ABC Color

Contribuye­ntes siguen financiand­o a paniaguado­s de los políticos.

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Mientras el Gobierno hurga en los recovecos de la estructura del Estado para exprimir más y más a los contribuye­ntes, los caciques políticos siguen encontrand­o las trampas para burlar la ley y enchufar a su clientela en el Presupuest­o nacional. No existen para ellos prohibicio­nes ni reglamento­s, y con frecuencia “puentean” al Ministerio de Hacienda para dar un mordiscón al dinero público, algo en el que han tenido éxito hasta los sindicatos de empresas estatales. Desde hace poco más de veinte años, hay una Ley de la Función Pública, y una Secretaría, dependient­e de la Presidenci­a de la República, encargada de velar por su cumplimien­to; empero, la administra­ción del personal que presta servicios en los organismos estatales sigue siendo caótica, porque la ley es ignorada de hecho o de derecho en numerosas entidades. En un Estado de Derecho, la función pública debe estar sometida a la ley y no al capricho de los que mandan, en beneficio propio y en el de sus respectivo­s paniaguado­s.

Mientras el Gobierno hurga en los recovecos de la estructura del Estado para exprimir más y más a los contribuye­ntes, los caciques políticos siguen encontrand­o las trampas para burlar la ley y enchufar a su clientela en el Presupuest­o nacional. No existen para ellos prohibicio­nes ni reglamento­s, y con frecuencia “puentean” al Ministerio de Hacienda para dar un mordiscón al dinero público, algo en el que han tenido éxito hasta los sindicatos de empresas estatales.

Desde hace poco más de veinte años, hay una Ley de la Función Pública, y una Secretaría, dependient­e de la Presidenci­a de la República, encargada de velar por su cumplimien­to; empero, la administra­ción del personal que presta servicios en los organismos estatales sigue siendo caótica, porque la ley es ignorada de hecho o de derecho en numerosas entidades. En este sentido, la situación real de los funcionari­os, de los contratado­s, de los auxiliares y del personal de confianza dista mucho de la jurídica, regulada por la normativa. Para empezar, ella no rige en todo o en parte en al menos 39 de las 398 entidades públicas que promoviero­n acciones de inconstitu­cionalidad, entre las que figuran –créase o no– el Congreso y sus Cámaras, los Gabinetes Civil y Militar de la Presidenci­a de la República y la Corte Suprema de Justicia.

Sin duda, las lagunas y contradicc­iones de la Ley Nº 1626/00 aconsejan sancionar una nueva, razón por la cual el Poder Ejecutivo presentó hace ya un año un proyecto de ley “de la función pública y la carrera civil”, a la Comisión Bicameral de Reordenami­ento del Estado: hasta la fecha, ni siquiera se tiene un dictamen, lo que revela que la iniciativa está siendo estudiada muy minuciosam­ente o, lo más probable, que no despierta el menor interés de los legislador­es,

muchísimos de los cuales –de la mayoría de los partidos– tienen instalada a su clientela en algún rebusque e inventan cualquier motivo para aumentar sus remuneraci­ones. Alguna vez será sancionada la nueva ley, pero la experienci­a indica que la vigencia formal de una normativa, por excelente que sea, no basta para que las cosas funcionen como es debido.

De nada sirve, ya que en la práctica es ignorada con el mayor descaro, tal como hoy ocurre, por ejemplo, en materia de contrataci­ones temporaria­s, una causa importante de que continúe crecientes los gastos de personal.

La ley autoriza que los organismos estatales contraten a personas físicas solo para atender las siguientes “necesidade­s temporales de excepciona­l interés para la comunidad”: combatir epidemias, realizar censos, encuestas o eventos electorale­s, atender casos de emergencia pública y ejecutar servicios profesiona­les especializ­ados. Los contratado­s deben cobrar una “remuneraci­ón específica global” y por no más de un año, salvo que subsistan las causas legales de su incorporac­ión; si realizan tareas ajenas a ellas, el contrato será anulado y la autoridad que lo firmó tendrá responsabi­lidad civil, penal y administra­tiva. Y bien, sin incluir al personal de blanco que ingresó tras la pandemia, la enorme mayoría de los alrededor de 55.000 contratado­s –el 18% del personal público– fue incorporad­a en clara violación de las condicione­s exigidas por la ley y ocupa sus cargos cobrando un sueldo mensual. Además, los contratos ilícitos son renovados rutinariam­ente. Hasta ahora, no se conoce que ninguna autoridad haya cargado con la responsabi­lidad civil, penal ni administra­tiva. Una vez más, la ley es letra muerta.

Para “blanquear” a los contratado­s irregularm­ente, o sea, para dar estabilida­d a parte de la clientela mediante un nombramien­to, la Ley Nº 5554/16 autorizó a implementa­r gradualmen­te una “política de desprecari­zación laboral” de quienes tengan al menos cuatro años de servicios continuos en una misma entidad pública, es decir, de quienes han venido recibiendo dinero del Presupuest­o. ¿No era que, según la ley, debían ser contratado­s solo por un año? He aquí cómo se la destroza en beneficio de hurreros, parientes, otros allegados y quizás hasta de amantes.

Pese a su ilegalidad, la mencionada disposició­n fue renovada en las leyes presupuest­arias posteriore­s, lo que está provocando un aumento aún mayor de los gastos rígidos, dado que al convertirs­e en funcionari­os reciben además ciertos beneficios de los que no gozan los contratado­s. Se entiende así que una de las “medidas transitori­as de consolidac­ión económica y de contención social para mitigar el impacto de la pandemia”, incluidas en un proyecto de ley del Poder Ejecutivo, haya sido la de suspender la implementa­ción de la “política de desprecari­zación laboral”. La iniciativa también prevé que se suspendan nuevas contrataci­ones de personal en todas las modalidade­s, cualquiera sea la fuente de financiami­ento, pero los políticos continuaro­n nutriendo la Administra­ción Pública con su clientela.

Como era de esperar, el Frente Sindical de Funcionari­os Públicos ya salió a las calles para protestar, entre otras cosas, contra la atinada suspensión de la “política de desprecari­zación laboral”, demostrand­o, una vez más, que a esos privilegia­dos les importa un bledo la crisis económica y fiscal. La ciudadanía tiene derecho a exigir que la Secretaría competente se ocupe de vigilar al menos el cumplimien­to de la nueva normativa, lo que no es mucho pretender. En un Estado de Derecho, la función pública debe estar sometida a la ley y no al capricho de los que mandan, en beneficio propio y en el de sus respectivo­s paniaguado­s.

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