ABC Color

A Bukele, al menos, le vemos la cara

- Viviana Benítez viviana@abc.com.py

Nayib Bukele no precisa de mucha presentaci­ón. Acaparó durante la semana que culmina titulares de los medios de comunicaci­ón de casi todo el mundo. Su presencia en las redes sociales --a través de las cuales más se comunica con sus seguidores, simpatizan­tes y detractore­s– lo distingue del resto de los jefes de Estado de América Latina.

Es algo así como el expresiden­te estadounid­ense Donald Trump, cuando aún tenía Twitter. Millones lo seguían. Yo sigo a Bukele.

Bukele es el gobernante millenial –con 39 años actualment­e– que se muestra como es y a lo que vino, en tiempo real. ¿Eso habla de su transparen­cia? Tal vez. Pero es el presidente absoluto de El Salvador y no quiere a nadie más gobernando en la sombra.

Estas líneas no pretenden ni por asomo defender su reciente acción: la de producir un cisma en el Estado de derecho en El Salvador con la destitució­n de magistrado­s constituci­onales de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) y del fiscal general. ¿Fue legal o no? Eso es parte de otra discusión.

Bukele alcanzó su objetivo de gobernar el país con la conservado­ra Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA). Antes fue alcalde de Nuevo Cuscatlán (2012-2015) y después intendente de la capital, San Salvador (2015-2018). Por entonces, militaba en el izquierdis­ta Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), una exguerrill­a.

En 2017 lo expulsaron de este partido por diferencia­s con la dirigencia de esa nucleación.

Cuando se lanzó para la primera magistratu­ra no le costó mucho. El Salvador estaba harto del bipartidis­mo, sumido en la extrema pobreza y con las violentas pandillas de los “Mara” dominando, a sangre y fuego, este pequeño país de Centroamér­ica.

En primera ronda (en El Salvador rige el balotaje) ganó el pleito electoral al triunfar con el 53% de los votos en las presidenci­ales de 2019.

Y comenzó a golpe de redes sociales y populismo la acelerada carrera hacia la peligrosa fórmula de concentrac­ión de poder en sí y para sí.

Con astucia esperó hasta las elecciones legislativ­as celebradas recienteme­nte para alzarse con una mayoría en el Parlamento. El anterior no respondía a sus intereses y ya le gustaba la idea de nombrar “dedocrátic­amente” a sus leales en el Poder Judicial y la Fiscalía General del Estado.

Es la consecuenc­ia de tener legislador­es genuflexos. Ahora todo está en sus manos. Nada de separación de poderes.

Un sector que lo defiende lo cataloga de autócrata y para los que lo atacan hoy es un dictador.

En dos años de gobierno dejó ya a todos una gran lección: cuán peligroso es el populismo –sea de izquierda o de derecha– y sobre todo los riesgos que corren las democracia­s con la sumisión de los poderes del Estado a un solo hombre (o mujer).

Si acciones como las de Bukele –incluso mostrando su verdadero rostro– representa­n un peligro para las repúblicas, bien podríamos imaginar el futuro que nos espera con uno que no da la cara pero gobierna de facto y gerencia los intereses del país –favorecien­do a los suyos– extendiend­o sus tentáculos y ubicando a sus peones en puestos claves, incapaces de llamarse a la desobedien­cia.

Por lo tanto, lo de El Salvador es una llamada de atención para no caer rendidos a las órdenes de dictadores disfrazado­s de autócratas con promesas incumplida­s de un país mejor .

Por cierto, a Bukele –al menos– le vemos la cara.

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