La madre de todos nuestros males
A propósito de una temática desarrollada por la Universidad Autónoma de Encarnación, durante un encuentro de especialistas que tuvo lugar hace un par de días en torno a “La corrupción como obstáculo para el desarrollo social justo y pacífico”, es oportuno que este tipo de debates desborden el ámbito académico y se instale en todos los niveles de la vida nacional. Máxime cuando estamos prácticamente en puertas de unas elecciones generales en las que nuevamente la ciudadanía de a pie deberá “elegir” a quienes llevarán el timón de este barco llamado Paraguay durante otros cinco años. Digo bien “elegir” entre comillas, porque la realidad imperante en una democracia de fachada como la que tenemos, el ejercicio ciudadano de elegir apenas es un “votar” por tal o cual candidato surgidos de complejos juegos de intereses de grupos instalados en los partidos políticos que operan como mafias del poder, para quienes la búsqueda del bien común, objetivo final de la política, no está, por lejos, entre sus objetivos. La corrupción es un fenómeno global, en nuestro país no inventamos nada en la materia. Pero tenemos una particularidad exclusiva: se convirtió en una forma de vida que permea prácticamente todos los niveles y ámbitos de la sociedad. Hizo carne especialmente en las instituciones creadas precisamente para combatir y buscar remedio a la corrupción, se instaló irremediablemente hasta en el ámbito de la educación, donde se debe forjar la conciencia y el sentido ético del ciudadano. No es casual que, según un informe sobre el nivel de percepción de la corrupción en los países, elaborado por la organización no gubernamental Transparencia Internacional, ocupemos el “mérito” de ser el país más corrupto del Mercosur, muy por delante de nuestros vecinos Argentina, Brasil y Uruguay, por ejemplo. En un ambiente de corrupción no puede habitar la justicia, y en consecuencia tampoco puede existir paz, ni seguridad. No puede existir libertad, ni existe la equidad, y no es casualidad que seamos uno de los de mayor nivel de desigualdad social y económica entre los países del área. Pareciera que como sociedad hemos renunciado a conceptos contenidos en la Constitución de la República como dignidad humana, libertad, igualdad, justicia. Aceptamos el papel de convidados de piedra en el festín de los inescrupulosos con los restos del país. La corrupción, y sus promotores, son la madre de nuestros males, sepamos distinguirlos.