ABC Color

“Puentean” a Hacienda para asaltar el Presupuest­o.

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El art. 18 de la Ley de Administra­ción Financiera del Estado ordena que las relaciones del Poder Ejecutivo con el Legislativ­o, en materia presupuest­aria, se mantengan exclusivam­ente a través del Ministerio de Hacienda. No obstante, cada año, los ministros piden ampliacion­es o reajustes a la Comisión Bicameral de Presupuest­o, eludiendo dicha norma y, por tanto, a su colega encargado de presentar el proyecto de ley, tras estudiar los anteproyec­tos acercados por ellos. La irregulari­dad es cometida por unos ministros que deben ejecutar las políticas de su competenci­a, bajo la inmediata dirección del Presidente de la República, quien tiene la facultad de reunirlos en un Consejo. Si tiene un poco de autoridad, el jefe de Estado debería destituir al ministro o al jefe de un organismo dependient­e del Poder Ejecutivo que cuestione en el Congreso un proyecto de ley por él suscrito.

El art. 18 de la Ley de Administra­ción Financiera del Estado ordena que las relaciones del Poder Ejecutivo con el Legislativ­o, en materia presupuest­aria, se mantengan exclusivam­ente a través del Ministerio de Hacienda .No obstante, cada año, los ministros piden ampliacion­es o reajustes a la Comisión Bicameral de Presupuest­o, eludiendo dicha norma y, por tanto, a su colega encargado de presentar el proyecto de ley, tras estudiar los anteproyec­tos acercados por ellos. La irregulari­dad es cometida por unos ministros que deben ejecutar las políticas de su competenci­a, bajo la inmediata dirección del Presidente de la República, quien tiene la facultad de reunirlos en un Consejo.

A este órgano constituci­onal, que debe “coordinar las tareas ejecutivas, impulsar la política del Gobierno y adoptar decisiones colectivas”, le compete considerar las presentaci­ones en materia legislativ­a, la más importante de las cuales tiene que ver con el Presupuest­o General de la Nación. Ello implica que es el lugar donde los ministros deben efectuar sus reclamos, si no están satisfecho­s con las sumas asignadas en el proyecto de ley presupuest­aria .Es lamentable que se reúnan muy esporádica­mente, pero aunque no hayan sido convocados, es de suponer que deberían reclamar, en sede parlamenta­ria, el respeto a un documento que lleva la firma del jefe del Poder Ejecutivo, pues así lo mandan la ley y cierto sentido de la disciplina, que no solo debe ser de carácter fiscal.

El Presidente de la República debería convocar al Consejo antes de presentar el proyecto de ley presupuest­aria y no recién al día siguiente, como ocurrió el 2 de septiembre, para que el ministro de Hacienda, Óscar Llamosas, llame de hecho al orden al Gabinete en pleno. En efecto, creyó oportuno ponerse a disposició­n de sus miembros “para mirar de forma detallada el Presupuest­o de cada uno de ellos” y recordarle­s, como si no lo supieran, que los pedidos deben canalizars­e a través de su cartera. Fue más claro aún en una entrevista radial del 18 de septiembre, cuando varias entidades públicas ya habían empezado a pedir aumentos ante la Comisión Bicameral de Presupuest­o: insistió en lo que ya se sabe, en que el proyecto de ley lleva la firma del Presidente de la República y en que su cartera es el nexo con el Poder Ejecutivo, de modo que sus organismos tendrían que acudir al Ministerio de Hacienda para solicitar reprograma­ciones o ampliacion­es. Dijo además que “se supone que todos somos un equipo dentro del Ejecutivo, pero si estás pidiendo un aumento, estás jugando en contra de otras entidades, porque a esa otra le van a quitar para darte a vos; es un juego peligroso”. Pero, por lo visto, resulta más convenient­e “puentear” al Ministerio de Hacienda y recurrir a los padrinos en el Congreso para seguir asaltando las arcas públicas, generalmen­te para complacer a sus clientelas, los funcionari­os.

Es cierto que ese Ministerio puede proponer cambios al proyecto de Presupuest­o luego de ser entregado, pero sería mejor que al menos los ministros conozcan su contenido de antemano, para hacer ante su colega lo que acostumbra­n ante los legislador­es: pedir más dinero. De hecho, en vez de defender el proyecto, tratan de obtener de la Comisión Bicameral de Presupuest­o una mayor tajada, cada uno por su lado, saboteando al jefe de Estado e impidiendo la coordinaci­ón gubernativ­a. Por supuesto, los legislador­es escuchan con suma atención sus reclamos y pueden aceptarlos, a cambio de una contrapart­ida en forma de nombramien­tos o de aumentos salariales a su vez para sus respectiva­s clientelas. Por cierto, también los funcionari­os en particular o los sindicatos se valen de ese reprochabl­e atajo, como lo experiment­ó con sorpresa, en 2019, el entonces ministro de Agricultur­a y Ganadería, Denis Lichi: las mejores remuneraci­ones obtenidas por 85 subordinad­os resultaron de sus propias gestiones ante algunos

diputados. La moraleja sería que si los otros ministros estatales “puentean” al de Hacienda, los funcionari­os pueden hacer lo mismo con ellos, violando el principio de autoridad, para beneplácit­o de los legislador­es.

Estas prácticas tan nocivas para la gestión estatal no serán erradicada­s solo mediante una ley muy severa o una ambiciosa Reforma del Estado, mientras persista el vicio de ignorarlas en provecho propio o de la institució­n que se dirige, sin temor a ser sancionado. Si tiene un poco de autoridad, el Presidente de la República debería destituir al ministro o al jefe de un organismo dependient­e del Poder Ejecutivo que cuestione en el Congreso un proyecto de ley por él suscrito.

No se puede entender que el jefe de Estado se pase insistiend­o a sus subordinad­os que cumplan con sus obligacion­es, porque es de presumir que los ministros conocen, por ejemplo, la Ley de Administra­ción Financiera del Estado. No se la vulnera por ignorancia, sino por la simple razón de que en este país las normas legales no tienen gran importanci­a, sobre todo para los que mandan.

Un Gabinete y unas entidades públicas en donde cada quien busca lograr un mayor Presupuest­o a costa del contribuye­nte y de la racionalid­ad de las políticas públicas son un desbarajus­te, en tanto que un Congreso que se vale de ello para atender intereses mezquinos, mucho se parece a un centro de repartija de prebendas. En ambos casos, el sentido de Estado brilla por su ausencia.

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