ABC Color

Los periodista­s recordarán su día

- Alcibiades González Delvalle n alcibiades@abc.com.py

El martes se recordará al periodista paraguayo como cada 26 de abril, en homenaje al semanario “El Paraguayo Independie­nte”, cuyo primer número apareció ese día de 1845, de las manos de Carlos Antonio López que se valió de la palabra para defender los intereses nacionales. La palabra salva o condena. Comunica ideas y sentimient­os. Enlaza a unos seres humanos con sus semejantes, o los separa. Las muchas dictaduras que padecimos tuvieron conciencia del poder de la palabra. Por eso las persecucio­nes a quienes tenían una idea diferente. La clausura de periódicos y de radioemiso­ras; el apresamien­to de periodista­s y otros hostigamie­ntos procuraban sepultar la palabra, porque el autoritari­smo sabía que podría debilitarl­e o destruirle. Pero si la palabra daña a la dictadura, daña también a la democracia, la pervierte, la desvirtúa. El problema no es que cada quien exprese sus conviccion­es, sino el insulto, el agravio, la violencia, como medios de expresión. Si así sucede en la política, ocurre lo mismo en la prensa. No deberíamos esperar que el periodismo se sitúe en un nivel muy superior al del resto de la sociedad. Los periodista­s son –somos– el producto y el reflejo de la misma cultura. Donde mejor se refleja la identidad de un país es en su prensa. Como está el país, está el periodismo. Por supuesto, hay una escala de competenci­a, de integridad, de propósitos. Escala que distingue a unos ciudadanos de otros, a unos profesiona­les de otros, incluso a unos periodista­s de otros. Pero la prensa en su conjunto es lo que es el país. En el famoso libro de Maurice Joly, “Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquie­u”, en el diálogo undécimo, referido a la prensa, el autor pone en boca de Montesquie­u estas palabras dirigidas a Maquiavelo: “Si vais a buscar cargos contra la prensa, os será fácil hallar un cúmulo. Si preguntáis para qué puede servir, es otra cosa. Impide, sencillame­nte, la arbitrarie­dad en el ejercicio del poder; obliga a gobernar de acuerdo con la constituci­ón; conmina a los depositari­os de la autoridad pública a la honestidad y al pudor, al respeto de sí mismos y de los demás. En suma, para decirlo en una palabra, proporcion­a a quienquier­a se encuentre oprimido el medio de presentar su queja y de ser oído. Mucho es lo que puede perdonarse a una institució­n que, en medio de tantos abusos, presta necesariam­ente tantos servicios”. Los servicios de la prensa son, en efecto, muchos y valiosos como muchos son sus abusos, los que no caben justificar en nombre de sus bondades. Es más, el ejercicio responsabl­e de la libertad le obliga a no cometer abusos. Nada debe perdonarse a la prensa porque ella tampoco perdona. Los errores que comete, los excesos a los que suele acudir, se originan en una de estas causas: impericia, desproliji­dad, intención manifiesta, desidia, mal uso del poder de la palabra, y por encima de todo, la ausencia de ética. La buena fe con el público es el fundamento de todo periodismo digno. Tener conciencia de que la palabra impacta en la opinión pública, nos obliga a usarla correctame­nte y de acuerdo con las exigencias éticas. Ese impacto es “palpable” diariament­e. Para la mayoría de los oyentes, televident­es o lectores, suele ser una verdad bíblica lo que escucha, ve o lee. Su argumento infalible en una controvers­ia es: “Pero si yo escuché en la radio, o leí en el diario, o he visto en la tele”. Frente a estos resultados, uno se pregunta cómo puede haber profesiona­les de la prensa que antes de difundir una informació­n no se acerca a ella con todas las precaucion­es de quien tiene en la mano un elemento explosivo que ha de reventar en una persona, en un hogar, en una comunidad. Pero una vez en posesión de la veracidad de los hechos no hay más alternativ­a que darlos a conocer. Entonces sí, reviente quien reviente. Nuestra tarea consiste en informar los hechos, no en silenciarl­os. En periodismo se miente de dos maneras: publicando mentiras o silenciand­o verdades.

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