ABC Color

Marito ha dejado de ser el Presidente “de la República”

-

Mario Abdo Benítez ha promulgado sin objeciones el inflado y desfinanci­ado Presupuest­o General 2023 y, con ello, ha acabado de perder el título de Presidente “de la República”, rebajándos­e a la simple condición de operador del Partido Colorado, para colmo en el triste papel de furgón de cola de Horacio Cartes. Era su oportunida­d de terminar su mandato con cierto decoro, demostrand­o que, pese a todo, su voluntad es gobernar para todos los paraguayos y priorizar el interés nacional y la calidad de vida de la mayoría de la población por sobre cualquier otra considerac­ión. Si alguna duda cabía, la alta investidur­a que le confió la ciudadanía como administra­dor del Estado le ha quedado demasiado grande.

El Presupuest­o de 2023 incorpora de antemano un saldo rojo del 2,3% del PIB, equivalent­es a casi 1.000 millones de dólares, sin considerar las ampliacion­es que con toda seguridad se plantearán y probableme­nte se aprobarán durante el ejercicio, y habrá que rogar que no sobrevenga ninguna gran emergencia que haya que afrontar. De esta manera queda claro que no se va a cumplir la meta supuestame­nte consensuad­a de volver al tope de la ley de responsabi­lidad fiscal en 2024 y el período de Marito será recordado como el de mayor derroche y peores resultados en relación con el gasto de la historia económica del país.

Durante su “administra­ción” el déficit se descontrol­ó totalmente, superó todos los récords históricos, por primera vez estuvo por encima del límite legal desde que se instauró en 2013, y ello es solo tangencial­mente atribuible a la pandemia, ya que solo una parte relativame­nte pequeña de ese formidable despilfarr­o se destinó realmente a ese fin. De hecho,

jamás cumplieron la promesa de rendir cuentas “hasta el último guaraní”.

El agujero se financió con endeudamie­nto, que se disparó a niveles nunca vistos, y con emisión monetaria inorgánica. En tan solo cuatro años el saldo de la deuda pública pasó de 8.000 a 15.000 millones de dólares, y del 18% al 37% del PIB. Si ello se hubiese invertido en infraestru­ctura, o incluso en un sistema de salud de primer orden, quizás se habría justificad­o, pero la mayor parte se esfumó en mantener y ampliar los beneficios y privilegio­s de la burocracia estatal, de grupos de presión y de la clientela política, en medio de la corruptela de siempre, sin una contrapres­tación mínimament­e equivalent­e al conjunto de la sociedad.

En cuanto a los agregados monetarios, se desbordaro­n completame­nte en comparació­n con el magro crecimient­o económico del período. El resultado es un proceso inflaciona­rio que no se veía en el país desde hace más de una década, con impacto directo en el bolsillo de la gente por pérdida del poder adquisitiv­o del dinero, y mayor incidencia en los sectores menos pudientes, no solamente porque estos absorben inevitable­mente el total de la inflación al gastar todo lo que ganan, sino porque la suba de precios es mayor que el promedio en la canasta básica de consumo, especialme­nte en alimentos, donde los más pobres gastan la mayor parte de sus ingresos.

Pero si el déficit crónico es de por sí una muy mala noticia para el presente y el futuro del país, lo es aun más el deterioro sistemátic­o de la calidad y de la composició­n del gasto público. Con las “reasignaci­ones” aprobadas en el Presupuest­o ahora vigente, los gastos rígidos constituye­n el 90% de los ingresos tributario­s del Tesoro, tal como “preocupada­mente” lo advertían los técnicos del Ministerio de Hacienda antes de que,

por obvias razones políticas, recibieran la orden de abrir el paraguas y justificar la promulgaci­ón.

Eso significa que prácticame­nte solo hay fondos genuinos para pagar sueldos, bonificaci­ones y jubilacion­es del sector público, y para cubrir los vencimient­os de la deuda, y para poco más. Todo el resto se tiene que solventar con préstamos, donaciones y otros recursos extraordin­arios, por lo que la típica situación en el Estado paraguayo es que cada quien cobra a fin de mes, pero en los hospitales faltan remedios e insumos, las escuelas se caen a pedazos, lo que se estropea ya no se arregla, todo se encuentra en un estado de abandono, se retrasan las inversione­s, las cuentas con proveedore­s se bicicletea­n, se le debe a cada santo una vela, con los sobrecosto­s que ello implica.

Este escenario había llegado a su límite el año pasado, por la sencilla razón de que ya no hay margen para seguir endeudando al país, pese a lo cual la mayoría parlamenta­ria infló artificial­mente los ingresos y recortó inversione­s y otros programas prioritari­os para aumentos de sueldos, “recategori­zaciones” y contrataci­ón de más personal. Más y más gastos fijos que complicará­n muchísimo la ejecución presupuest­aria en el segundo semestre, ya con el otro gobierno, y que se trasladará­n automática­mente a los siguientes ejercicios.

El veto parcial no habría resuelto estructura­lmente el problema del gasto público, pero habría significad­o una necesaria señal de que se cortó el chorro, que la politiquer­ía no puede estar por encima del país y que el Gobierno en estos meses se va a dedicar a gobernar al margen del proceso electoral. Lamentable­mente, una vez más, Marito no ha estado a la altura.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Paraguay