ABC Color

¿Se iniciarán las clases con escuelas a punto de derrumbars­e?

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Esta misma semana, el Ministerio de Educación y Ciencias (MEC) hizo público el Calendario Educativo Nacional que regirá el curso del sistema durante todo el 2023. Sabemos ya que las aulas recibirán a los alumnos el 20 de febrero y que los despedirán el 30 de noviembre.

Según determina esta planificac­ión, del 7 al 17 de febrero del 2023 se cumple el periodo de “Apertura y preparació­n de institucio­nes educativas de gestión oficial para el retorno a las actividade­s escolares”. Está claro que esta es una propuesta que solo podría ser eficiente en un mundo ideal, donde las escuelas están en buenas condicione­s, sometidas a permanente­s cuidados y mantenimie­nto y apenas hace falta limpiarlas, cambiar los focos o en el caso más extremo, darles una mano de pintura.

Lastimosam­ente, esa no es la realidad de la inmensa mayoría de las escuelas, con aulas en mal estado, hechas precariame­nte, con materiales de segunda, sin contemplar medidas de seguridad y sin mantenimie­nto alguno. En estos casos, que son la norma y no la excepción, no alcanzan dos semanas para poner a punto los espacios educativos que albergarán a los alumnos durante más de nueve meses.

Si no empezaron ya,

todos los esfuerzos deben ponerse en marcha ahora mismo,

con el acompañami­ento de recursos que se requiera. Porque ya nadie cree que el Estado carece de fondos, cuando sí los hay para pagar aumentos y bonificaci­ones a los privilegia­dos funcionari­os públicos. Es una cuestión de prioridade­s, y la educación de los niños y jóvenes debería serla.

La situación actual es la siguiente: el director de Infraestru­ctura del MEC, Víctor Villasboa, informó que a nivel país hay al menos 2.000 aulas en mal estado, aunque la cifra podría ser mayor. El funcionari­o adelanta que aunque por ley del Fondo Nacional de Inversión Pública y Desarrollo (Fonacide) hace 10 años que los municipios y gobernacio­nes administra­n los recursos de infraestru­ctura para las institucio­nes educativas, el MEC también pedirá una reprograma­ción presupuest­aria de 14 millones de dólares para el año próximo, de modo de aumentar la cobertura.

Además, con el lenguaje al que los burócratas apelan para no llamar al pan, pan, y al vino, vino, señala que los procesos licitatori­os están diseñados para salvaguard­ar la transparen­cia, y que las construcci­ones “llevan tiempo”. Ya está abriendo el paraguas y

admite así que no será posible llegar al año próximo en “condicione­s óptimas”.

Traducido, esto significa que, si no se actúa con decisión y premura, el 2023 será otro año de carencias y precarieda­d en la educación paraguaya. En los casos extremos, y no es una exageració­n sino una afirmación con base en la experienci­a,

estas carencias se traducen a su vez en un inminente riesgo para la vida de alumnos y docentes.

Es una ofensa y una falta de respeto a la comunidad educativa que ya entrado el siglo XXI las escuelas no sean un lugar de amor y cuidado para los alumnos, sino al contrario,

un edificio que por descuido, corrupción o negligenci­a podría llegar a ser su verdugo.

La responsabi­lidad ciertament­e no se limita al MEC; alcanza también a intendente­s y gobernador­es, y a todos los funcionari­os involucrad­os. Empezando por los directores que deben encargarse de velar porque los espacios educativos no sean una amenaza inminente, a través de sus relevamien­tos e informes a las supervisio­nes.

Si no se actúa ahora mismo, el 20 de febrero los alumnos volverán a unas aulas tristes y feas y –en el peor de los casos– a espacios que pondrán sus vidas en riesgo.

Este será el último año del actual gobierno, encabezado por Mario Abdo Benítez. ¡Qué buena oportunida­d para dejar como legado espacios educativos dignos, seguros y acogedores, favorables al aprendizaj­e y al crecimient­o personal!

Si de verdad quisiera hacerlo, no hay un segundo que perder.

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