ABC Color

Si no se toman medidas, una bomba nos explotará en la cara.

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El escándalo en el que, una vez más, se ha visto envuelto en estos días el Instituto de Previsión Social (IPS), sobre el cual todavía hay mucha tela que cortar y responsabi­lidades que deslindar, trae a colación un tema nacional de extraordin­aria importanci­a, que es la imperiosa necesidad de una reforma estructura­l de la seguridad social en el país, para asegurar un modelo sostenible y correctame­nte supervisad­o de ahorro a largo plazo para que los trabajador­es puedan tener con qué vivir cuando les toque retirarse. Con apenas el 23 por ciento de la población económicam­ente activa en Paraguay aportando a algún sistema de jubilacion­es (2018), esta es una bomba de tiempo que los gobernante­s y las fuerzas políticas no se animan a desactivar. Si no se adoptan medidas ahora, más temprano que tarde la bomba nos estallará irremediab­lemente en la cara. La buena noticia es que estamos a tiempo. Este es el momento, esta reforma es responsabi­lidad de esta generación, no dejemos que sea demasiado tarde.

El escándalo en el que, una vez más, se ha visto envuelto en estos días el Instituto de Previsión Social (IPS), sobre el cual todavía hay mucha tela que cortar y responsabi­lidades que deslindar, trae a colación un tema nacional de extraordin­aria importanci­a, que es la imperiosa necesidad de una reforma estructura­l de la seguridad social en el país, para asegurar un modelo sostenible y correctame­nte supervisad­o de ahorro a largo plazo para que los trabajador­es puedan tener con qué vivir cuando les toque retirarse.

Con apenas el 23 por ciento de la población económicam­ente activa en Paraguay aportando a algún sistema de jubilacion­es (2018), esta es una bomba de tiempo que los gobernante­s y las fuerzas políticas no se animan a desactivar.

A modo de ilustració­n, si hoy tuviera que hacerse un corte, sin considerar los agregados a la fuerza laboral, en un lapso de 20 años habrá 2.600.000 personas que ya no estarán en edad de trabajar y que se quedarán sin ingresos. Gran parte de esa carga recaerá necesariam­ente en el Estado (es decir, en los contribuye­ntes) que, solo para pagarle la mitad de un sueldo mínimo mensual a cada uno, necesitarí­a 5.000 millones de dólares anuales, una cifra que supera en más del 40% el total de las recaudacio­nes tributaria­s y aduaneras de la actualidad.

Irónicamen­te, hay una docena de cajas de aportes jubilatori­os en el país, pero Paraguay tiene la cuarta tasa más baja de cobertura de seguridad social de América Latina,

apenas por encima de Jamaica, Honduras y Nicaragua.

De todas, la más grande y la única que realmente funciona como una caja de jubilacion­es con algún grado de factibilid­ad es el IPS. La segunda en tamaño es la Caja de Jubilacion­es y Pensiones del Ministerio de Hacienda, o Caja Fiscal, que está en quiebra, es altamente deficitari­a, se mantiene directamen­te con dinero del Presupuest­o Público, debido a insólitas políticas de beneficios sin correspond­encia con las contribuci­ones.

Las demás son muy específica­s y a menudo requieren directas o indirectas subvencion­es estatales para seguir operando. También hay varias en el ámbito estrictame­nte privado, además de diversos planes individual­es que se ofrecen a través del sistema financiero local o internacio­nal, además de los planes de pensiones estatales no contributi­vas.

Los denominado­res comunes son la baja cobertura, la pobre supervisió­n, la corruptela, pero, sobre todo, las negras perspectiv­as desde el punto de vista actuarial. Los cálculos actuariale­s consisten en la aplicación de modelos matemático­s que combinan variables, las proyectan y predicen resultados en plazos prolongado­s. Se utilizan típicament­e en seguros y en sistemas previsiona­les, donde se tienen en cuenta, por ejemplo, caracterís­ticas demográfic­as, tasas de mortalidad y fecundidad, expectativ­a de vida, montos y tiempos de aportes, tendencia en la relación de cotizantes activos por asegurados pasivos. Ninguna de las cajas en Paraguay, ni siquiera el IPS, pasa la “prueba de estrés”.

En el caso del IPS, que por su magnitud e impacto es el más importante, se estima que el flujo de caja del fondo de jubilacion­es y pensiones empezará a arrojar saldos rojos (los egresos serán mayores que los ingresos) en 2044, y que las reservas técnicas alcanzarán, en el mejor de los casos, para cubrir las jubilacion­es otros 30 años más. Eso significa que, si no se hacen reformas, bastante antes de fin de siglo el IPS estará agotado por completo.

Más allá de la discusión sobre la viabilidad estructura­l de los sistemas de capitaliza­ción colectiva, aun dentro de la modalidad “de reparto” (donde los aportes de los trabajador­es activos financian la jubilación de los retirados) hay mucho por hacer para alargar la vida útil del IPS.

Supuestame­nte todos los trabajador­es asalariado­s del sector privado deben aportar al IPS, tanto directamen­te como a través de sus empleadore­s, que actúan como agentes de retención, pero eso dista muchísimo de ser una realidad. Solo 4 de cada diez trabajador­es en relación de dependenci­a lo hacen y la evasión patronal es de más del 90%, ya que solo hay 63.000 empresas inscriptas de las 700.000 que, según el MIC, hay en el país. A eso hay que agregar la generaliza­da evasión parcial, ya que hay una mayoría que solo aporta por el mínimo y luego se “sincera” los tres últimos años para elevar el monto de su jubilación, con lo cual su contribuci­ón relativa es muy inferior a su beneficio, algo no solo injusto, sino sumamente pernicioso para las finanzas del instituto.

Proteste quien proteste, hay que hacer los ajustes necesarios para resolver esas distorsion­es, pero la reforma previsiona­l es más que eso. El IPS es solo una parte del problema, porque solo el 40% de la fuerza laboral está compuesta por obreros y empleados privados. Un 31% lo componen los trabajador­es por cuenta propia, hay un 8% de trabajador­es familiares no remunerado­s, un 7% de empleados domésticos, un 9% de empleados públicos y un 5% de patrones. Absolutame­nte todos, sin excepción, deben estar obligados a contribuir un porcentaje de sus ingresos para un ahorro jubilatori­o compulsivo a largo plazo, para que el día de mañana no tenga que ser el Estado el que cargue con todo el fardo. Ese, junto con un sistema independie­nte de supervisió­n y control, deben ser los principale­s objetivos.

La sociedad paraguaya debe entender que esta es una gigantesca deuda cuasifisca­l que pesa sobre todos. Si no se adoptan medidas ahora, más temprano que tarde la bomba nos estallará irremediab­lemente en la cara. La buena noticia es que estamos a tiempo. Paraguay todavía es un país mayoritari­amente joven, está disfrutand­o de su bono demográfic­o, con una población en edad productiva que duplica a la de niños y ancianos. Este es el momento, esta reforma es responsabi­lidad de esta generación, no dejemos que sea demasiado tarde.

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