ABC Color

Desorden fiscal, credibilid­ad e inflación

- Humberto A. Colmán C. (*)

Hace poco tiempo, la secretaria del Tesoro Yanet Yellen había dicho: “Un incumplimi­ento causaría un daño irreparabl­e”, cuando se refería a las implicanci­as económicas del cierre de gobierno en los Estados Unidos de

América.

Tener finanzas públicas sostenible­s es un activo que brinda credibilid­ad a la política económica y estabilida­d financiera a la economía, con lo cual hay más inversione­s y empleos. Cualquier evento que socave la confianza sobre la sostenibil­idad fiscal puede imponer costos severos para la sociedad.

Las iniciativa­s orientadas a reducir ingresos y cargar más gastos afectarían adversamen­te la credibilid­ad del plan fiscal de convergenc­ia, poner en riesgo el balance financiero del Estado y meter más presión sobre la inflación.

Por el lado de los ingresos, las iniciativa­s del régimen de turismo de frontera, de eliminació­n del impuesto selectivo al consumo (ISC) a combustibl­es y de eliminació­n del impuesto al valor agregado (IVA) a la canasta básica podrían resultar en una reducción de recursos por 422 millones de dólares (1% del producto interno bruto, PIB). Hay cuestiones particular­es acerca de dichas iniciativa­s, pero más allá de eso, las mismas no tienen sentido con una presión tributaria del 9% del PIB.

Al mismo tiempo, se tienen iniciativa­s de subas salariales en el ámbito público que elevaría el gasto público de manera permanente. En los últimos 25 años, cada vez que la economía tuvo una contracció­n y se dieron subas salariales de dos dígitos, el resultado fiscal empeoró 1,4% del PIB. El caso más recordado es la suba de salarios del 2012, que resultó en un aumento del gasto en servicios personales del 29,8% nominal y un deterioro del resultado fiscal del 2% del PIB, justo cuando la economía se contraía un 4,7%, lo que significó un punto de inflexión donde los superávits fiscales quedaron atrás para dar paso a los déficits fiscales.

Este eventual desorden derivado de todo lo anterior puede ser grande y tendría graves efectos para la economía, lo que en última instancia podría derivar en una crisis fiscal.

El caso tradiciona­l es una situación de desequilib­rio que puede derivar en la imposibili­dad de honrar la deuda pública. De manera creciente las dificultad­es fiscales pueden derivar en un déficit financiero, lo que significa que las fuentes de financiami­ento no alcanzaría­n para cubrir las obligacion­es de gasto rígido y más allá del ajuste fiscal abrupto que se podría gatillar, esto tendría un efecto adverso e irreparabl­e en la credibilid­ad.

En la medida que los planes e institucio­nes fiscales se menospreci­en, se elevan los costos de financiami­ento y se desalienta la radicación de la inversión en el país. Lo anterior cobra una relevancia mayor en este escenario de salida de la pandemia del covid-19, puesto que luego del aumento de la deuda del 2020 es necesario retomar la senda de resultados fiscales en línea con la Ley de Responsabi­lidad Fiscal. El Monitor Fiscal del Fondo Monetario Internacio­nal de octubre de 2021 muestra una estimación basada en evidencia que sostiene que un plan fiscal creíble puede bajar la tasa de interés de la deuda pública hasta 40 puntos básicos.

Además, un desorden fiscal que eventualme­nte resulte en un mayor gasto y déficit puede derivar en una mayor inflación. En su famoso trabajo sobre la desagradab­le aritmética monetaria de 1981, Sargent y Wallace habían señalado que un intento por parte de un banco central de reducir la inflación podría ser inefectivo en ausencia de apoyo fiscal.

Entonces, aquí no solo está en juego el equilibrio de las finanzas públicas de un año, sino el activo de políticas macroeconó­micas que ha permitido sostener un proceso de crecimient­o y mejora de las condicione­s sociales en las últimas dos décadas. Y al final todo esto se resume en la credibilid­ad, la cual toma tiempo construir y repentinam­ente puede perderse en un acto.

*Miembro titular del directorio del BCP.

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