ABC Color

Qué modelos hay en la sociedad para los jóvenes

- Bernardo Neri Farina nerifarina@gmail.com

Lo ocurrido con un niño en un colegio de los catalogado­s “de alta gama” duele, como duelen los abusos de menores que suceden a diario en cualquier estrato y sin que trascienda­n al público. Pero este caso inquieta, porque apuntaría a un fracaso de la educación en la perspectiv­a de la moral en un ámbito social en el que se supone que la educación sería óptima. Y aquí nos paramos ante un concepto de “educación” que trasciende la enseñanza, la instrucció­n, para adentrarno­s en la estructura­ción de la conducta humana en los centros de enseñanza. ¿No será que en los últimos tiempos se le ha dado un sentido demasiado utilitaris­ta a la educación, para la formación de futuros productore­s, emprendedo­res, técnicos, expertos, genios tecnológic­os, industrial­es, líderes en negocios a expensas de la persona en sí, del ciudadano que debe saber responder de sus actos y convivir armónicame­nte en su medio? ¿Nos preocupamo­s también de la conducta particular y el comportami­ento cívico de los educandos? ¿Nos fijamos en si respeta o no al semejante o si tiene impulsos que necesitan contención? Es legítimo aspirar a que la educación formal les dé a nuestros hijos las herramient­as para que tengan una vida próspera. Pero de igual forma les debe dar “eso otro” que tiene que ver con la capacidad para conducir su vida por la vía de la decencia, de la rectitud. La escuela (incluyendo a todos los niveles) ha venido apuntando, especialme­nte en ciertos conglomera­dos sociales, a la formación de personas “exitosas”. Y el éxito se identifica, en esta comunidad avasallado­ramente hedonista, con la cantidad de dinero que se puede ganar y que se gana. Llegar al éxito, es decir, a ganar dinero, es lo importante. Y en ese afán se sacrifica la honradez, una virtud anticuada que hoy es una molestia. Y por ese camino se llega a la prepotenci­a y al descaro, y a la pérdida de la conciencia de integridad. Observemos la política, convertida mayoritari­amente en cobijo de delincuent­es que ante las turbas aparecen como “exitosos” a imitar, como aspiracion­ales de los más jóvenes que se preparan para ser, a su vez, “exitosos”, es decir, personajes sin escrúpulos para satisfacer sus apetencias. Pero la desfachate­z no está solo en “el sector público”. También está en el “privado”, donde prima un individual­ismo que lleva a pensar al “exitoso” que por tener dinero puede hacer lo que quiera, incluyendo agresión brutal y violacione­s sexuales y de cualquier índole. Y eso se transmite a los hijos, que copian el modelo que constituye­n sus padres. La prepotenci­a se reproduce en todos los ámbitos, incluyendo centros de enseñanza, a los que les es difícil luchar contra los extravíos de conducta que se traen de casa. Quizá conviene volver a aquellas nociones de educación cívica y moral que formulaban que el respeto es lo esencial en la relación con el semejante, y que nadie debe abusar de nadie. Y urge renovar modelos.

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