ABC Color

El acueducto es una burla a los chaqueños

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El 13 de junio de 2022, el Presidente de la República habilitó el reservorio de Mariscal Estigarrib­ia que lleva al Chaco central el agua del río Paraguay. Poco después, la rotura de caños y otras fallas en la zona de extracción de Puerto Casado

obligaron a interrumpi­r hasta la segunda mitad de agosto la provisión del vital líquido a los reservorio­s de Loma Plata, Filadelfia, Neuland y Mariscal Estigarrib­ia: en el ínterin, se perdieron cultivos, se apeló al acarreo del agua y se pidió que el departamen­to de Boquerón sea declarado en emergencia.

La historia se repitió el último 23 de diciembre debido a una nueva rotura de tubos en la misma zona de extracción, que aún no ha sido reparada por culpa de las lluvias, según alega la estatal Empresa de Servicios Sanitarios del Paraguay SA (Essap), pero ayer, durante unas pruebas, los caños volvieron a colapsar. Habrá que extraer los caños, repararlos y volverlos a enterrar para el bombeo hasta Loma Plata, todo lo cual costaría “mucho tiempo” y, desde luego, dinero. Desde un principio, esta obra esencial para el desarrollo chaqueño ha estado plagada de percances muy graves, como resultado de la negligenci­a, la ineptitud y –segurament­e– la consabida corrupción, cuyas consecuenc­ias están sufriendo también 85 comunidade­s indígenas. Es increíble que este tipo de cosas continúen ocurriendo en las obras públicas, y como siempre ocurre, al final no habrá culpable alguno. Total, allí está el bolsillo de Juan Pueblo.

Haciendo un poco de historia, los trabajos debían haber empezado en noviembre de 2012 y concluido el 15 de agosto de 2013, a un costo de 50 millones de dólares: se iniciaron recién en octubre de 2013 y culminaron nueve años más tarde. En 2020, el costo ya se había elevado a 130 millones de dólares,

provenient­es, en parte, de un crédito del Banco Interameri­cano de Desarrollo (BID). Es presumible que, a estas alturas, haya vuelto a subir notablemen­te. Con toda evidencia, las obras no fueron construida­s ni fiscalizad­as como correspond­e, sin que hasta hoy Enrique Salyn Buzarquis, Ramón

Jiménez Gaona y Arnoldo Wiens, que estuvieron al frente del Ministerio de Obras Públicas y Comunicaci­ones (MOPC) entre 2012 y 2022, hayan dado cumplidas explicacio­nes por los desperfect­os, los retrasos y los sobrecosto­s. Solo fue sancionada, con la rescisión del contrato, la firma brasileña Edra Saneamento, porque los fiscales de obras aceptaban y aceptan trabajos mal realizados, con suma demora y con el empleo de materiales de pésima calidad.

Ya es hora de que, al menos, el actual ministro

Rodolfo Segovia se digne poner todas las cartas sobre la mesa, para que se deslinden responsabi­lidades que bien podrían ser de carácter penal. Curiosamen­te, siendo senador desde 2013 hasta 2018, Arnoldo Wiens presentó al menos tres pedidos de informes al Poder Ejecutivo, con respecto a la enorme demora en la terminació­n de las obras y el destino de los 3.092.035 dólares entregados al Gabinete del ministro Jiménez Gaona para la continuaci­ón del acueducto. Pero tras hacerse cargo del MOPC, no encontró motivos para denunciar tan siquiera una falta administra­tiva, de modo que prosiguier­on las chapucería­s, los retrasos y los encarecimi­entos.

Es probable que este emprendimi­ento, tan vergonzoso como el del metrobús, haya tenido efectos menos lamentable­s si en 2010 el Poder Ejecutivo no hubiera vetado parcialmen­te el proyecto de ley que permitía a la sociedad civil construir sus propios acueductos, mediante la figura jurídica de la servidumbr­e de paso: es que la comparació­n podía revelar la ineficienc­ia estatal frente a la iniciativa privada en la que la supervisió­n de los trabajos, de los gastos y del cronograma hubiera sido mucho más severa, porque las consecuenc­ias negativas habrían afectado directamen­te a los particular­es.

Es preciso hacer conocer el rigor de la ley a los autores de esta afrenta a la ciudadanía y, en especial, a unos ochenta mil chaqueños, expuestos, periódicam­ente, a sufrir la falta de agua potable por culpa de un miserable contuberni­o público-privado.

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