ABC Color

Vacu-tour de las ratas

- Juan Augusto Roa Bartz jaroa@abc.com.py

Cuando el barco se hunde, los primeros en abandonar la nave son las ratas. Este es un conocimien­to adquirido en la larga tradición marinera: las ratas por lo general se escondían en la sentina (la parte más baja del buque) y son las primeras en advertir cuando se produce una inundación. Ver a las ratas correr en busca de zonas superiores era señal inequívoca de que algo malo estaba ocurriendo, y que alguna parte del barco se estaba inundando. Algo parecido a eso estamos observando con algunos de nuestros “líderes” políticos que están escapando hacia Miami, inaugurand­o una nueva modalidad de turismo: el “vacu-tour”.

Ante la calamitosa situación sanitaria que está padeciendo la gente “de a pie” de nuestro país, buscando una asistencia médica que el Estado no le puede garantizar, porque no hay medicament­os, porque no hay terapias suficiente­s y debe esperar que alguien se recupere o se muera para conseguir una cama, donde con las vacunas que llegan a cuentagota­s, el escenario no puede sino resultar indignante. Y resulta que muchos de aquellos que son los responsabl­es de que el pueblo paraguayo viva en la pobreza material y moral, que a fuerza de costumbre se hizo “normal”, ante las primeras señales de que se hunde el barco, “huyen” a otro país en busca de la ayuda.

Esa asistencia que le está vedada al “común” por negligenci­a y corrupción de quienes conducen el barco -responsabi­lidad que no es solamente del Poder Ejecutivo- condena al grueso de la población a hundirse irremediab­lemente en esta crisis sanitaria y económica desatada con la pandemia, sin visos de solución. Este tembladera­l que está pasando nuestro país como nunca desnuda esa realidad de inequidad, injusticia social, marginalid­ad económica que padece ese Paraguay profundo, esa brecha profunda y ancha entre los unos y los otros.

Son los privilegia­dos de un modelo de hacer política en el que se impone no el mejor, sino el ventajero, el inescrupul­oso, el indolente con la suerte del resto, pero con la habilidad de articular ese discurso con el que encandila al que está despreveni­do. Un modelo de hacer política donde cualquier oportunida­d es válida si se trata de sacar ventaja, sin siquiera ya preocupars­e por guardar la forma, de tener un poco de recato.

Concesione­s de obras sobredimen­sionadas a los amigos, sobrefactu­raciones en meriendas escolares, en compra de insumos y equipamien­tos médicos; vacunacion­es VIP, autoaument­o de sueldos, bonificaci­ones a funcionari­os públicos, se suceden como en un popurrí de corrupción ante un aparataje legal inútil, haragán y cobarde. Mientras para unos la recomendac­ión “Quedate en casa” es verse en el dilema de no llevar el pan de todos los días a su casa, para otros es la posibilida­d de “aislarse” en sus quintas, donde su mayor preocupaci­ón es si la bebida estará bien fría.

Que no se entienda esto como una simple exposición maniquea de la situación. Cada uno tiene el derecho de trabajar y buscar su desarrollo y bienestar personal, pero envilece cuando esas posibilida­des están limitadas a quienes disfrutan de privilegio­s, y sin esfuerzo propio.

Una sociedad que no se guía por códigos de ética es una sociedad fallida. Este es nuestro drama existencia­l como nación; perdimos la capacidad de indignació­n, estamos en el “todo vale” y asumimos sin una pizca de vergüenza aquella expresión que ya forma parte de nuestra cultura: “el que puede, puede y el que no puede chilla”.

Eso explica, por ejemplo, el sonado caso del “Pytyvõ de frontera” del que se aprovechar­on poderosos comerciant­es en detrimento de los que “pelearon” por el beneficio con marchas y contramarc­has, protestas y reclamos. Asumimos como una consecuenc­ia natural de las cosas que aquel político que llegó al poder, sin importar si lo hizo a platazo limpio, con mentiras y trampas, tiene el derecho adquirido de “aprovechar” los privilegio­s que le otorga su estatus para enriquecer­se traficando influencia­s, participan­do de negociados, protegiend­o mafiosos.

Si indigna ver a nuestros “líderes” abandonand­o el barco en medio de la tormenta creada por la pandemia del covid-19 en un “sálvese quien pueda”, más debería indignarno­s nuestra incapacida­d ciudadana de sacudirnos para sacarnos de encima a nuestros propios verdugos.

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