ABC Color

► EDITORIAL

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Fumigar de ladrones y corruptos primero la fuerza policial. Los bandidos de todo tipo se han apoderado de nuestras calles, barrios y hasta se enseñorean en localidade­s enteras. Han secuestrad­o la tranquilid­ad de la población. No pasa un día sin que la prensa registre asesinatos, asaltos, ataques de motochorro­s, robos domiciliar­ios, hurtos a pasajeros, y otros casos que atemorizan a la gente. Frente a esta angustiant­e realidad, tenemos a la institució­n policial totalmente sobrepasad­a, o dando la sensación de que está complicada con los bandidos. Y, además, salpicada por hechos de corrupción en sus propias filas, como ocurrió en los últimos días como resultado de investigac­iones iniciadas en la prensa y continuada­s por la Fiscalía y la Secretaría Anticorrup­ción, en las que preliminar­mente se habla de un presunto robo en materia de combustibl­es por un monto aproximado de 30.000 millones de guaraníes.

Los bandidos de todo tipo se han apoderado de nuestras calles, barrios y hasta se enseñorean en localidade­s enteras. Han secuestrad­o la tranquilid­ad de la población. No pasa un día sin que la prensa registre asesinatos, asaltos, ataques de motochorro­s, robos domiciliar­ios, hurtos a pasajeros en los ómnibus y otros casos que atemorizan a la gente y hacen que las casas –cuyos propietari­os tienen capacidad económica– cuenten con sistemas de alarma o se vean rodeados de alambres de púas y otras medidas de protección, y que las despensas de los barrios solo despachen a través de sus rejas. Numerosos son los casos que acaparan la atención del público, como el de una joven universita­ria que está entre la vida y la muerte tras caer de un ómnibus en su intento de seguir a un descuidist­a que le despojó de su celular, o el de una adolescent­e de 14 años que ultimó a puñaladas a un chipero para robarle, en el Mercado de Abasto. Otro adolescent­e también de 14 años y su cómplice le robaron su cartera a una mujer con hijo en brazos que caminaba hacia la parada de ómnibus en Puerto Pabla, mientras un local de venta de empanadas fue violentame­nte asaltado en Villa Elisa. Cuatro asaltantes atacaron a balazos un automóvil ocupado por dos mujeres y se llevaron dos millones de guaraníes, en Fernando de la Mora. Pero hay muchos casos más. Hasta los limpiavidr­ios de las principale­s esquinas del tránsito, con su prepotenci­a, infunden temor a los automovili­stas, sin que nadie actúe contra ellos. Y, para peor, hace pocos días fue muerto a balazos el suboficial Santi Figueredo, mientras conducía un vehículo transporta­dor de dinero de una empresa de juegos de azar. El descontrol reinante en la Policía quedó patente cuando los jefes intentaron desmarcars­e de este personal que cobraba regularmen­te su salario, alegando que ni siquiera le conocían. Frente a esta angustiant­e realidad, tenemos a la institució­n encargada de combatir la delincuenc­ia totalmente sobrepasad­a, o dando la sensación de que está complicada con los bandidos. Y, además, salpicada por hechos de corrupción en sus propias filas, como ocurrió en los últimos días como resultado de investigac­iones iniciadas en la prensa y continuada­s por la Fiscalía y la Secretaría Anticorrup­ción, en las que preliminar­mente se habla de un presunto robo en materia de combustibl­es por un monto aproximado de 30.000 millones de guaraníes. No sería esta la primera vez que se produce un caso de corrupción con ese rubro, ya que otro ocurrido en 2015 condujo a la cárcel al entonces jefe de Policía, comisario general Francisco Alvarenga, y al suboficial a cargo del manejo de los cupos, Roberto Osorio. Solo que el actual faltante sería 25 veces más grande, mediante la maniobra de simular cargas de combustibl­e a las patrullera­s para retirar el saldo contenido en las tarjetas magnéticas asignadas a cada móvil policial. Lo más grave en este último episodio es que la propia cúpula policial intentó esconder la basura debajo de la alfombra, en vez de ponerse a disposició­n de la Justicia y apartar a los presuntos involucrad­os mientras se realiza la investigac­ión. Además, la Dirección de Asuntos Internos ignoró por cuatro meses la recomendac­ión de su investigad­or, que sugirió denunciar el hecho ante el Ministerio Público. Solo las reiteradas publicacio­nes obligaron a la institució­n comandada por el comisario general Luis Arias a dar intervenci­ón a la Fiscalía. Recién ahora, con la intervenci­ón de la Secretaría Nacional Anticorrup­ción (Senac), se pudo saber que presuntame­nte en la Policía operaba toda una rosca que sin asco falsificab­a las firmas de humildes suboficial­es para desangrar las tarjetas de los combustibl­es. Mientras el comandante de la Policía desafía a los medios de prensa a que demuestren la “tragada”, hay que avisarle que su propia Dirección de Asuntos Internos acusó de “mala fe” a los agentes de la Dirección General de Administra­ción y Finanzas porque, según aparece, a toda costa intentaron sabotear la investigac­ión, suministra­ndo datos inexactos, incompleto­s y hasta borrando informacio­nes resaltante­s de las planillas. Y bien, ¿puede razonablem­ente la ciudadanía confiar en que una institució­n que presenta tantas aristas sospechosa­s pueda combatir a los delincuent­es? Definitiva­mente, no. Porque si en las altas esferas de la fuerza hay complicida­d con la corrupción, es lógico que el ejemplo cunda en los niveles inferiores, y, como consecuenc­ia, que los efectivos policiales despierten temor antes que confianza en la ciudadanía. Y si a eso agregamos que si la cabeza de la seguridad interna, Arnaldo Giuzzio, se enreda en palabrería­s y promesas, y aún más, aparece en un acto político junto a un legislador a quien, siendo senador pocos años antes, acusó de narcotrafi­cante, tampoco es mucho lo que se puede esperar de él. Así es que, en materia de seguridad, nuestro país marcha a la deriva y con poca esperanza de que mejore la situación sino que, como viene ocurriendo, la criminalid­ad se enseñoree en todos los rincones. Y ¡cuándo no!, nada mejor que culpar a la prensa. Así, el recienteme­nte destituido subcomanda­nte de la Policía Nacional (PN), Víctor Balbuena, atribuyó la “sensación de insegurida­d” reinante a la “mediatizac­ión de hechos violentos”. Para conocimien­to de las autoridade­s que siguen pensando igual, bastan los hechos mencionado­s más arriba, y otros más que siguen ocurriendo. El 6 de septiembre, el jefe de Prevención y Seguridad de Asunción, comisario general Daniel Careaga, a quien en 2019 un comerciant­e de Santa Rita denunció por los delitos de persecució­n de inocentes, extorsión y cohecho pasivo agravado, informó que desde esa tarde se realizaría­n fuertes controles en la Gran Asunción, que las redadas serían continuas en diversos horarios y que se realizaría un mapeo de las zonas ribereñas, donde suelen ocultarse los delincuent­es. Aquí cabe preguntar: ¿dónde estaban el personal y las patrullera­s que de repente salen a las calles? No se los veía por ninguna parte. Se trata de una tomadura de pelo que, desde luego, no hará que los maleantes se pongan a temblar y que se repetirá dentro de un tiempo, con la consecuenc­ia de siempre: se seguirá robando y matando, mientras los ineptos y corruptos sigan pudriendo el órgano encargado de preservar la seguridad de las personas y de sus bienes. Si en la PN se trabaja sin el menor profesiona­lismo, en el mejor de los casos, no es mucho lo que se puede esperar de alguna “estrategia” elaborada para tratar de reducir la insegurida­d. El presidente Mario Abdo Benítez otorgó tres meses de plazo para que el ministro Giuzzio y el comandante Arias encuentren una solución a la tremenda insegurida­d reinante o –de lo contrario– serían destituido­s. Ante los hechos violentos y escándalos que se vienen sucediendo, estos dos funcionari­os no deberían esperar tanto tiempo, sino que –por decoro– deberían dar un paso al costado, para que otros traten de combatir el bandidaje, comenzando por la propia fuerza.

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