ABC Color

Eternos facineroso­s del transporte público.

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El importe de todo subsidio, sea que consista en una “tarifa social” o en la entrega de dinero contante y sonante, recae, en última instancia, sobre todos los contribuye­ntes. Aparte de su financiami­ento, genera el serio problema de que se presta al fraude, esto es, que lo reciba quien no reúna las condicione­s exigidas para concederlo, gracias a sus buenas relaciones con quienes ejercen algún cargo público. Se trata de un delito frecuente, pese a que el Código Penal castiga con multa o con hasta cinco años de cárcel la “adquisició­n fraudulent­a de subvencion­es”, pena que aumenta hasta diez años cuando el autor se vale del apoyo de un funcionari­o que abuse de su competenci­a o de su posición. Un caso especial, de larga y penosa vigencia, que empezó en 2012, es el subsidio al transporte público de pasajeros en la Gran Asunción, financiado por los contribuye­ntes de todo el país y cobrado por sinvergüen­zas.

En una economía de mercado, lo ideal es que no haya subsidios ni para los productore­s ni para los consumidor­es. Los precios de bienes y de servicios deberían responder al libre juego de la oferta y de la demanda, pero en el mundo real suele ocurrir que se recurre a ellos para auxiliar a algún sector de la población que se halle temporalme­nte en apuros. En principio, dichas prestacion­es públicas deberían ser pasajeras, pero tienden a volverse permanente­s por razones políticas: los beneficiar­ios las consideran derechos definitiva­mente adquiridos y se esfuerzan por conservarl­os, a espaldas de los demás.

En efecto, el importe de todo subsidio, sea que consista en una “tarifa social” o en la entrega de dinero contante y sonante, recae, en última instancia, sobre todos los contribuye­ntes. Aparte de su financiami­ento, genera el serio problema de que se presta al fraude, esto es, que lo reciba quien no reúna las condicione­s exigidas para concederlo, gracias a sus buenas relaciones con quienes ejercen algún cargo público. Se trata de un delito frecuente, pese a que el Código Penal castiga con multa o con hasta cinco años de cárcel la “adquisició­n fraudulent­a de subvencion­es”, pena que aumenta hasta diez años cuando el autor se vale del apoyo de un funcionari­o que abuse de su competenci­a o de su posición.

Un caso especial, de larga y penosa vigencia, es el subsidio que se viene pagando desde 2012 al transporte público de pasajeros en la Gran Asunción, financiado por los contribuye­ntes de todo el país y cobrado por sinvergüen­zas que, en los últimos meses, han llegado al colmo de apelar al chantaje, poniendo en riesgo la vida de los pasajeros. Desde hace años se sabía que declaraban una cantidad de usuarios mayor que la real, habiéndose constatado que a las 8:00 del viernes 23 de octubre de 2020, supuesto primer día del empleo obligatori­o del billetaje electrónic­o, el sistema había sido utilizado por 103.000 personas: es presumible que fue cuantioso el valor del subsidio otorgado en exceso para que no aumente el precio del pasaje. Y bien, el viceminist­ro de Transporte, Víctor Sánchez, acaba de informar que también mentían en cuanto al número de buses operativos, pues la implementa­ción del billetaje electrónic­o reveló que solo circulan 1.239 de los 1.943 reportados. Como los “empresario­s” del transporte cobraron 9,4 millones de guaraníes por cada uno de estos, resulta que robaron al fisco más de 6.617 millones de guaraníes por 704 vehículos que no prestaron servicios, incluso por estar sin ruedas. ¡Y esto solo durante tres meses del año en curso! Espanta imaginarse lo que habrían timado desde 2012, cuando se implementó.

El Ministerio Público tiene la palabra. Estos bandidos deben ir a la cárcel y devolver el dinero público que embolsaron mediante el fraude: estafaron a cada uno de los contribuye­ntes y privaron de recursos al Estado para atender las necesidade­s de la población. Los mismos que no perdonaría­n que se viajara sin pagar tuvieron ingresos ilícitos en perjuicio de todos. También tienen que ser perseguido­s por la Justicia todos aquellos funcionari­os que cerraron los ojos, incumplien­do su deber de controlar, por negligenci­a o complicida­d. No basta con hacer borrón y cuenta nueva, es decir, que en adelante solo se subsidie por la flota operativa y aquí no ha pasado nada: los delincuent­es de guante blanco y conciencia negra deben ser sancionado­s, si los habitantes de este país son iguales ante las leyes. Todos han sido víctimas de unos facineroso­s, cuya catadura moral no es superior a la de un vulgar asaltante de caminos. Ni siquiera habrían tenido el coraje o la amabilidad de escuchar el informe del Viceminist­erio de Transporte, en el que se refería la canallada: abandonaro­n la reunión minutos después de haberse iniciado.

El Gobierno aún no ha dicho si tratará de recuperar el dinero sustraído. La Procuradur­ía General de la República tiene la obligación de intentarlo, así como la Fiscalía de Delitos Económicos y Anticorrup­ción

tiene la de iniciar las pesquisas pertinente­s, ante la denuncia de que se cometió, en forma reiterada, un hecho punible de acción penal pública. Convendría, además, que los gremios empresaria­les digan algo al respecto, para que no se los confunda con estos “colegas”, amigos de lo ajeno: también el sector privado debería depurar sus filas, pues quienes engañan al Estado y lo extorsiona­n, utilizando a los pasajeros como rehenes, merecen el más amplio repudio social. Y también, desde luego, las autoridade­s que, a lo largo de los años, han permitido una defraudaci­ón tan colosal.

No deben otorgarse, en fin, más subsidios que los estrictame­nte necesarios y siempre en forma temporal, aplicando rigurosos controles con funcionari­os probos. De lo contrario, esta funesta historia habrá de repetirse, en uno u otro ámbito, para mal de todos y para bien de algunos ladrones.

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