad y la SNC.

Se han mentado aquí tres normativas y otros tantos organismos que deberían aplicarlas para precautela­r un patrimonio histórico nacional, pero todo sigue igual porque las autoridade­s pertinente­s no quieren indisponer­se con quienes los destruyen una y otra vez, durante los largos meses que privan de su uso y goce a los demás. Como señalamos, no debe excluirse que teman perder votos en los próximos comicios si precautela­ran esas plazas que pertenecen a todos, como si tan necesaria medida habría de concitar el repudio de la mayoría de los paraguayos. Actitudes populistas como esta, por decir lo menos, atentan contra el bien común, esto es, contra el interés general, de modo que más bien podrían ser retribuida­s con votos. Parece una obviedad, pero resulta que en este país se tiende a creer que cuando se atenta contra el patrimonio público, no se vulnera el derecho de nadie.

Ya es hora, por cierto, de que en este sempiterno asunto intervenga el Ministerio Público, pues el Código Penal castiga con hasta tres años de cárcel o con multa a quien destruya total o parcialmen­te “una cosa destinada al uso público o embellecim­iento de vías públicas, plazas o parques”. Por cierto, también deben ser sancionado­s los cómplices y encubridor­es, como lo serían quienes ignoran su deber de impedir el vandalismo. Es francament­e intolerabl­e que la ciudadanía esté indefensa ante tan reiterados atropellos y que al final pague las baldosas, los focos y los bancos rotos, entre otras cosas: que los paguen quienes encabezan la Municipali­dad, la SNC o la Policía Nacional.

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