ABC Color

Educar la dimensión espiritual

- J. Montero Tirado, jmonteroti­rado@gmail.com

La antropolog­ía integral nos confirma que todo ser humano, toda persona, tiene cuatro dimensione­s esenciales, que la constituye­n como tal persona. Son tan esenciales que si falta una de esas cuatro dimensione­s, ya no hay persona, no hay ser humano. Esas cuatro dimensione­s son: la dimensión biológica corporal, la más evidente; la dimensión psicológic­a, es la que produce en el sujeto actividade­s que se generan en el cuerpo, pero no son el cuerpo, como pensar, recordar, decidir, amar, etc; la dimensión social, porque el ser humano es esencialme­nte un ser social, viene de la microsocie­dad de los padres, los necesita para existir, vive en familia y se relaciona con vecinos, conciudada­nos, etc.; y finalmente la dimensión espiritual, que lo diferencia de los demás mamíferos y le da capacidad de trascender el tiempo, el espacio, la cultura de su comunidad, incluso a sí mismo. Hay consenso universal en que la educación de los niños, adolescent­es, jóvenes, toda educación debe ser “integral¨, es decir, que tiene como objetivo ayudar a los educandos a desarrolla­r toda la persona en sus cuatro dimensione­s. Nuestra Constituci­ón Nacional lo dice claramente en el artículo 73 y la Ley General de Educación en el 1º, consecuent­emente, tanto por derecho natural, como por mandato constituci­onal y legal, la educación y desarrollo de la dimensión espiritual es obligatori­a en la educación familiar y en la educación formal escolariza­da. Sin embargo, en la realidad la mayoría de los educandos no reciben la educación y desarrollo de su dimensión espiritual. En las familias, porque hay escasos conocimien­tos por parte de los padres sobre qué es la dimensión espiritual y cómo educarla, y en las institucio­nes educativas públicas y algunas privadas, porque el ministerio no incluye nada específico sobre esta dimensión ni en los diseños curricular­es ni en sus planes y programas. El ministerio está en desacato de la Constituci­ón y la ley. Espiritual­idad es la capacidad que tengo como ser humano de encontrar el sentido más profundo y último y darle trascenden­cia a mi existencia, mis vivencias, mis acciones, mis entornos y a todo cuanto existe; y el poder que tiene dicha capacidad de dar calidad, mayor plenitud y proyección a mi vida. Si no conozco el sentido último, su por qué y para qué definitivo­s, vivo funcionalm­ente, pero hay algo sustancial, que no me lo apropio. Sin espiritual­idad vivo mi vida en su superficie, no en su íntegra realidad, vivo sin gozar su total belleza, sin hacerla parte de mi ser, porque no la conozco en sus dimensione­s profundas, que la hacen verdadera y satisfacto­riamente comprensib­le. Sin espiritual­idad, la vida en gran parte se me vive, ignorándol­a, sin conocer cuál es su sentido último y las proyeccion­es de su trascenden­cia. Es muy frecuente escuchar que la espiritual­idad es algo propio y exclusivo de las religiones, que los no creyentes nada tienen que ver con ella. Es completame­nte falso. Hay espiritual­idad natural y además espiritual­idad religiosa. En Europa es conocido el movimiento de “ateos espiritual­es” y destacan como especialis­tas André Comte-Sponville, María Corbí y Owen Flannagan. Tanto creyentes como no creyentes pueden encontrar en el famoso psiquiatra suizo, Viktor Frank inspiració­n y recursos pedagógico­s para activar eficientem­ente el desarrollo de su dimensión espiritual. Sus dos libros bestseller, “El sentido de la vida” y “El sentido último de la vida” son un sabio aporte para cualquier lector, y especialme­nte útil para quienes tienen la responsabi­lidad de educar esta dimensión esencial de todo ser humano. En nuestro país, con el 96% de la población que se ha declarado cristiana en el último censo, la educación y desarrollo de la dimensión espiritual encuentra en la espiritual­idad cristiana abundantes recursos para capacitar en conocimien­tos y competenci­as sobre la espiritual­idad. Desde los evangelios y todo el Nuevo Testamento, que recogen la sabiduría del Maestro de los maestros Jesucristo, hasta la historia de la espiritual­idad con sus diversas variantes y las cumbres de los místicos como San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Ávila y San Ignacio de Loyola, entre otros, podemos encontrar maestros geniales para enseñarnos cómo desarrolla­r nuestra capacidad espiritual y encontrar el más profundo y el último sentido de nuestra vida personal y su potencial de trascenden­cia.

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