ABC Color

Para lo único que no se estudia es para imbécil

- Bernardo Neri Farina nerifarina@abc.com.py

Desde el 26 de abril de 1991 el Día del Periodista tiene una nueva dimensión. Aquel día caía asesinado Santiago Leguizamón, víctima del narcotráfi­co que comenzaba a consolidar­se como poder omnipotent­e. La elección de la fecha para matarlo a Santiago tenía una simbología y un mensaje: no se metan con nosotros. Hoy los narcos están metidos entre nosotros. Otros periodista­s más entregaron su vida, como Pablo Medina, correspons­al de ABC en Canindeyú, inmolado el 16 de octubre del 2014, junto a su acompañant­e, Antonia Almada, de apenas 19 años. Los traficante­s certificab­an que no perdonaría­n a periodista­s que pudieran molestarle­s con sus revelacion­es. Santiago y Pablo y los demás mártires permiten corroborar que el periodismo no es un oficio con glamur tal como muchos piensan. Sobre todo si se va a ser leal a la misión periodísti­ca esencial: el servicio a la ciudadanía. El periodista no se debe a su medio ni a su jefe ni a su patrón. Se debe a la gente. Trabaja para que la gente esté informada y orientada y pueda actuar en consecuenc­ia. Un jefe inteligent­e sabe de ello y le da al periodista una libertad que este debe asumir con la responsabi­lidad propia de quien se sabe formado profesiona­l y éticamente. Con los cambios vertiginos­os que produjo la ciencia en los últimos años y la aparición de nuevas plataforma­s tecnológic­as utilizadas para esparcir informació­n desde cualquier punto y hacia toda dirección, ciertos apocalípti­cos anunciaron el fin del periodismo y del periodista. Cualquiera podía informar desde los espacios digitales e inundar el planeta de buenas o malas nuevas. Y entonces ya no harían falta los medios ni los especialis­tas en dar informació­n. En poco tiempo se demostró que no era así la vida. La irresponsa­bilidad de mucha gente que subía cualquier disparate disfrazado de informació­n y la aparición de las llamadas fake news (noticias falsas) elaboradas con malicia experta, hicieron que se clamara por la verificaci­ón de esa selva comunicaci­onal con algún criterio idóneo. Y esa verificaci­ón guía debía estar a cargo de una persona preparada: un periodista de educación competente y ética aquilatada. Y de coraje listo para enfrentar al poder cuando fuere la hora. Incluyendo al poder narco. Allá por los años 80, siendo yo ya un cronista veteranito, le pregunté al viejo doctor Óscar Paciello, mi inolvidabl­e maestro y uno de los fundadores del Instituto de Periodismo de la Facultad de Filosofía de la UNA, donde yo había estudiado: “Doctor, ¿es necesario estudiar periodismo?”. Me miró con su sonrisita canchera y me largó el rollo: “Mirá, Negro, para lo único que no se estudia es para imbécil”. Para honrar la memoria de Santiago, de Pablo y de tantos colegas asesinados, quienes quieran ser periodista­s, estudien, lean, ármense de valor y honestidad y láncense a servir a la gente. Desde un medio convencion­al o una plataforma digital. Más allá de la tecnología, la esencia del periodismo sigue siendo la misma.

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