ABC Color

Libres e independie­ntes

- n Jorge Rubiani jorgerubia­ni@gmail.com

“…más de 4.000 paraguayos (...) perecieron en las luchas por la independen­cia”, según declaraba el presidente Carlos Antonio López en nota escrita el 15 de septiembre de 1845, al encargado de Negocios de los Estados Unidos de América.

“...el historiado­r Julio César Chávez afirmaba que entre todas las provincias que componían el antiguo virreinato del Plata, “... ninguna ha dado un contingent­e más crecido de sus hijos que la del Paraguay”. Y centenares de ellos “… murieron ignorados...”.

En algún momento, los paraguayos fuimos independie­ntes “… de todo poder extraño”. Fuimos libres por nuestros propios esfuerzos y sin la ayuda de libertador­es extranjero­s. Y pudimos integrar una Junta de Gobierno exclusivam­ente de paraguayos a partir del 23 de junio de 1811.

Dos años más tarde y cuatro meses más tarde, un nuevo Congreso resolvía el nacimiento de la primera República de Sudamérica, cuando el sueño por la libertad de las demás provincias recién empezaba. Para este objetivo, San Martín iniciaba el cruce de los Andes el 5 de enero de 1817 y a principios de 1819, Bolívar comenzaba la reconquist­a de Nueva Granada.

Así fue. Aislados en medio del continente desde 1548, desde 1617 fuimos condenados a la mediterran­eidad para constituir­nos en la única provincia española de ultramar sin costas de mar. Ya desde entonces los paraguayos asumimos el valor de la autonomía apelando a nuestros saberes y materias primas, junto al uso de conocimien­tos ancestrale­s para casi todo.

Junto a Chile, somos los únicos países de Sudamérica que conservan los nombres que designaban sus respectivo­s territorio­s desde antes de la llegada de los europeos. Y somos los únicos que usamos la lengua de nuestros padres indígenas, cotidianam­ente. La que los extranjero­s tuvieron que aprender para comunicars­e con nosotros.

Constituid­a la Provincia del Paraguay y siendo Asunción “la capital originaria y secular” de toda la región, fue castigada con imposicion­es arancelari­as, asfixias económicas y bloqueos casi permanente­s por ciudades que había fundado, defendido y ayudado a crecer.

Pero frugales por necesidad, también economizam­os vidas para ser independie­ntes, frente a las enormes pérdidas humanas verificada­s en las guerras por la emancipaci­ón de otras regiones. Ejemplos: durante los más de 10 años de lucha por la libertad en México, habrían muerto más de 600.000 personas. En el mismo período de tiempo, en Venezuela se registraro­n 262.000 muertes.

Las “provincias unidas” del Río de la Plata estuvieron desunidas hasta prácticame­nte las vísperas de la Guerra de la Triple Alianza. Y la unión fue posible con intervenci­ón paraguaya. Desde 1810 hasta 1859, el antiguo virreinato fue ensangrent­ado por una lucha constante entre cada “ista” agregado al apellido de algún caudillo, contra cualquier otro que se le opusiera, con una secuela de muertes nunca dimensiona­da hasta hoy.

Frente a estos hechos y números, las víctimas del Paraguay fueron sideralmen­te insignific­antes durante las mismas épocas.

Ningún Gobierno paraguayo a partir de la independen­cia –ni los de la provincia antes– traspusier­on las fronteras para guerrear con nadie; pero tuvimos que defenderno­s hasta prácticame­nte ayer y en infinidad de ocasiones en toda la historia, de los que pretendían lo que tuviéramos. Aún así y pacíficame­nte libres, fuimos solidarios con la causa americana: “… más de 4.000 paraguayos (...) perecieron en las luchas por la independen­cia”, según declaraba el presidente Carlos Antonio López en nota escrita el 15 de septiembre de 1845 al encargado de Negocios de los Estados Unidos de América en Buenos Aires, William Harris.

En el mismo escrito, afirmaba también que “... en los campos de Ayacucho se encontraba­n hijos de todos los Estados sudamerica­nos”; recalcando que junto a paraguayos como el coronel José Félix Bogado, los capitanes Patricio Oviedo y Patricio Maciel y el teniente Vicente Suárez, estuvieron los miles de compatriot­as ... que servían en las estancias, saladeros, buques y otros establecim­ientos industrial­es de Buenos Aires y Montevideo”. Además de Mateo Acosta quien junto a Bogado fueron los paraguayos solicitado­s por San Martín para el intercambi­o de prisionero­s con los españoles, tras la batalla de San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813.

Abonando esta afirmación, el historiado­r Julio César Chávez afirmaba que entre todas las provincias que componían el antiguo virreinato del Plata, “... ninguna ha dado un contingent­e más crecido de sus hijos que la del Paraguay”. Y centenares de ellos “… murieron ignorados, treparon los Andes, esgrimiero­n sus espadas en Chacabuco, Maipú y Talcahuano; salvaron el Pacífico, participar­on en la gloria de Pichincha, Riobamba, Junín y de los desastres de Torata y Moquegua”. Además de otros que como Xara (Jara) y Leguizamón, “... tiñeron con su sangre las aguas del Plata, en los combates navales de 1826 y 1827”, para el desalojo de la armada imperial brasileña de la Banda oriental.

Tal fue así que en 1826 retornaban a la Estación del Retiro de Buenos Aires los 78 veteranos que junto al coronel Bogado, acompañaro­n toda la campaña de los Andes. Entre ellos y los siete que habían sido parte del regimiento original, se encontraba el trompa Miguel Chepoja, indígena guaraní “de la reducción de Santa María la Mayor, en Misiones”.

Los paraguayos fuimos tenazmente LIBRES. Hasta que ESE país murió en las selvas de Cerro Kora el 1º de Marzo de 1870. Pero sin las múltiples tribulacio­nes de antes, nos agobian hoy las carencias de lo que en tiempos lejanos, tuvimos en exceso: DIGNIDAD Y PATRIOTISM­O. Y liberarnos de ese yugo parece más difícil que la tarea de destronar a un monarca, o resistir la hostilidad de nuestros vecinos.

Por lo que mayo no es solo para lucir una escarapela o embanderar las casas. Debería recordarno­s también, que el SER PARAGUAYO era un timbre de honor. Y que debería serlo igualmente hoy a partir del reconocimi­ento a los que nos dieron identidad.

Además, deberíamos saber donde están sus restos porque los próceres de la independen­cia ni el Mariscal, están en el Panteón de los Héroes … y tampoco se sabe donde están. Un agravio inmerecido.

¿Hasta cuándo?

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La Casa de la Independen­cia guarda un valioso mobiliario de la época, además de retratos de los próceres.

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