Vacu-tour de las ratas
Cuando el barco se hunde, los primeros en abandonar la nave son las ratas. Este es un conocimiento adquirido en la larga tradición marinera: las ratas por lo general se escondían en la sentina (la parte más baja del buque) y son las primeras en advertir cuando se produce una inundación. Ver a las ratas correr en busca de zonas superiores era señal inequívoca de que algo malo estaba ocurriendo, y que alguna parte del barco se estaba inundando. Algo parecido a eso estamos observando con algunos de nuestros “líderes” políticos que están escapando hacia Miami, inaugurando una nueva modalidad de turismo: el “vacu-tour”.
Ante la calamitosa situación sanitaria que está padeciendo la gente “de a pie” de nuestro país, buscando una asistencia médica que el Estado no le puede garantizar, porque no hay medicamentos, porque no hay terapias suficientes y debe esperar que alguien se recupere o se muera para conseguir una cama, donde con las vacunas que llegan a cuentagotas, el escenario no puede sino resultar indignante. Y resulta que muchos de aquellos que son los responsables de que el pueblo paraguayo viva en la pobreza material y moral, que a fuerza de costumbre se hizo “normal”, ante las primeras señales de que se hunde el barco, “huyen” a otro país en busca de la ayuda.
Esa asistencia que le está vedada al “común” por negligencia y corrupción de quienes conducen el barco -responsabilidad que no es solamente del Poder Ejecutivo- condena al grueso de la población a hundirse irremediablemente en esta crisis sanitaria y económica desatada con la pandemia, sin visos de solución. Este tembladeral que está pasando nuestro país como nunca desnuda esa realidad de inequidad, injusticia social, marginalidad económica que padece ese Paraguay profundo, esa brecha profunda y ancha entre los unos y los otros.
Son los privilegiados de un modelo de hacer política en el que se impone no el mejor, sino el ventajero, el inescrupuloso, el indolente con la suerte del resto, pero con la habilidad de articular ese discurso con el que encandila al que está desprevenido. Un modelo de hacer política donde cualquier oportunidad es válida si se trata de sacar ventaja, sin siquiera ya preocuparse por guardar la forma, de tener un poco de recato.
Concesiones de obras sobredimensionadas a los amigos, sobrefacturaciones en meriendas escolares, en compra de insumos y equipamientos médicos; vacunaciones VIP, autoaumento de sueldos, bonificaciones a funcionarios públicos, se suceden como en un popurrí de corrupción ante un aparataje legal inútil, haragán y cobarde. Mientras para unos la recomendación “Quedate en casa” es verse en el dilema de no llevar el pan de todos los días a su casa, para otros es la posibilidad de “aislarse” en sus quintas, donde su mayor preocupación es si la bebida estará bien fría.
Que no se entienda esto como una simple exposición maniquea de la situación. Cada uno tiene el derecho de trabajar y buscar su desarrollo y bienestar personal, pero envilece cuando esas posibilidades están limitadas a quienes disfrutan de privilegios, y sin esfuerzo propio.
Una sociedad que no se guía por códigos de ética es una sociedad fallida. Este es nuestro drama existencial como nación; perdimos la capacidad de indignación, estamos en el “todo vale” y asumimos sin una pizca de vergüenza aquella expresión que ya forma parte de nuestra cultura: “el que puede, puede y el que no puede chilla”.
Eso explica, por ejemplo, el sonado caso del “Pytyvõ de frontera” del que se aprovecharon poderosos comerciantes en detrimento de los que “pelearon” por el beneficio con marchas y contramarchas, protestas y reclamos. Asumimos como una consecuencia natural de las cosas que aquel político que llegó al poder, sin importar si lo hizo a platazo limpio, con mentiras y trampas, tiene el derecho adquirido de “aprovechar” los privilegios que le otorga su estatus para enriquecerse traficando influencias, participando de negociados, protegiendo mafiosos.
Si indigna ver a nuestros “líderes” abandonando el barco en medio de la tormenta creada por la pandemia del covid-19 en un “sálvese quien pueda”, más debería indignarnos nuestra incapacidad ciudadana de sacudirnos para sacarnos de encima a nuestros propios verdugos.